La isabelina Matilde Sosa obtuvo primer premio en concurso de cuentos

Matilde Sosa Jorge Balserini de Paso de los Toros obtuvo el primer premio del 14º Concurso de Cuentos PRE/ESCRITORES que organiza anualmente el Instituto Pre-Universitario de Montevideo.  Las bases del concurso establecían que los relatos deberán ser cuentos originales, inéditos, y no haber sido seleccionados o premiados en ningún otro concurso literario antes de la terminación total del presente certamen. En esta edición el concurso dispuso como tema disparador la amistad y aclaraba «a veces se confunde al amigo con un contacto, un compañero o simplemente alguien con quien se comparte la diversión. Sin embargo, todo aquel que ha tenido oportunidad de conocer la verdadera amistad sabe que es algo muy distinto».

 

El jurado que estuvo integrado Dra. Sylvia Puentes de Oyenard, Lic. Álvaro Secondo y Prof. María del Huerto Prato, convocó a los participantes del concurso a una prueba presencial en la sede del PRE/U en la que debieron confeccionar un relato de no más de tres carillas, como forma de conocer de cerca a los jóvenes escritores, además ese mismo día, también participaron de un taller sobre técnicas narrativas.

De: Semanario Centro

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Compartimos el cuento escrito por Matilde Sosa Jorge ganador del 14° Concurso de Cuentos Pre/Escritores

CALÉNDULAS
Hoy es dieciséis de julio, y como siempre en esta fecha, vengo a visitarte y arrimarte unas flores. De esas que le robábamos a doña Elvira, ¿te acordás, Flaco? Pero, ¿cómo no te vas a acordar? si pobre doña, le dejábamos el cantero prácticamente sin caléndulas. ¡Cómo se ponía de enojada!
Pero, así como quien no quiere la cosa, Doña Elvira cumplió noventa años el otro día. Hubo gran festejo en el residencial y estuvieron muchos de los vecinos del barrio. Hasta yo pasé a tomarme un chocolate y comer alguna masita. A Elvira le pregunté si se acordaba de vos, y a decir verdad, no esperaba un sí o sólo algunos remotos recuerdos. Pero, por el contrario y para mi sorpresa, me contestó que siempre te piensa. Inevitablemente, nos pusimos a recordarte un poco y recordarnos a nosotros mismos en aquellos años de plenitud. Hablamos de los campeonatos de truco y congas en las tardes de invierno, las clases de teatro y los buenos mates de té al lado de la estufa a leña. Nos reímos mucho y aunque no lo dijimos, ambos sentíamos dolor. Ese dolor de saber que nunca más volveríamos a escuchar nuestros nombres así, de esa manera. La manera que tenías vos de decir, de hacerme sentir tu amigo y a ella, vecina querida.

Pero hoy te tocaba cumplir los cincuenta y dos. Pienso; ¿ya treinta y dos años, de aquel año que festejamos tus dos décadas, en el salón comunal del Complejo? Sabes lo que doy por un vino y una picadita con vos para festejar hoy la vida.

Flaco, ayer fui por tu casa a saludar a tus mujeres. Las mellizas no habían regresado aún del liceo y Mónica estaba preparando el almuerzo. Cuándo pasé el zaguán y abrí la puerta cancel, el olorcito a milanesas me recorrió hasta las entrañas. Vos siempre te encargabas de propagandearlas, evitando que se llegara a oídos de tu vieja, como las “más ricas del universo”.

Mónica, tu mujer, sigue siendo extraordinaria e imprescindible. Cuando la conocí, que los vi juntos por primera vez, sus grandes ojos verdes revelaban una fuerte personalidad y algo más que en ese momento no llegaba a percibir, tal vez, que iba a ser la mujer que te acompañaría toda la vida. Y así fue.

Hablamos un rato, recorrí tu biblioteca, que sigue erguida en el centro de la casa, invitando a tus amigos a escoger el libro que quisieran. Sin imposición ni requisito para llevárselo. Eras de los que creía, que es mejor un libro perdido que uno que descanse en un rincón de la biblioteca. Igualmente, me hace falta una de tus acertadas recomendaciones, esas que me dabas en alguna de nuestras interminables charlas, juntos allá, bajo la parra de la casa de tus viejos. ¡Que placer era escucharte! Ningún tema nos estaba prohibido y era un deleite oírte, porque, sin presumirte, todo lo sabías. Y sabías mucho. Sería la forma de decir las cosas, la que lo hacían encantador. Matear y filosofar por horas, cuestionándonos el sentido de la vida; sentido que hasta ahora, en algunos momentos puntuales, sigo cuestionándome si existe.

En alguna de esas charlas de parra, te pregunté qué significado tenía para vos la amistad. Y vos, tan vos, de la manera más sabia que se puede responder, me dijiste: “Amigos de verdad, no son los que vemos todos los días, sino aquellos con los que podes retomar la charla que quedó por la mitad, como si solamente hubiese pasado un efímero lapso”.

Tan presente en la memoria me quedó, que debe ser la única cosa que mantengo, delicadamente ordenada en ella, para siempre.

Qué gran verdad dijiste ese día. Porque cuando nos separamos, no mucho después de festejar tus veinte años, nada entre nosotros cambió. Ni la distancia ni los meses que pasaron sin poder vernos físicamente. Pero cada vez que nos encontrábamos, parecía fortalecerse más esa mágica complicidad. Aunque inevitablemente íbamos envejeciendo, al final del día, éramos los mismos pibes en la sombra de la parra.

Si habrá para contar, pero prefiero jugar al misterio y guardármelos. En todo lo vivido siempre estuviste ahí. Ya sea a trescientos quilómetros o pegado a mí, estabas. Como así yo también estuve. Te vi ser papá y vos a mí. Estábamos emocionados y llenos de miedo. Vos por partida doble, mellizas. Como también estuvimos juntos, llorando a los que nos iban dejando. Desde la perra Maite, hasta la partida de la Mamama.

No me olvido del día en que nos conocimos, allá en quinto año de escuela. Mi abuelo era panadero y la escuela le compraba los bizcochos para vender en el recreo. A vos, mucho no te gustaban y se lo comentaste al resto de los chiquilines. Yo, enfurecido, hice lo que tenía que hacer, defender la empresa familiar y allá fui a buscarte. Se desató la pelea, nos cinchamos de las moñas más algún que otro botón de la túnica que cayó al piso, y que en el momento no me percaté, porque cuando quise ver, estábamos de visita en la Dirección. Era de prever que se avecinaba una intensa charla con el Director Augusto. Pero, quién iba a decir que hacer las pases iba a ser el preludio de una gran amistad.

Hablando un poco del presente, sin más vueltas, de mí. Acá estoy, transitándolo. No puedo asimilarlo, o tal vez no quiero. Aunque fui admitiendo que la gente se puede morir sin que el mundo se termine, después de tu partida, en efecto, el mundo no acabó pero sí la vida, y aunque esto es sólo una metáfora, lo que quiero decir es que la vida simplemente pasó, como pasa la vida, imperfecta. Nosotros seguimos por nuestros hijos, como sigue adelante Mónica por los tuyos y también por los que vendrán. Pero, claro, me hace falta el amigo, las conversas, los silencios cómodos, los amores y los desamores compartidos y cantar con voz firme y clara, aquella canción del gran Silvio Rodríguez que cantábamos siempre que teníamos oportunidad. “Va cabalgando, el mayor con su herida, y mientras más mortal el tajo es más de vida, va cabalgando sobre una palma escrita y a la distancia de cien años resucita”.

No puedo olvidarme más del último abrazo que nos dimos aquel año, allá en tu casa. Vos como una premonición me dijiste; esta va a ser siempre tu casa y podes venir cuando quieras. Yo nunca más pude ser el mismo y no le voy a perdonar nunca a la vida tanta injusticia que cometió con vos.
Pero acá estoy amigo, parado y trayéndote las flores del cantero de Doña Elvira.

Matilde Sosa Jorge Balserini.

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