Montevideo (Uypress) – En el este del país (Rocha, Treinta y Tres) el tema “ya es complicado” mientras desde el Programa de Salud Mental del Ministerio de Salud Pública (MSP), su director, Horacio Porciúncula, afirma que “se hace necesario replantearse algunas estrategias”, según artículo del colega Tomer Urwicz, para diario El País.
En Treinta y Tres, ocho personas se suicidaron en el último mes. Cada semana de agosto en que el médico intensivista Daniel Gindel llegaba a la capital departamental, tras un viaje de 289 kilómetros desde Montevideo, se enteraba de dos casos nuevos de lugareños que se mataban. O de tres.
El suicidio de siete hombres y una mujer -sin vínculos entre sí y sin motivaciones en común- es el saldo de un mes trágico que tiene a ese departamento en duelo.
En una ciudad de menos de 30.000 habitantes, el impacto cuantitativo de esas muertes equivale a unas 1.084 personas que se hubiesen quitado la vida en una población del tamaño de Montevideo en un mes (sería una cada 41 minutos).
Pero el impacto cualitativo, en un pueblo en el que «todos se conocen con todos», fue todavía superior: «es el tema de conversación por excelencia, es impresionante, es triste», reconoce el intensivista Gindel, quien busca el mejor de los adjetivos para un escenario de «alerta».
El director departamental de Salud, José Quintín Olano, tiene por ahora más preguntas que respuestas. ¿Esta es la consecuencia de un déficit de especialistas en salud mental? «Pese a haberse incrementado la demanda, hay un único psiquiatra radicado en Treinta y Tres, y hay otro que está por radicarse. Pero, a la vez, ninguno de los últimos suicidados había solicitado asistencia y mucho menos se le negó asistencia», sostuvo.
En tanto, en cuanto a si hay un efecto contagio, su respuesta fue: «Este empuje conmovió a la sociedad, pero no hay elementos para afirmar que uno haya imitado la actitud del otro». Y en cuanto a qué se puede hacer: «No sé si tendrá efecto, pero voy a hacer lo humanamente posible para que no siga pasando».
La zona este de Uruguay -no solo Treinta y Tres, de hecho, Rocha es el departamento que tiene tasas más altas de suicidio en el país- «es una de las más complicadas, probablemente por la dificultad que trajo su adaptación al cambio de la matriz productiva de los últimos 30 años», explica en tanto el sociólogo Pablo Hein. Pero lo que pasó en agosto en Treinta y Tres, al parecer, está reflejando un problema mayor.
Uruguay tiene la tasa de suicidios más alta que la mayoría de los países de la región
Algo pasa en Uruguay. Algo que lleva a que, pese a no haber habido un confinamiento obligatorio, las estimaciones reflejen un crecimiento de los suicidios mayor al observado en Europa o Estados Unidos.
El Grupo de Comprensión y Prevención de conducta suicida en el Uruguay, que funciona bajo la órbita de la Universidad de la República, estima que durante el primer semestre de este 2021 hubo entre 18% y 23% más de suicidios que el promedio histórico de los primeros semestres del último lustro.
Algo pasa en el país, también, que hace que la tasa de suicidios sea más alta que en la mayoría de sus pares de la región y que los niveles de esas muertes consumadas hayan sobrepasado, incluso en tiempos de bonanza económica, al récord de la crisis de 2002.
En ese sentido, la profesora agregada de la Clínica Psiquiátrica de Facultad de Medicina de Udelar, Cristina Larrobla, tira por la borda cualquier lectura lineal: «En Uruguay no puede decirse que a mayor crisis económica hay más suicidio, como tampoco puede decirse que el que se suicida es necesariamente alguien depresivo».
Es decir: existe un vínculo entre la depresión y la ideación suicida, pero no todos los que se suicidan son depresivos, así como no todos los depresivos se suicidan.
Lo mismo, dice, ocurre con las penurias económicas: «No existen estudios que comprueben que la crisis de la pandemia explique el aumento que se está observando en el país. En todo caso, parece haber una relación más estrecha con la precariedad social que tiene la gente: la pérdida de vínculos sociales, de reconocimiento, de contención».
Eso no significa que la pandemia pueda pasar desapercibida. Las investigaciones internacionales sugerían que la cantidad de suicidios se frenaría en la época de mayor tensión y confinamiento (el efecto guerra) y luego era de esperarse un rebote. Eso mismo pasó en Uruguay en 2020: un primer semestre de caída y un segundo de «recuperación» para acabar con niveles similares a 2019.
Sin embargo, el sociólogo Hein, advierte tiempos difíciles: «Este año va a aumentar la tasa de suicidios y también subirá el año que viene. Eso no significa que no hay nada para hacer: al revés, hay que trabajar para bajar esas cifras de 2024 o 2025. El suicidio no tiene una vacuna. El suicidio tampoco se soluciona con voluntariado y la falsa idea de que ‘todos podemos ayudar’.
El suicidio no se baja por un día de prevención y reflexión. Se baja con un plan, con recursos, con formación más allá del sistema sanitario, con cambios de paradigma».
Este escenario está «preocupando» al Ministerio de Salud Pública. Su director del Programa de Salud Mental, Horacio Porciúncula, reconoce que «los altos números (de suicidios), y la visibilidad que se dio por jugadores de fútbol que se suicidaron, hacen necesario replantearse algunas estrategias».
La demanda no nace solo de los números, sino de las propias oficinas departamentales que por estos días están pidiendo la ayuda de las autoridades sanitarias. «La alerta mundial se confirma en Uruguay, pero este (el suicidio) ya era junto al consumo problemático de sustancias los temas que mayor preocupación generan en las direcciones departamentales y, por tanto, en los que debemos destinar más esfuerzo», dice Porciúncula.
Previo a su disolución, el GACH publicó los resultados de algunos estudios. El psiquiatra Ricardo Bernardi sostiene que «las encuestas reflejan altos niveles de insatisfacción y de riesgo psicológico en la población».
En Treinta y Tres, por ejemplo, no hay registros de llamadas a la Línea Vida (0800 0767), el servicio gratuito de ayuda para quienes tienen una ideación suicida. Aun así, la cantidad de llamadas a esta línea sí se intensificó en este tiempo. Según Larrobla fue un poco «por la pandemia y otro poco por la mayor difusión del servicio».
Bernardi, sin embargo, no se conforma con estos datos. «El primer problema que tiene Uruguay para analizar este fenómeno es que, en plena era digital, no tiene datos en tiempo real. De nada sirve conocer la cantidad de suicidios de un año en julio del año siguiente. Pareciera que existe un temor al ‘qué dirán’, en vez de construir y transparentar los datos».
Porciúncula dice que «no existe mala voluntad» ni una intención de «ocultamiento». Pero admite que «es ilógico que sigamos trabajando a esta altura con datos de 2020».
«Pandemia silenciosa en los CTI»
Una de cada diez camas de las unidades de cuidados intensivos de Uruguay está ocupada por un paciente que intentó suicidarse. La Sociedad Uruguaya de Medicina Intensiva obtuvo este dato tras sus clásicos censos de ocupación de pacientes con COVID-19 en los CTI (esos mismos que han dejado de emitirse). Junto a los politraumatizados por accidentes de tránsito, la de intentos de autoeliminación «es una pandemia silenciosa en los CTI», reconoció el presidente de SUMI, Julio Pontet.
Solo este intensivista atendió en las últimas dos semanas a seis pacientes que quisieron quitarse la vida. Cinco de ellos eran menores de 40 años. Por eso la SUMI decidió que, a partir de octubre, reportará la ocupación de camas de accidentados y de internados por intento de suicidio.
«Salir de la pandemia va a ser difícil, ya lo estamos notando. Lo venimos conversando entre los intensivistas porque, más allá del impacto psicológico, estamos notando un aumento en la frecuencia de ingresos de pacientes que intentan suicidarse», dijo Pontet.
- UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias
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