De recuerdos de Tacuarembó / Por Cosme Benavides (*)

El Dr. Don MANUEL SEOANE – Si alguien nació y existió en Tacuarembó que mereciera figurar en una “Historia de la Gente de Tacuarembó”, esa persona fue el Dr. don Manuel Seoane, abogado brillante, docente excepcional y, por sobre todo, hombre de un corazón que no le cabía en el cuerpo. Todo lo que tuvo y ganó con su profesión lo dio, y de él puede decirse – como de muy pocos ciudadanos – que ¡HIZO EL BIEN SIN MIRAR A QUIEN!

“Manolo” Seoane, como le decíamos los que tuvimos el privilegio de ser sus amigos, ejerció su profesión de abogado y trabajó como docente durante medio siglo, siempre atosigado por la cantidad de trabajo que desbordaba su estudio. ¡Y murió pobre, pobrísimo! ¿Puede formularse un mejor elogio de él?

Recuerdo que cuando cumplió sesenta años su hijo “Pacho” – que estaba estudiando en Europa – le envió una cinta grabada con unas sentidas frases de cariño. Con mis amigos de Difusora Zorrilla de San Martín: Víctor Wáttimo, Dumas Sottolani y Héctor Romanelli Cano, – contando con la complicidad de su esposa, doña Estefanía Esteves de Seoane – completamos esa cinta con la colaboración de diversos aficionados del ambiente. A pedido de doña Estefanía, yo toqué en mi guitarra el vals “Sobre las olas” (el favorito de Manolo), acompañado por mis queridos amigos José Silva y Juan José Escobar, ya desaparecidos.

Cuando llegaron las doce de la noche, doña Estefanía puso en marcha el aparato que portaba la cinta y Manolo despertó con la voz de su querido hijo lejano y luego con el desfile de músicos, cantores, recitadores, etc., todo lo que pudo reunir Wáttimo para llevar a cabo su felicísima iniciativa. Sabemos la emoción que embargó a Manolo en aquellos momentos y que aún, pasados tantos años, se trasmite a nuestro corazón.

Para las personas de la calidad humana, de la capacidad intelectual y de la práctica de “lo tuyo es tuyo y lo mío también es tuyo”, para los hombres de excepción como Manuel Seoane, no hay, ¡no puede haber olvido en el corazón de los verdaderos tacuaremboenses!

MI PRIMER JUGUETE

Allá por 1918 (yo tenía solamente 5 años) con mi madre y mis hermanos David y Ernesto, vivíamos en una casita existente entonces ene l terreno que muchos años después ocupara la Barraca Testa, en calle Treinta y Tres esquina 25 de Agosto. En la “media agua” donde vivimos nosotros, habitó por los años 50 la familia Cuiligotti, cuyo integrante principal era capataz de la Barraca prenombrada.

Y bien, existía en la esquina de Sarandí y General Flores (donde estuvo o está aún la casa de remates de Olavo Macedo), una juguetería propiedad de un señor Chevy o Cheby, cuyos nombre era “El Real y Medio”. Y de allí, un día, me llevó mi hermano mayor David, un trencito de lata, chiquito, compuesto por una locomotora y dos vagones.

¡El primer juguete comprado que tuve!…

EL PRIMER “COCHE DE ALQUILER”

Por 1920 conocimos el primer automóvil “de verdad”; era una “fordchela” propiedad del estimado vecino don Juan Manuel Olivera, que vivía en calle Treinta y Tres, más o menos a la altura del actual Nº266/68; una casa de ladrillos con un lujurioso cerco de glicinas en el frente.

El Sr. Olivera era el chofer de doña Isabel Pouey de Pardías, quien por entonces vivía en Gral. Flores esquina Sarandí, casa donde estuvo radicado don Julio Ferreira y después se instaló la Inspección Departamental de Escuelas.

Ignoramos si hubo otro “coche de alquiler” (como se decía en ese tiempo) antes del que mencionamos. Pero a éste sí lo recordamos nítidamente, como si lo estuviéramos viendo… y han pasado más de sesenta años.

ATHAULFO

Una guitarra vieja, puro requinto,

con más piolín que cuerdas, con ella canta

mientras corren raudales de vino tinto

por la estrecha cañada de su garganta.

Una por cada lado y “a la marchanta”

carraspean las seis cuerdas; y en el recinto

de la caja sonora un “fa” se espanta

porque todas las veces sale distinto…

La historia “do Valente José Fragoso”,

“Tortas fritas” (ranchera) y algún añoso

compuesto de los tiempos de “El Lobizón”

forman el repertorio seleccionado

del bohemio Atahulfo, siempre inspirado

porque busca en el vino su inspiración.

ARTIGAS

No es el héroe glorioso de cien batallas;

más tiene un par de orejas de cacharros,

que estaban estudiando para pantallas

pero se recibieron de guardabarros…

Balompista de fibra, quiso la suerte

que no pudiera nunca marcar un “gol”.

Es hincha de los albos “hasta la muerte”

Y enemigo enconado de Peñarol.

Todo el pueblo lo quiere sinceramente

le llama Artiguitas, familiarmente,

porque es como el escudo de la ciudad.

A pesar de su nombre, no fue guerrero,

pero aprendió el oficio de hojalatero

y un arte más difícil: la honestidad.

(*) Fueron escritos a principios de la década del 80.

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