Aquellos tiempos…

Una esquina de Tacuarembó. Jaime Ros esquina 18 de Julio.

 

 

 

 

 

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POR CULPAS DE LAS NARICES

El carnaval, la clásica fiesta del pueblo, fue festejada siempre en Tacuarembó con gran brillo y entusiasmo, por la juventud de todas las épocas.

Allá por el año 1923 un grupo de jóvenes de nuestra ciudad, crearon una institución carnavalera a que la denominaron “Los locos del siglo XX”. La indumentaria consistía en un pantalón blanco, chaqueta en forma de frac color verde, sombrero de paja y como complemento una nariz con bigotes con el objeto de no dejar tan en descubierto los “rostros” de los integrantes. Constaba de 10 participantes, entre los cuales se podía citar el director, un tesorero o recibidor de los premios, un bombo, un tambor y platillos. El repertorio estaba compuesto por varias canciones: una marcha con sentido de sátira, una composición de crítica política y una festiva y chispeante canción titulada: “La Tortuga. Su actuación hizo sensación en el ambiente, aunque en determinadas presentaciones, el tono verdoso de cierta letra, posibilitó que algún oyente un tanto delicado, los sacara con cajas destempladas.

Y cuando por la noche se terminaba la labor, hecho el recuento de lo recaudado, se invertía: una parte en la compra de sandías, otra en la obtención de varias botellas de caña habana, y otra para la reposición de las narices, que con el sudor habían quedado ostensiblemente deterioradas. Todo marchó bien hasta el viernes anterior al entierro de carnaval, día en que se le exigió al tesorero o custodio de los fondos, una rendición de cuentas pormenorizada, de entradas y gastos. Como era de orden lo que no pudo admitirse en el balance fue que el gasto de compra de narices resultara mayor que los otros dos rubros juntos: caña y sandías. Y ahí ardió Troya, hubieron reconvenciones, acusaciones, renuncias, etc. Y por unanimidad se resolvió disolver el conjunto por varias y justificadas razones y fundamentalmente, porque “no había formalidad en la comparsa”.

Esta fue la expresión del director, que sumamente disgustado, arrojó contra el suelo la batuta y se retiró con la última botella de caña que quedaba llena, debajo del brazo. Fue así que por culpa de las narices, el final del carnaval de 1923, no contó con la presencia de ese magnifico y original conjunto que se llamo, “Los locos del siglo XX”.

De “Voces de mi terruño” – José A. López Cabas

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REFRANES (*)

– “Contento como gurí con alpargatas nuevas” – La vida de antes era sencilla, pastoril, evocadora de églogas virgilianas. Nada de cola – chatas, nada de trigidaires, de nailon ni entradas a las tribunas Ámsterdam u Olímpicas de más de $5.000 por reventas. En aquel entonces, cuando se podía estrenar un traje había que prepararse para “aguantar” las bromas de los amigos durante varios días. ¡Cuán lejos estamos de ese medio siglo transcurrido! Hoy día, con naturalidad pasmosa, cualquier rico estrena piso horizontal ultramoderno de un costro de varios millones de pesos y la dama de la casa un tapado de visón que cuesta una fortuna, como cualquier afortunado pateador de pelota. Los tiempos cambian en forma acelerada. Antes un par de alpargatas costaba 20 centésimos ¡y había que qué contento producía en el alma del niño el estrenarlas! ¡Tanto como el de los felices padres al poder comprarlas!

El criollo que creó ese dicho sabía sentir y gozar de esas pequeñas grandes cosas de la vida.

– “Corto como poncho de colla” – ¿Quién no conoció al colla? En nuestra niñez ya lejana, que ubicamos al principio del siglo, recordamos con claridad meridiana la para nosotros misteriosa y rara figura del colla, presente en este departamento de Tacuarembó en forma periódica. Cubría siempre su cabeza una ajustada gorra y su cuerpo un ponchito tejido en lana que apenas le llegaba al ombligo. Cabalgaba un pequeño burrito llorón que era motivo de regocijo de la botijada cuando lo podían montar un poco a cambio de una moneda de cobre. Su comercio consistía en la venta de cinturones y bolsitos tejidos en lana y principalmente ungüentos maravillosos que lo curaban todo.

Quedó ilustrado en este dicho el recuerdo de esa figura legendaria que lo aplican por ejemplo: a un hombre de poca estatura; a un tiro de lazo que no llegaba a destino; a un tiro de taba que no pasa la raya; a un pantalón corto, etcétera.

(*) Del Refranero Uruguayo – Autor: Washington Escobar (1ª edición – 1962 / 7ª edición – 1983)

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