DE BIBLIAS Y CUARTITOS / Por Juan Manuel Luque

A Fabiana, validada compañera de incertezas y andenes.

– «consuélate de soportar injusticias; la verdadera desgracia consiste en cometerlas» P.        

Cuando el goriloide nos preguntó por enésima vez lo mismo, me di cuenta que estábamos por una de ir al “cuartito”; así que armándome de especial paciencia, y haciendo fuerza para dejar todo atisbo de ironía de lado, le contesté que no, que no conocíamos a nadie en Siria.

Sol (15), lo miraba entrecerrando los ojos achinándose un poco más de lo que es; en cambio Rodrigo (13), asombrado abría los suyos más grandes que los de los Simpsons; Victoria (16), no decía nada, como no dando crédito de la situación y la prepotencia desproporcionada del interrogatorio.

Todo empezó como empiezan los desastres que maduran. Un acontecimiento menor, seguido por una espiral de otros que encadenados al precedente le aumenta un grado en intensidad.

Ya había estado en Israel hace más de una década, y no había descubierto ninguna animosidad especial, del tipo de la paranoia mal contenida que el gorila no se esforzaba mucho en ocultar.

En estas semanas hay muchos comentarios y noticias sobre el pedido de Palestina para su reconocimiento como nación en la ONU. Esa razón me hizo recordar nuestro último viaje a la zona hace 7 meses. Veníamos de un hambriento y complicado periplo por Egipto, Jordania y Siria. Llegar del mundo árabe a Israel es cruzar varias fronteras, no solo religiosas, culturales, e idiomáticas; sino que es entrar a una suerte de primer mundo detallado y minuciosamente militarizado.

La verdad que no estaba preparado para la prepotencia del mismo; pero en esos lugares poco importa lo preparado o no que uno se sienta o declare. Es de “toque y toque”.

El cruce de la frontera entre Jordania e Israel es digno de relatarse por los detalles maquiavélicos pergeñados por los judíos, donde el destrato, las groserías y las humillaciones son estudiadamente llevadas al límite de lo legal. La salida de Jordania es algo relativamente normal, lo único raro es que no sellan el pasaporte ya que los jordanos consideran la ribera occidental como parte de su país. Así que luego de mirar el pasaporte nos dejan subir en un bus que nos cruzará el famoso puente Hussein o Allenby, depende de qué lugar se lo nombre.

En la cabecera israelí del puente –que en sí mismo no es gran cosa- una jovencita de ojos muy lindos, uniforme verde oliva y un fusil M16 con un dedo en el gatillo nos hace bajar a los gritos. Nos hacen formar una fila al costado del bus con un calor abrasador; de a uno, otro narigudo de barba, vestido y adornado igual que la otra gorda, nos revisa el pasaporte y lo devuelve con un gruñido.

Subimos al bus y andamos 3 o 4 cientos metros y nos bajan a todos, varios buses a la vez; y unos morochotes arabescos nos sacan todas las valijas y mochilas y se las llevan en un trolley. Nosotros a hacer cola con otra gorda seria y alunada -narigona y de ojos lindos también- sentada detrás de una ventanilla. Los que están haciendo cola son todos árabes, excepto un brasilero, mis ahijados y yo. En la ventanilla la gorda mal encarada con pinta de tener varias entradas en la sexta por violencia doméstica -por pegarle ella al novio, se entiende- mira detenidamente el pasaporte, y luego ¡nos lo tira!, pero que quede claro, no lo alcanza o lo deja en el mostrador de su ventanilla, simplemente ¡lo tira! Y queda tan impávida como si nada -acaso pensando darle otra palicita al novio cuando regrese a su kibutz-.

Luego otros verdes narigudos con sus fusiles nos mueven azuzándonos como quien mueve reses, y entramos en un gigantesco galpón. Otra cola, y otra gorda con prontuario, sentada en un banquito, le da una mirada al pasaporte y decide a cual de las varias ventanillas detrás de ella tiene que dirigirse cada uno. Vamos los 4 a una ventanilla donde una flaca con cara de turca nos atiende momentáneamente bien hasta que abre nuestros pasaportes y ve algo parecido a un triple 6 satánico; ¡sello de entrada a Siria! La cara de la turca se endurece súbitamente, se le hinchan las venas, agarra los pasaportes y sale presurosa a otra ventanilla donde un ogroide decide suertes y verdades, comulga pecados y permite o prohíbe.

Esperamos quedos, sin haber hecho nada pasamos súbitamente a ser culpables de algo, ahora viene lo bravo; demostrar inocencia. No hay cosa más difícil que demostrar inocencia… Se forma un pequeño cónclave al que se une la gorda de la primer ventanilla, cebada y sedienta de más, y acaso alguito aburrida de destratar árabes, y decide entretenerse ahora con unos sudacas.

Empiezan entonces con el protocolo de preguntas hilvanadas de tal forma que nunca producen respuestas satisfactorias, de tal de aumentar el grado de culpabilidad, o reducir el de inocencia.

“¿Qué hacían en Siria?”; hecha de tal forma que visitando no es una respuesta válida. “¿Tenían amigos?”; “¿por qué llevó los niños a Siria? etc. etc.”. Y así por un buen rato hasta que la turca y sus cofrades se cansan, le dan como con un fierro al sello y queda estampada la entrada al Estado de Israel.

Por otra cola entramos a otro galpón donde están saliendo las valijas y mochilas de unas máquinas de rayos X. Descubrimos las nuestras; la mía está llena de algo pegajoso parecido a miel, ¡toda revestida por fuera! Ni soñar con quejarse; hay varios árabes que por menos comentarios terminaron en “el cuartito”. Yo he conocido el cuartito de varias inmigraciones y tengo bien claro que hay que evitarlo a cualquier costo, aunque el costo en este caso sea llevarme una mochila embadurnada en miel que se me llenará de hormigas en cada parada que voy a hacer en el futuro!

La situación en el llamado “Estado de Israel” es algo difícil de entender sin saber algo de su historia, tema en el que no me adentraré. Pero a riesgo de hacer varios errores por simplificar, viene bien recordar que a mediados del siglo pasado -1947- donde era Palestina fue creado el nuevo Estado. Desde entonces la región se ha visto en innúmeros problemas de convivencia que han llenado páginas de diarios durante décadas. Actualmente en el territorio conviven –o mejor dicho sobreviven, puesto que la forma como cohabitan está muy lejos del concepto de convivir-, el Estado de Israel por un lado y los territorios palestinos, gobernados por la Autoridad Palestina por otro, estos mismos divididos básicamente en dos: el estrecho de Gaza y la Cisjordania o Ribera Occidental.

Reitero, es una simplificación en aras de describir un poco la situación. De la que me consideraba algo informado a raíz de seguirla en noticieros. Pero situación que se me presentaría totalmente diferente en la realidad al estar allí. Había leído del muro que los israelíes estaban haciendo alrededor de los territorios. Pero en este viaje no solo vi el muro; también lo sentí. El mismo está compuesto por paredes de hormigón gigantes  de 10 metros de altura, que encajan perfectamente una al lado de otra; la idea es rodear completamente todos los territorios palestinos para de esa forma supuestamente evitar el ingreso de terroristas y potenciales agresores. No tengo claro si el muro está totalmente completo, pero sí lo estaba en la zona que visitamos. Es particularmente confuso, para un extranjero no hay nada claro en la situación ni las fronteras que ondulan casi caprichosamente en las colinas.

Fuimos a ver la Iglesia de la Natividad en Belén -en territorio palestino-, en un bus local desde Jerusalem. La ida es relativamente normal, acaso un par de controles con unos soldados que entran al bus y dan una mirada desinteresada. Más el regreso es otra historia; caminamos desde la plaza central un par de kms hasta llegar al muro. Esta construcción es extremadamente similar a lo que era el muro de Berlin, o el muro que en algunas zonas hay en la frontera entre Estados Unidos y México. Nos hacen pasar por una serie de molinetes y corredores cerrados, con cuartos donde se entra de a uno, y con varios controles de pasaporte. Es de las cosas más bizarras que he visto.

Para agregar a la rareza de la situación -si faltare-, dentro de los territorios palestinos están los polémicos asentamientos. Estos empezaron como una suerte de barrios privados, que en lugares son tan grandes que se han convertido en verdaderas ciudades,  donde actualmente residen cerca de medio millón de judíos, los cuales, por ley, tienen que estar protegidos por soldados, lo que agrega leña a la hoguera de una situación volátil que lo que menos necesita es crecer.

De la antigua Jerusalem se puede hablar días. Una ciudad fortificada, antiquísima, llena de pasajes, más que calles, claramente dividida en 4 partes según la religión. Es una experiencia mítica donde a cada paso uno se encuentra con lugares descriptos en la Biblia y de profundo significado religioso. En sus pasajes ora uno se encuentra con una procesión de católicos vietnamitas, todos con un gorrito de béisbol rojo, seguidos por ortodoxos ucranianos; o se topa con el muro de los lamentos donde la flor y nata de la religión judía se junta a orar y pedir a Jehová. Los guardas israelíes no nos dejan entrar en el templo dorado pues -extrañamente- no pudimos probar que éramos musulmanes!

La situación práctica es difícil de relatar, y en teoría es aún más incomprensible si uno se adentra a analizar más allá de la increíble Jerusalem o el obligado viaje a flotar en el mar muerto. Los judíos dicen que está en la Biblia, que Dios le dio la tierra de Israel a Abraham, Isaac, Jacob y sus descendientes. Y aunque en la época no habían escribanos certificando esas donaciones -cosa que no hubiera podido pasar en nuestro Uruguay tan afecto a los papeles y certificados de éstos-, alegan además que mientras los palestinos pueden culturalmente ir e insertarse -como lo han tenido que hacer- en otras tierras como Egipto, Jordania o Siria, «los judíos no tienen donde ir». Para Palestina es inexplicable que la comunidad de naciones apenas 60 años atrás un buen día decidiera repartir su país, y dejarles actualmente reducidos, ocupados, vejados y humillados, reclamando apenas un 22% de lo que antes tenían.

Cuando llegamos a Jerusalem estaba todo cerrado, era el final del año nuevo judío, y no había siquiera un kiosco abierto do comprar una galleta; para hacer la situación más interesante, veníamos de semanas de Ramadán -donde, en los países musulmanes, no se sirve ni se vende comida durante el día-. Conseguimos un sucucho barato donde quedarnos cerca del centro y nos pusimos a hibernar hasta el otro día.

La parte nueva de Jerusalem es muy moderna e impersonal, era un fin de semana y de tardecita el centro quedaba casi vacío. Así que nos fuimos a la zona árabe, donde parecía estar todos los palestinos en la calle haciendo… calle. Había otro caos, otra mugre, pero también otra vitalidad en esa otra parte del mundo a la que se cruzaba simplemente cruzando un par de barrios. Llama la atención la cantidad de jóvenes con víboras enroscadas en el cuello como si fueren mascotas. En otra calle corren carreras a caballo en el medio de la gente. Y en casi todas las esquinas, algo muy parecido, en vestimenta y actitud, a los planchas de acá. ¡Se ve que a la globalización no hay con qué darle!

El día que partíamos, tomamos un bus al aeropuerto Ben Gurion, todos con una sensación de alivio de irnos finalmente y dejarle la tierra prometida a los…prometidos. Pero el sistema tenía otra sorpresita preparada.-siempre hay sorpresita dice mi amigo Felipe-

Estábamos en la cola de entrada al aeropuerto. Una petiza de pelo enrulado y ojos verdes revisa con aire amable y casual pasaportes y boletos, y hace preguntas al pairo. Le pregunta a Rodrigo si soy su padre: ‘no’. Y si Sol es su hermana: ‘no’. Murmulla un par de cosas en su radio y sigue.

A los minutos llega un ogro goriloide gigante, nos saca a los 4 de la fila y contra una pared empieza prepotentemente a acribillarnos a preguntas de una forma estudiada donde el tono y la agresividad de las mismas van subiendo constantemente. «¿Qué hacían en Siria, porque fueron ahí, tiene amigos allá, porqué fue primero a Siria y luego a Israel…?» ninguna respuesta sirve pues deriva en otra pregunta aún con menos sentido que la primera. Y produce contradicciones, las que en su estrecha cabeza tan rapada como lavada y adoctrinada es semiplena prueba de culpabilidad. Al ver como eso se alargaba y previendo como venía la mano, les digo a mis sobrinos que no contesten más nada. Se pone como loco. Estuvimos casi una hora en esa situación.

Es increíble que un pueblo que sufrió tanto con el nazismo tenga actitudes tan fascistas con los turistas, incluyendo adolescentes. Al final manda a Sol y Victoria a otro lugar donde le abren todo en los bolsos e interrogan por el origen de absolutamente cada cosa. Y nos dejan ir.

O casi; Iberia, aún nos deparaba otra sorpresita, acaso tenían la necesidad  de confirmar, por si alguien tuviere alguna duda, que, unánimemente reconocida, es la peor aerolínea del mundo. En este caso, de varios mundos…-bueno, con aerolíneas argentinas-

Al final, que quede claro, a pesar de toda la amable insistencia de hacernos ver el error que fue ir a Siria, de lo que nos arrepentimos es de haber ido a Israel.-sinceramente lo único que es una lástima es el desperdicio de mujeres lindas-.

Lamentablemente el odio, desconfianza y animosidad milenaria, tan enraizada que sufren, no da lugar a ser optimistas a que en un futuro cercano estos mundos puedan convivir en paz. Hasta ahora simplemente han alcanzado un equilibrio inestable forjado a sangre, fuego y muros.

Pero al final los primeros siempre se agotan y los últimos terminan cayendo; lo dice la historia, y está en la Biblia también… 

  • Publicada en TACUAREMBO 2000 (11/2011)

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