MURALES DE SAN GREGORIO DE POLANCO: Persistencia de lo efímero

Los días 10 y 11 de octubre del 2015, en un emprendimiento coincidente con el Día del Patrimonio, pero excediéndolo ampliamente por la complejidad y riqueza de la propuesta, demasiadas para solo dos días, la ciudad de San Gregorio de Polanco (Tacuarembó) fue escenario de una interesante experiencia plástica que convocó a una extensa nómina de pintores y escultores reunidos en el contexto del “Primer Encuentro Internacional de Artistas Plásticos Wifredo Díaz Valdéz”. Artistas trabajando e interactuando en la calle, el inicio de un parque de esculturas y la proyección de la experiencia práctica en un ciclo de conferencias, fueron parte de este proyecto continuador del ejercicio creativo que hace más de 20 años dio origen a la particular idiosincrasia de un colectivo que se percibe singularizado por su realidad cultural.

En un país tan centralizado como el nuestro, una ambiciosa convocatoria “desde el Interior” puede considerarse una experiencia pendular entre la expectativa y la hazaña.

Impulso y freno del muralismo uruguayo – En 1943, vinculado a su nombramiento como maestra de la Escuela de Pintura y Grabado, Frida Kahlo concibe como ejercicio didáctico una propuesta de pintura colectiva: trabajar con sus alumnos el exterior de la popular pulquería La Rosita, en un proyecto que si bien comparte con la tradicional corriente muralista la condición de sacar el arte de los reductos tradicionales, por sus dimensiones, emplazamiento e incluso lo temporal de su existencia (la pulquería fue derrumbada en 1958, con la consiguiente pérdida de las obras, de las que sólo se conserva registro fotográfico), la propuesta da cuenta de un ejemplo singular y a contrapelo de lo impulsado en el período en cuanto al tratamiento del registro, y establece la idea de que no cabe someter la dinámica experiencia mural a un modelo de acción único.

Enfocándonos en la realidad artística del país, la experiencia muralista no resulta tampoco ajena. Si bien su mención parecería remitir, en el imaginario colectivo, no mucho más allá del accionar del Taller Torres García, y especialmente a la intervención realizada en el hospital Saint Bois en 1944, las referencias a la técnica son aun anteriores y tienen antecedentes tan interesantes como la visita de Alfredo Siqueiros a Uruguay en 1937, los esfuerzos por incentivar la práctica muralista local, el interés de algunos grupos vernáculos por la pintura social y la influencia y trabajo en ese sentido del muralista argentino Demetrio Urruchúa. Ejemplos estos que dan cuenta de una propuesta que evidentemente trasciende los límites locales y comparte, más allá de los resultados concretos, la posibilidad de integración del hecho plástico a la vida cotidiana, en un contexto ajeno a la experiencia museística o de la galería.

Sin embargo, una lectura sintética de los ejemplos existentes da cuenta fundamentalmente de experiencias aisladas, llevadas adelante por pintores que de forma eventual se trasladan al muro, con obras diseminadas a lo largo del país, las cuales suele estar, además, vinculadas a edificios destinados a la función pública. Es en ese sentido que la experiencia muralista de San Gregorio de Polanco, por su continuidad en el tiempo, la unidad geográfica del circuito visual, el soporte fundamental en las fachadas de las casas, así como la originalidad y capacidad de convocatoria de la propuesta, transita hasta el día de hoy por carriles propios, convirtiéndose en una realidad particular dentro del panorama plástico nacional. “Muralismo hay en todo el país, pero no con el sentido que concibe San Gregorio”, plantea el artista Eduardo de Lima, relatando la experiencia original de la que formara parte.

Dinámica propia de una experiencia original – En una situación que pueda ensayar explicarse por el particular contexto cultural que caracteriza al departamento de Tacuarembó, y tomando como punto de partida una similar experiencia de intervención de fachadas a través de la pintura en la década del 80, en Escariche, un pueblo español cercano a Madrid, donde participan artistas uruguayos, la Semana de Turismo del año 1993 se convierte en una fecha emblemática para la ciudad cuando como forma de incentivo cultural pero también como estrategia de reactivación económica a través del turismo, se proyecta, con el objetivo de realizar los primeros murales, la concentración de artistas y talleres, con presencias tan emblemáticas como la del Tola Invernizzi, Clever Lara y Gustavo Alamón.

“Fue realmente un proceso de transformación de un pueblo por la cultura, mirá vos qué cosa formidable”, plantea este último. Si bien al día de hoy casi no se conservan esas obras iniciales, salvo casos aislados, como el emblemático tanque pintado por Lara (artista que además juega con papel de pilar fundamental dentro de la organización y el asesoramiento curatorial), existe, en las conversaciones con los plásticos que participan de la actual edición, una suerte de consenso del cambio idiosincrático que la experiencia supuso dentro del entorno local, dejando claro que al menos a nivel imaginario hay una fuerte construcción acerca del poder transformador del arte, considerando la experiencia visual como un ingrediente determinante de apertura social, como plantea, por ejemplo, el escultor Octavio Podestá: “Acá pasa una cosa única en Uruguay, parece que estás en Brasil, por el color. Hay una cosa lindísima, que va más allá de los murales, pero que pasa porque ellos están, y que es que la gente está pintando su casa y entonces recorrés y hay un ranchito pintado de amarillo y otro de verde, hace dos años pintaron toda la calle y participó el pueblo entero. Fue una cosa efímera pero se hizo. Hace 20 años era un pueblo como cualquier otro de campaña, gris y se acabó. Hoy no”.

¿Qué se mantiene de ese impulso original en la actual instancia de convocatoria? En la visión de uno de los organizadores, el artista plástico Carlos Larregui, “el proyecto sigue el mismo espíritu del 93. Lo que pretendemos con este evento es `reverdecer los laureles´ de una movida que si no se incentiva, si no se buscan estrategias para ‘amalgamar’, se corre el riesgo de desperdigarse. Esto funciona a tres niveles; en primer lugar los vecinos que se constituyen en una asociación llamada Expresarte. Por otro lado está el Municipio que realiza el aporte material, y el tercer elemento es el contacto con los plásticos, que generalmente lo gestionamos a través de Zully o Clever Lara, con una tremendo nivel de aceptación por parte de los invitados a participar”.

El Norte también existe – La actual convocatoria integra 20 murales a la colección, así como tres esculturas, lo que supone innovar en la concepción de adjudicatoria de los recursos necesarios para este nuevo registro. Si bien en el acervo visual de San Gregorio ya existía la presencia del volumen, una novedad de esta instancia es el inicio de un espacio específicamente destinado para los proyectos escultóricos. En ese sentido comenta Larregui: “El porque de la escultura es un nuevo desafío para nosotros, porque implica trabajar con otra disciplina, incorporar el espacio y todo lo que esto significa, teniendo en cuenta que estamos en un lugar aislado para conseguir los materiales, el andamiaje, la logística que se necesita para hacer una escultura en el lugar. Indudablemente lo más práctico sería traer la escultura, pero como el espíritu sigue siendo el mimo que con los murales, la idea es que la obra se haga en el lugar. Ese es nuestro norte y lo que más ha incidido en la población, especialmente en niños y adolescentes. Ellos tienen los murales integrados a sus vidas y son para ellos como el río. No conciben un espacio que no los tenga, y su ausencia forma parte del desarraigo cuando se van de San Gregorio. Forman parte de su habitar, y cuando tienen que migrar por estudios extrañan muchísimo ese destierro del color”. Precisamente el punto de partida de esta etapa es la preparación de una obra colectiva y singular: un mural cerámico compuesto por 1.800 piezas realizadas a mano con arcillas de la zona que le imprimen a cada una un carácter único e irrepetible, y que se trata de un trabajo coordinado por un grupo de personas que empezó en setiembre del año pasado, y cuya instalación dio lugar a una onda expansiva de interés y aceptación que sorprendió incluso a los organizadores.

Manteniendo una coherencia con el planteo fundacional, el encanto de la experiencia de pintura en la calle implica la posibilidad de interacción con artistas de distintos lugares del país (y en este caso también un escultor argentino, Jorge Balassi), así como el disfrute ya no estrictamente del resultado plástico, sino del proceso creativo, cuando no la posibilidad de participación directa, de “meter mano” en algunas de las obras, además de tener la posibilidad de experimentar la invaluable circunstancia de, en un circuito de pocas cuadras, poder escuchar a Wifredo Díaz Valdez expresarse sobre los tiempos de las experiencias artísticas, tomar contacto con un referente absoluto de la plástica al norte del Río Negro, como es Osmar Santos, o compartir el lúdico entusiasmo de Octavio Podestá y Marcelo Gayvoronsky, que proyectan una monumental construcción de 8 metros usando tanques de combustible con una capacidad de 9 litros, que estaban en la zona y cuyo hallazgo modificó, al menos, las dimensiones del proyecto inicial, dando cuenta de la condición de dinamismo de un fenómeno plástico de estas características.

“Es lo que uno pregonó siempre, que el arte tiene que estar en la calle, que lo vean las escuelas, que esté en los parques, que lo usen… Y que lo vean hacer”. Esta condición caleidoscópica de propuestas conduce a una selección variada en lo que respecta a los temas de referencia, aunque existe, al menos en las obras pictóricas, una inclinación hacia la referencia figurativa, y en lo que respecta a la temática, si bien no podemos hablar de un hilo conductor específicamente trazado, predominan hasta cierto punto algunas forma de (re) lecturas del imaginario local, con referencias directas a los pescadores en la obra de Fernando y Carlos Rosas, o un planteo más evocativo del mismo tema, pero desplazando el énfasis hacia la figura femenina que espera al compañero embarcado, en el mural del coloniense Fernando Braga. La referencia juguetona a la imagen de Gardel está también presente y es uno de los elementos a los que apeló el colectivo grafitero Ikusi Arte, inaugurando además un registro de intervención mural inédito en jornadas anteriores.

Los elementos identitarios también pueden ser reconocidos en la personal lectura de la imagen aérea de San Gregorio propuesta por Augusto Gadea, en la asociación visual y lingüística con la comunidad charrúa en la escultura de Sergio Olivera, o en la referencia a la condición “fronteriza”, especialmente presente en algunas ciudades al norte del país, puesta de manifiesta en la propuesta de Armand Ugón. Lo cierto es que, más allá de esta brevísima alusión a alguna de las obras, la lectura del proyecto se significa realmente en la totalidad de su conjunto y supone además una instancia de profundo aprendizaje para todos los que se involucran en ella, tanto en la resolución de problemas vinculados a los desafíos de un soporte como el muro –cuyos accidentes y sus posibilidades plásticas se desconocen hasta el momento de pintar en él- como en el intercambio con la gente, la cercanía con el otro, en un intransferible canal comunicativo que actúa de momentáneo antídoto a la condición frecuentemente solitaria que supone la actividad del artista visual.

Museo a cielo abierto – Dos constantes aparecen vinculadas a las reflexiones de los artistas sobre su práctica: la constatación de la vida propia que adquiere la obra dentro del contexto “circuito urbano”, con la posibilidad de transformarse en un elemento de la imaginería local, y la percepción de la condición finita del aporte plástico real y concreto, al estar en un espacio al aire libre y expuesto a la natural erosión del tiempo. En ese sentido, la artista Ivonne D’Acosta, quien estuviera en instancias anteriores, hace referencia a la aceptación del hecho de que, en el contexto de la experiencia, va a existir un componente imprevisto con respecto a la vida de la obra que se entrega, mientras que Alinda Núñez reafirma esa idea y destaca la importancia integradora de la obra al paisaje urbano en una situación no de imposición sino de pertenencia, como lo indica su particular composición del “santo patrono”, juguetonamente situado a medio camino de la identidad y la construcción ficcional.

Es precisamente esta condición dinámica y efímera uno de los desafíos constitutivos de la experiencia del museo (Museo Abierto de Arte Iberoamericano de San Gregorio de Polanco), directamente vinculada al resultado material generado en eventos de estas características. Según nos plantearan las artistas plásticas Zully Lara y Liliana Tarigo, integrantes del colectivo Expresarte, y junto a Carlos Larregui organizadoras de estas jornadas, se esta trabajando especialmente “formalizando el registro de las obras, de las que se hicieron, de las que tenemos y las que ya no están. Y es el deseo que tiene cualquier museo, con sus registros, libros de entrada, origen de la llegada de la obra, las donaciones. Estamos en eso, porque la condición dinámica del acervo es un elemento de complejidad y hay que hacer todo un trabajo de documentación y archivo constante”.

El interés por esta particular modalidad expositiva se percibe en la proyección internacional del museo, que por su condición de pionero en este tipo de proyectos es tomado como referencia para otras instituciones similares y que incluso involucra la participación de universidades latinoamericanas y españolas, como es el caso del programa de restauración, inventario y catalogación desarrollado por la Universidad Politécnica de Valencia en el año 2013. Pese a esto cabe plantearse la pregunta acerca de qué pasa cuando se apagan las luces y la dinámica de la ciudad retoma sus carriles habituales. “En realidad ya estamos proyectando los contactos para la próxima, esto es algo que no se termina, toda esta dinámica forma parte de nosotros”.

Verónica Panella (Extraído de Brecha Nº1560)

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