RECUERDOS POR MARCELO DE ALCANTARA

EL RADIOTEATRO – Tenía 5 años cuando el 16 de setiembre de 1939 nació Difusora Zorrilla de San Martín de Tacuarembó (hoy CX 140 Radio Zorrilla) De la mano de su propietario, el químico Luis S. Dini fui llevado ante sus micrófonos a decir una poesía («Era una isla extraña donde había una tropa de blancos elefantes…») En ese momento nació un romance que perduró a través de los años. Despertó en mí una vocación que me hizo transitar ante esos micrófonos en programas infantiles, en programas hogareños, programas de entretenimiento, culminando en el «Gran Radioteatro de la vida y del corazón» – un fenómeno de audiencia que mantuvo la atención del país y países vecinos, de lunes a viernes a las 2 de la tarde.
Ese espacio estuvo auspiciado durante muchos años por una famosa y popular tienda de Tacuarembó: «La Libertad».
Era la «época de oro» de la radio y ese mundo, donde jugaba la fantasía y la imaginación y que sabía atrapar la atención de los hogares, hoy – lamentablemente- se ha perdido dando paso a otros importantes medios de comunicación pero sin la magia que permitía la voz y hasta el silencio de las palabras.

TEATRO URUGUAY – Nació como Teatro Escayola porque fue, justamente, el Coronel Carlos Escayola quien lo hizo levantar para deleite de su pasión por el teatro y por la farándula artística del Río de la Plata y de Europa. Desfilaron por su escenario grandes compañías de teatro, de zarzuela, ópera, con figuras de primer nivel en el mundo del espectáculo. Fue una época de Tacuarembó glorioso y amante de la cultura del mundo. Un día el Teatro Escayola pasó a llamarse Teatro Uruguay y si bien por su escena seguían desfilando los elencos de teatro (en especial la Comedia Nacional, se agregó la magia del cine. En horas de la mañana del domingo, una vez finalizada la Misa en la Iglesia San Fructuoso, abandonábamos rápidamente las investiduras de monaguillo, para atravesar la Plaza «19 de abril» y correr hacia la Boletería del Teatro Uruguay (atendida por la paciente Sra. Nené González) y retirar las entradas para la matinée de la tarde que empezaba a las 13:30. Lo importante era garantizar la entrada y no perdernos el episodio correspondiente a las famosas series que domingo a domingo, por algunos minutos, nos atrapaban: «La hija de la selva», «La garra de hierro», «Flash Gordon conquista el Universo» y muchas más. Después dos películas de aventuras, ídolos norteamericanos: Gary Cooper, Randolph Scott, John Wayne, Bob Hope, los argentinos que nos hacían reir: Luis Sandrini, Pepe Iglesias «El Zorro», Niní Marshall y las heroínas de las cuales nos enamorábamos: Mirtha Legrand, María Duval. No olvidemos el cine mexicano (cargado de lágrimas) pero también con héroes llenos de simpatía: Jorge Negrete, Pedro Infante y tantos otros. Las inolvidables matinés del Teatro Uruguay: quince centésimos la platea, diez centésimos el «Paraíso» y por supuesto el paquete de diez chocolatines «Águila» con figuritas coleccionables. Vida pueblerina inolvidable. ¿Por qué no reconocer que éramos niños felices?

CARLOS GARDEL – Cuando el famoso comentarista Erasmo Silva Cabrera (AVLIS) puso sobre el tapete ese tema de discusión que hasta hoy muchos mantienen acerca del origen de Gardel- aunque yo afirmo que el Zorzal Criollo nació en Tacuarembó- mi pregunta fue directa a mi querido tío Pato. Carlos Escayola, el tío Pato, a quien me unía una larga amistad y mi participación en su famoso teatro de títeres «El ceibo», me contestó. Gardel era su hermano.
El tío Pato, bonachón, sereno, afectuoso sonrió y me comentó: «Los recuerdos son recuerdos y viven allí donde quedaron: en su mundo».
Mi curiosidad crecía como crecían los artículos en radios y revistas. Mis recuerdos iban tomando forma. Mis abuelos me habían contado que el 24 de junio de 1935, el día que murió Gardel, la Farmacia Colón, propiedad del tío Pato, había cerrado sus puertas. También me habían contado que la familia Escayola en ese momento recibía saludos por duelo pero todo era bastante nebuloso, vago…
Hice entonces una pregunta más directa, más aclaratoria: «Tío Pato: ¿usted conoció a Gardel?»
Mi tío, mi amigo bonachón, paternal, entre café y café me miró hondamente y me contestó: «Siendo muy niño, mi padre (el Coronel Escayola) me llevó de Tacuarembó a Montevideo porque, según sus palabras, alguien quería conocerme. Fuimos al viejo Tupí Nambá y allí, en medio de un grupo de parroquianos, estaba Carlos Gardel. Su figura simpática, popular, se alzó ante mí, me tomó en sus brazos, me sentó sobre la mesa, me acarició el cabello y me puso su sombrero»
Nada más dijo el tío Pato.
Hasta hoy sigo pensando: ¿Por qué Gardel quería conocer al tío Pato? ¿Por qué lo trató con tanta ternura? ¿Por qué al final de la anécdota el tío Pato bajó los ojos que brillaban intensamente? Para pensarlo ¿no?

EL CIRCO – Los circos venían año a año y se instalaban en la esquina de Agraciada y Doctor Catalina. Era un mundo de color, de luces y de música que encendía al barrio. El circo y sus payasos, sus trapecistas, sus fieras enjauladas, la niña que caminaba haciendo equilibrio sobre un alambre, la que en un solo pie se mantenía en el caballo, la que hacía bailar una docena de platos al mismo tiempo, las banderas flameando y aquella inolvidable marcha que nombraba a todos los países de América. En la segunda parte del espectáculo circense se representaban obras de teatro: dramas lacrimógenos, comedias de equívocos, sainetes. Todo había sido previamente anunciado con un altavoz, en las primeras horas del día, por las calles de Tacuarembó. «Ilusiones del viejo y de la vieja», «En familia», «Barranca abajo», «Tierra baja», «Los derechos de la salud» eran títulos escogidos para atraer la atención del pueblo; adaptaciones especiales donde la situación se resolvía en un solo acto. Con mi amiga Olga Delgrossi (éramos niños) nos presentábamos ante el dueño del circo y nos ofrecíamos para trabajar en ese teatro que tanto soñábamos. En muchas escenas parecimos un montón de veces -Olga ya nos deleitaba con su voz- y nos sentíamos los dueños del mundo. Tuve el gusto de representar el papel de Dionisio Díaz en una versión casera pero inolvidable. Habría mucho para recordar, para contar pero ese mucho queda en el recuerdo, en una esquina de Tacuarembó que veía partir a un circo y esperaba la llegada de otro. Dos niños quedábamos allí, con nuestras ilusiones de «un día llegará otro» que no era otra cosa que una vocación que nacía y que nos hacía felices.

Marcelo de Alcántara (grabalp@adinet.com.uy)

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