El Instituto Nacional de Colonización entrega, en promedio, una fracción de tierra cada seis días y brinda oportunidades a los productores que en muchos casos no las tenían. Esta crónica refleja la historia de una familia de productores que dejó de pagar un alto precio por una tierra poco productiva, ante el riesgo de perder su trabajo, y que ahora paga una renta tres veces menor por un campo cuatro veces más productivo. Seguramente los archivos del Instituto Nacional de Colonización estén repletos de historias como la de Jorge Sarnícola y su familia. Cada una de esas historias tiene la misma importancia, puesto que todas refieren a una familia o un grupo de asalariados rurales que, asentados en el campo, no desistieron de querer trabajar la tierra para criar allí a sus hijos.
El gerente regional del Instituto Nacional de Colonización (INC) en Artigas, Héctor Rodríguez d´Avila, registró el caso de la familia Sarnícola, porque «es la muestra del trabajo diario de un instituto, a veces invisible, pero que está presente en la vida en campaña».
Esta familia está compuesta por Jorge, su esposa y tres hijos, quienes dedicaron su vida al trabajo rural, subsisten en un predio arrendado en la zona de Tres Cruces Chico en el departamento de Artigas, donde desarrollaban la cría de ovejas y algunas pocas vacas. El predio que arrendaban y explotaban está compuesto por 180 hectáreas con un índice Coneat 17. La casa que habitaban, construida por Jorge, era una vivienda de costaneros de eucaliptos y chapas de zinc. Por este predio pagaba una renta de 90 dólares por hectárea al año, llegando a una cifra de 16.200 dólares anuales.
En el último tiempo la familia vio comprometido su futuro como productora, debido al alto costo del arrendamiento en relación con el nivel de producción del predio, puesto que el índice Coneat refleja el nivel de producción del suelo para la cría de ganado bovino y lanar, cuyo nivel medio es 100. Ante el pedido del propietario del terreno de abandonar la fracción, la familia Sarnícola vio la probabilidad de perder su fuente de ingresos, dejar la producción rural y su permanencia en el campo.
Sin embargo, luego de un proceso de selección de aspirantes a colonos, el 15 de febrero, se le adjudicó la fracción Nº 10 de la Colonia Gral. José Artigas a esta familia. Este predio es de 356 hectáreas con un índice Coneat 77 —lo que equivale a una fracción de 274 hectáreas Coneat 100—. Cuenta con una casa principal, una casa secundaria, además de otras construcciones para habitar, galpones y corrales, y son todas las construcciones de grandes dimensiones y de buena calidad.
El costo de este arrendamiento es de 39 dólares por hectárea al año, lo que se traduce en un costo total de 13.884 dólares anuales, en un terreno cuatro veces más productivo en comparación con el que arrendaba anteriormente. Además de los evidentes beneficios económicos, esta nueva situación le permitirá a estos productores rurales acceder a una mejora sustancial de su calidad de vida.
Actualmente el INC dispone de unas 375.000 hectáreas del territorio nacional, más150.000 hectáreas que son propiedades de colonos, pero que igualmente están afectadas al régimen de colonización. Son unas 200 colonias en las que trabajan más de 3.000 personas que optaron por establecerse en el medio rural. Ser colono y cumplir con las obligaciones que indica el INC promueve que las familias rurales accedan a la tierra por un período extenso, puesto que la propiedad puede ser heredada por los hijos en el futuro. Ser colono promueve al productor a planificar mejor su negocio, invirtiendo, incorporando mejoras y fomentando la sustentabilidad del sistema productivo familiar a lo largo del tiempo.
La proyección del Instituto Nacional de Colonización es cubrir a todos los productores aspirantes que, como Jorge y su familia, quieren tener una fuente de trabajo, criar a sus hijos y hacer lo que mejor saben hacer: trabajar la tierra y crecer en ella.
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