¡He aquí la mayor aventura que me ha tocado en suerte! Por el esfuerzo físico, por la sucesión de paisajes magníficos y por el contacto con los formidables vestigios arqueológicos de la más desarrollada cultura precolombina suramericana. Este sendero te pone constantemente al límite de tus fuerzas, tal que por momentos maldices la ocurrencia del desafío y en otros agradeces a Dios la posibilidad de disfrutarlo. La sensación de flotar entre nubes a más de 4.000 metros de altura es fascinante y hace reflexionar sobre la infinita capacidad humana que te permite ascender hasta esa cota con el solo apoyo de dos piernas (y de los pulmones… y del corazón, porque ¡cómo late el “bobo”!).
Y todas las ruinas de la civilización inca, que de otra manera sería imposible conocer y recorrer, inspeccionarlas y estudiarlas. Pensar que los cerca de 50 kilómetros recorridos son apenas una pequeñísima fracción de los alrededor de 60.000 que los intrépidos e ingeniosos incas construyeron a lo largo del continente, desde el sur de Colombia al centro de la Argentina. A caballo de la cordillera de los Andes, superaron valles, ríos y acantilados con una red caminera que les permitió implantar su dominio y comunicarse rápidamente con todas las regiones del Tahuantisuyo (Imperio Inca).
Sus puentes colgantes y túneles son de admirar aún hoy día. La obra general consistía en trazar el rumbo aproximado, despejar y rellenar el espacio, terraplenar y cubrir la superficie con piedras seleccionadas, antideslizantes, convenientemente trabadas. La calzada tenía un ancho variable según las condiciones del terreno, entre 50 cm. a 2 metros. Los incas no usaron caballos ni tuvieron carruajes porque tampoco conocieron la rueda, de manera que sus caminos fueron empleados por hombres a pie o llamas.
El tramo por nosotros caminados es el más famoso por su promoción turística a nivel mundial. Es la última sección de la vía que comunicaba Cusco con Machu Picchu, es decir, la capital imperial con una de sus más importantes ciudades satélites, diagramada en un rincón agreste e inaccesible, tal que aún hoy su construcción y función sigue siendo un enigma. El trazado sigue la línea de las altas cumbres porque el hombre del ande confiaba en las alturas, su cosmovisión de desenvolvía en ese ámbito de luminosidad, buen aire y frío, hostil a las plagas que contagian moscas y mosquitos de la llanura y el bañado. El inca andaba siempre en las alturas, a las que rendía culto y admiraba como elevación del espíritu. Prefería los peligros montañeses al clima sofocante de la quebrada. Abajo, las crecidas y riadas del río Urubamba, con sus inundaciones y calamidades, son frecuentes, dañinas y temibles. El hombre moderno, cambió estos hábitos: sus rutas de penetración siempre acompañan los ríos. Hoy se llega a Machu Picchu en tren, por abajo, costeando el Urubamba…
Ya mencioné que para acceder al Camino del Inca, Quapaq Ñan en quechua (camino del Rey) hay que formular reservas con meses de anticipación y contratar agencias especializadas que proveen de equipos, guías y porteadores. Dije del negocio montado en torno a esta maravilla, regido por el dólar y el euro. También de cómo convencí a las autoridades cusqueñas que también los hermanos continentales tenemos derecho (y solamente flacos $$$ pesos…). ¡Y logré vacantes y… una tarifa accesible! El que no llora, no mama… Así fue que el domingo 12 de diciembre partimos de Cusco en un taxi contratado por nuestro guía Livorio Quispe. Descendimos en el kilómetro 82 de la vía férrea, en Piskakachu, punto de partida del Camino del Inca de 4 días de duración. Después de las acreditaciones en la cabecera oriental del puente colgante sobre el río Urubamba, atravesamos el mismo, dando inicio a la caminata. El guía deberá presentar la documentación en cada uno de los puestos de control y vigilancia distribuidos a lo largo del camino. Asimismo, en esos puntos, debe dar cuenta y entregar la basura generada por nosotros… ¡Saludable medida de preservación del medio ambiente! Todos los días ingresan al circuito 500 personas…Cada uno de nosotros porta su mochila, cargadas con nuestra carpa, ropas, colchonetas, bolsas de dormir, provisiones y mucha, mucho agua. Y máquinas fotográficas, grabador y accesorios…
Lo primero que nos llamó la atención fueron los regimientos de porteadores, peones nativos encargados de trasladar las pertenencias de los turistas, servicio que no contratamos para abaratar costos. Lo segundo fue la envidiable limpieza del gringaje, que marchan livianos con la botellita de agua, una mochila chica con galletitas, cámara de fotos y elegantes bastones de titanio…
Esta primera jornada es de precalentamiento y aclimatación porque insume unas 6 horas y ascendemos de los 2.570 metros a los 2.980, nada más que 400 metros… Claro que la ruta no es una rampa de suave gradiente sino un sinuoso y quebrado sendero en permanente sube y baja. Caminamos un trecho paralelo al río Urubamba con la diferencia que mientras este baja, nosotros ascendemos. Pasamos el poblado de Miskay entreverados con muchos lugareños que transitan la misma senda, con sus burros y bultos. Hasta que en las ruinas de WILLKARAKAY doblamos a la izquierda, bien al oeste, y nos internamos cuestarriba en la quebrada del río Kusichaca. Al frente y debajo de las ruinas citadas, avistamos la ciudad inca de Q’ ENTIMARKA, una panorámica excepcional. Al mediodía hicimos alto en el caserío de Tarayoq donde “almorzamos” lo mínimo posible porque el cansancio y la altura sacan las ganas de comer. Un palo con un trapo rojo en la punta indica que el “restaurant” también es una chichería.
De ahora en más, sabremos que en esta zona del Perú, esa seña indica el expendio de chicha, bebida incaica que se obtiene de la fermentación del maíz, con alta graduación alcohólica. A las 15:00 llegamos a Wayllabamba, donde acampamos. El enclave es un vallecito apretado entre montañas gigantescas, confluencia de dos ríos que forman el Kusichaca y de tres caminos: el que acabamos de transitar que comunica con el Valle Sagrado, el que sigue al nevado Salkantay y el que conduce a Machu Picchu. Después de acampar, visito las ruinas de PATAWASI, una fortaleza inca que controlaba tan estratégico lugar. Y nos dormimos temprano porque estamos agotados, llueve y la jornada de mañana será por demás intensa…
El segundo día es el más difícil del Camino del Inca. La exigencia física es sobrehumana: de un tirón hay que subir de los 2.980 de Wayllabamba a los 4.215 del Abra Warmiwañuska. Hay descansos, kioscos de aprovisionamientos, lugares donde acampar, etc. pero la escalera es interminable y cada vez más empinada. Son 1.250 metros de repecho que te hacen dudar si resistirás y para qué carajo te metistes en este baile…. Siete horas en que al final el régimen se compone de 10 minutos de marcha y 10’ de descanso (o 5 y 5…) porque el organismo no da para más… Para colmo en el último trecho se desencadenó una típica tormenta de montaña y a esas alturas, la lluvia es parienta del garrotillo, helada, peor que nieve. Casi no pude sacar fotos, por la mojadura y porque los dedos encarangados no podían ni oprimir el disparador….
Marcela se retrasó y en su espera, nos constituimos en los últimos de la caravana, después de ser los primeros en partir. Pero sobrevivió… ¡y conquistó la mayor altura del itinerario! ¡¡¡Y se curó del socoche, definitivamente…!!! Continuamos, ahora cuestabajo en pendiente más pronunciada aún, con el aditamento que la calzada se convirtió en un torrente de agua que no deja ver los escalones y la mochila empuja y golpea la espalda en cada peldaño. Nunca puede determinar qué es más difícil, si subir o bajar. Se suele creer que lo primero, pero es un engaño: en el descenso trabajan otros músculos, “los frenadores” que casi nunca se ejercitan y terminan deshechos (arriba de las rodillas). Además, la carga te aplasta la espalda… Para colmo, los incas no caminaban, corrían permanentemente y diseñaron los escalones más altos de lo normal.
Finalmente, tras 9 horas 15’ llegamos al campamento de Paqaymayo… ¿Para qué? Imposible armar la carpa en el lodazal, bajo lluvia, empapados, duros de frío y con la amenaza de la crecida del río. De todas las montañas circundantes caen cataratas de agua y confluyen justo en este embudo. Del abra hasta aquí bajamos 600 metros… ¡que mañana tendremos que recuperar! Livorio chamuya a los guardaparques (¡gracias René Espinoza!) y nos conceden su oficina, en la que nos acomodamos como podemos. Cuando Silvia cree tener ordenado el piso, cayó un aluvión de changarines fugados de la intemperie y dormimos amontonados como ganado en jaula pal’ matadero… acalorados!
El tercer día amaneció despejado. Otra vez punteamos y a las 05:45 empezamos a repechar el sendero. Por la mitad de la cuesta, visitamos RUNKURAQAY, un fuerte y tambo incásico, vigía del paraje y surtidor de los andantes del camino real. Su diseño pétreo es un extraño alarde de simetría arquitectónica. A tres cuartas subidas se abre una pequeña meseta que alberga la laguna de Qochapata, abrevadero de ciervos y otras especies de la fauna indígena. Un esfuerzo más y alcanzamos el Abra Runkuraqay a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar. Desde las ruinas descriptas hasta esta cima, conté 1.090 escalones, equivalentes a escalar un edificio de 55 pisos. Es la última gran cuesta porque a partir de ahora no pararemos de bajar hasta los 2.500 metros de Machu Picchu. El paisaje es imponente: al oriente la cordillera andina Oriental con el Verónica de 5.682 metros y al oeste el Salkantay con sus 6.264 m.s.n.m.. Aquí descansamos con un grupo de porteadores que ya nos han dado caza porque “caminan” en 1 hora lo que a nosotros nos insume 2 horas 15’… Otra vez la bajada abrupta, repasamos la laguna de Yanacocha y se nos presenta la ciudadela y fortaleza de SAYAQMARKA, un prodigio de la ingeniería civil y militar incaica. Está construida en un contrafuerte montañoso inaccesible, desde donde se domina buena parte del camino y el valle.
Accedo a ella por una escalerilla imposible. El conjunto laberíntico se amolda a los caprichos de la naturaleza como todas las obras incas. Colgado del vacío, tiene su propio manantial surtidor del vital elemento (que le daba autonomía en caso de ser sitiada durante una guerra), el sector religioso, el civil y terrazas de cultivo. Desde allí se divisa, abajo, QONCHAMARCA, tambo al servicio del tránsito que no necesitaba acceder al enclave principal. Continuamos, tal vez por la parte menos esforzada de la ruta, manteniéndonos en torno a los 3.600 metros, alternando por el lomo de la “cuchilla” y el bosque de nubes. Flotamos entre las notas de dulces melodías andinas que Livorio le arranca a su quena… Atravesamos una serie de túneles increíbles, horadados en la roca sin dinamita ni barrenos. Los desfiladeros en herradura y las cornisas te obligan a no perder pie… Al oriente volvemos a otear el río Urubamba, allá abajo, y la insinuación de Aguas Calientes, a un paso de Machu Picchu… El mediodía lo hicimos en PHUYUPATAMARKA, otro puesto de control y campamento base. Junto al mismo se encuentra el sitio arqueológico del mismo nombre, “pueblo sobre las nubes”.
Planta urbana con recintos sagrados, viviendas sacerdotales y cívicas, terrazas agrícolas y una serie de fuentes centrales alineadas en la dirección de la corriente de agua que surge del manantial arribeño. Otro típico modelo constructivo incásico. A partir de aquí, cuestabajo escalera tras escalera, algunas talladas en la mismísima roca. Más túneles, tambos-postas y la selva en toda su magnitud. Nos sumergimos en una ceja de selva subtropical, dominio de plantas y flores exóticas, bambú en abundancia, reino de los pandas peruanos, los osos de anteojos que se comen unos brotes a metros de nuestro paso… Así llegamos a la bifurcación: Marcela siguió con Livorio al campamento de Wiñaywayna y nosotros a conocer INTIPATA, otro asentamiento inca. Increíble por la extensión de sus terrazas y porque todo el complejo se construyó en la ladera empinadísima de la montaña. De ahí las larguísimas escaleras no aptas para vertigosos…
Arriba están los templos y a un costado las viviendas comunes. Las acequias corren junto a las escalinatas. A doscientos metros más abajo, encontramos el campamento y nos acomodamos en una de las terrazas vacías a 2. 690 metros. Hoy caminamos 10 horas y bajamos 1.000 metros… Muy cerca está la más bonita de todas las ciudades visitadas estos días: WIÑAYWAYNA, también obra maestra de la arquitectura inca, una joya urbanística. Me encantó su entorno natural, su orientación al este, en comunicación con la salida del sol y su disposición y distribución en el terreno. Aparte que sus construcciones son abundantes, bellísimas y muy bien conservadas. No se por qué, pero allí se respiran aires de elegancia y fineza… Al final del día pudimos ducharnos con agua caliente y desfrutar de la exquisita cena que Livorio consiguió del chef que atiende a los gringos ricachones.
Nuestro guía es un personaje del camino, conocedor de cada rincón, de la historia, costumbres y tradiciones incas; quechua parlante; apreciado por los lugareños y respetado por sus colegas; un personaje que los demás turistas envidian y por el cual pagarían cualquier una fortuna… ¡A dormir que mañana 15 de diciembre, al amanecer, avistaremos Machu Picchu! e ingresaremos por el camino imperial, desde las alturas…
Crónicas de Viaje – Schubert Flores Vassella
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