Recordar a aquella…
Aprovechando la oscuridad del local, el humo que flotaba, la música seductora, para que los clientes pagaran las copas y bailaran, caíamos con el Darno y algunos otros amigos, ya pasada la media noche, al lugar más prohibido del pueblo, éramos menores, pero no tanto, es más, a las mujeres que allí ejercían el más viejo de los oficios, les provocaba mucha gracia cuando les decíamos que debían sindicalizarse para que no las explotaran, que ellas realizaban un trabajo y debían defender sus derechos.
Nosotros no teníamos medios para hacer uso de los servicios, éramos más una molestia que cualquier otra cosa, además, nos trataban como niños, cosa que nos molestaba bastante, pero nos permitían, a veces, hasta cantar.
En el show ella bailaba la danza de los siete velos, según anunciaba el animador, (probablemente soñó con otros escenarios). Entre giros y vueltas, iba despojándose de las telas de colores que la cubrían, hasta quedar desnuda, las primeras veces nos obligaban a salir durante ese acto, pero después ya no se molestaban en echarnos.
Durante el día cuando te cruzabas con alguna de ellas por el pueblo, no te saludaban, ni te miraban, para que nadie sospechara, que las conocías.
Tiempo después, cuando recién había llegado a la capital, estaba ojeando libros en las mesas de una librería, y de pronto la vi entrar con su abrigo imitación de piel de leopardo, me sorprendió verla en ese lugar, me arrimé a saludarla, me reconoció y se sintió muy emocionada por mi actitud de saludarla con naturalidad.
No supe nunca más de ella, pero un día que decidí terminar una canción, que llevaba tiempo entre mis proyectos, motivada por un artículo que leí en la revista “Humor”, (que se editaba en Argentina). El tema en cuestión, hablaba sobre las palabras gastadas por su uso y abuso, y que a veces, son usadas para expresar lo contrario de su sentido habitual, (cuando queremos decir que alguien es sumamente destacado en algo, decimos: – ¡Que hijo de puta!)
Pero resulta que las canciones, a veces suelen decidir tomar otros rumbos y lo único que podemos hacer, es seguirlas.
Probablemente estaba yo, recordando con saudade a mi compañero Darno, y el tema se fue, a recordar a aquella…
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Exilios
Como el tiempo va mellando la memoria, he decidido escribir algunas vivencias que el camino elegido me ha dado.
Cierto día, allá por los noventa y algo, mientras compartíamos tareas en la cocina, conversábamos con Graciela sobre la vida del estudiante del interior, que, en aquellos años, no tenían otra alternativa, (si querían hacer una carrera universitaria) que viajar a la capital. Por cierto, hoy, gracias a la descentralización hay otra realidad.
Los muchachos y muchachas que venían de adentro del país, tenían que aprender a conocer una ciudad distinta a la suya, a cocinar, a administrarse, a realizar todas las tareas que implican vivir sólo, cosas que un estudiante de la capital, generalmente, no tenía que asumir.
No recuerdo ahora si Graciela ya había terminado la universidad, yo seguía estudiando, aunque desde el 74 vivía en Montevideo, entre conversa y conversa fui tratando de versificar el tema de la conversación, fui confirmando esa condición de exiliado permanente que nos va invadiendo.
Llega un momento que el pueblo nuestro nos resulta extraño, de las vivencias del mismo ya no fuimos parte, de la capital tampoco somos, y también las nuevas experiencias nos van cambiando.
Cuando tenía medio terminada la canción, no lograba conformarme el verso que hablaba de la clásica encomiendo con los elementos vitales que llegaban de nuestros padres con cierta periodicidad.
Entonces le pedí a Mario (Carrero) que con su habilidad para el verso tratara de darle un vuelo un poco menos concreto de lo que yo pretendía decir al respecto.
Así lo hizo y salió la canción “Exilios” que grabamos en el primer CD que editamos con el nombre de “Identidades”. Desde entonces, varias generaciones de estudiantes se sintieron identificados con la canción, y es el mayor premio que un autor puede recibir.
- Extraídos de Facebook
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