TACUAREMBÓ: Las Fiestas en casa después de una década

Por Bettina Silva Carneiro. (*)

“No te olvidés del pago
si te vas pa’ la ciudad
cuanti más lejos te vayas
más te tenés que acordar”

«Pa´l que se va» – A. Zitarrosa

Volver a Tacuarembó para pasar las Fiestas después de diez años sin hacerlo fue una experiencia movilizadora, tan transformadora como nostálgica. Lejos de ser una visita fugaz como todas las últimas, me fui quedando y quedando a través de un fuerte tirón invisible y un llamado interior a permanecer y estar.

En el estar, reconectar con mi familia, repasar por lugares, hacer las mismas cosas que antes, verme con amigos, volver a retomar anécdotas y recuerdos, repensar proyectos y cierres, e incluso revivenciar la sensación de “autoexilio” de la última vez que me fui del todo fue, realmente inmenso. Esto hiló fuerte a las raíces que definen quién soy.

Llegar para la Navidad, fin de año e incluso seguir hasta la llegada de los reyes magos, más allá de toda creencia o vibración le dio un toque especial a este regreso a pura sensaciones, emociones y reencuentros. Compartir abrazos llenos de amor y risas que solo la cercanía de los seres queridos puede provocar con anécdotas que parecían congeladas en el tiempo esperando ser retomadas y compartires de plena confianza… resetea.

De alguna manera también fue reafirmarme en mis elecciones, confirmar que el salto cuántico de oveja negra siempre es apertura y que forja los movimientos y constelaciones naturales del sistema familiar y de los círculos más estrechos y no tanto. El alma en eso, no se equivoca.

Que movilizante animarme y volver a entrar a la casa de mis abuelos, sentir los aromas, las dinámicas, las voces, los sentimientos, herirme al ver en ella el paso del tiempo, desquebrajada, gris… ¿Adónde quedaron todos sus colores? ¿A dónde fueron a parar los quinotos, las naranjas, las hortensias? ¿Por qué ahora los lugares se nos reducen a pequeños cuando en nuestra niñez eran inmensos?

Volver a “hacer portal” en mi querida Dr. Ivo que tanto me vio ir y venir, “hacer plaza” en la Colón, de todas mis tardes después del liceo, la de las primeras miradas y del primer amor. Darle la vuelta al mundo en “El Hongo” de tantas infancias, escuchar unas lonjas del Bulevar, ver el cielo estrellado del Balneario Iporá con la mejor compañía posible en este presente, comer boniato con chinchulines en la vieja casona del “baile de los negros”, hacer tierra en Valle Edén, lugar de mi niña india, caminar Tacuarembó de punta a punta, los mates del Mattus en su Seregni. Disfrutar de los más lindos atardeceres norteños y del arco iris de bienvenida. Bailar y cantar con mis padres y hermana. Jugar como niña. La máquina de coser de la tía Mary. Los cherrys de Juan. Entrar al viejo Liceo 3 y al Sacramentado que ya no es. Los mates con Gustavo y el “Tacuarembó 2000”. La risa de Andy. Todos estos fueron grandes regalos.

En un Tacuarembó de diciembre-enero no sólo me sorprendió la falta de un calor “que raje la tierra” y resulte inhumano. Tacuarembó ha cambiado y ha cambiado a cada paso. En cada rincón se siente cierto aire de crecimiento: nuevos edificios que se alzan donde antes solo había casas bajas, restauración de algunas casonas, el nuevo edificio de viviendas para los jubilados, el realojamiento del “cantegril de INIA”, la recuperación de una avenida como la Secco Aparicio que ahora tiene comercios, circulación y vida. La remodelación del Parque Rodó, de la Plaza de la Cruz, la luminaria de La Matutina y “la ruta nueva”, del Balneario Iporá con sus nuevas residencias y senderos, el arreglo de la Avenida Oliver, en una importuna época más necesario. Lugares emblemáticos como la Plaza 19 de Abril mantienen su encanto, pero ahora comparten protagonismo con los museos – penosamente cerrados en esta temporada del año – y un reluciente Teatro Escayola que vuelve a ser faro cultural, y que da gusto ver erguido pese a otros tenores.

La reciente inauguración de la Residencia Universitaria y la incorporación de las nuevas carreras en el CENUR han abierto puertas a jóvenes de todo el departamento y la región brindándoles la oportunidad de formarse en su propia tierra. Esto es un gran avance y es maravilloso de ver para quienes investigamos y estudiamos tanto todo el camino recorrido para lograr la descentralización universitaria desde la década del 70. Asimismo, la apertura de un nuevo liceo que refleja el crecimiento de los barrios y su expansión brinda esperanza sobre un compromiso genuino con la educación.

Las mejoras en la infraestructura se ven y fueron hechas para que así sea, lo que no es bueno ni malo, es. Las mejoras en los viejos y queridos puentes “del Barrio López” facilitan la movilidad, y la modernización del alumbrado público, con la instalación de luminarias, ha transformado la ciudad en un lugar más seguro y acogedor durante las noches.

Y a pesar de estos cambios, la esencia de Tacuarembó sigue intacta. Aquí, la vida se desliza con una calma que contrasta. Esta quietud, que por momentos es quimera también tiene su lado desafiante: un espíritu que parece resistirse al cambio social y cultural. En muchas conversaciones, percibí el eco de rutinas inquebrantables, de sueños y deseos postergados por miedo o comodidad, pese a la oportunidad. ¡Qué difícil parece hacer algo diferente hoy, porque se está hoy y mañana no se sabe!

No deja de ser paradójico. Una ciudad que evoluciona en lo tangible –estructuras, espacios, propuestas–, pero que, en lo intangible, en el dinamismo de su gente, aún tiene camino por recorrer. Quizás, como tantos tacuaremboenses, yo también comparto ese anhelo de una ciudad que se atreva a más, que convierta su potencial en realidad. Por su gente, mi gente porque no se trata de cambiar de paisajes si no de mirar con otros ojos.

Algunos le llaman idiosincrasia, esa que convierte a los viejos cines en comités políticos como norma, y pone a los mismos candidatos siempre al frente pese a la sangre nueva vista en las calles. Esa que habla con la óptica en la nuca ajena, y no mira un poco más allá de sus pasos. Esa que no aprovecha el disfrute y las muestras de cariño o de nuevas sensaciones para vivirlo y de verdad sentirlo.

Este viaje fue un recordatorio de que el hogar no solo es un lugar, sino un conjunto de emociones, memorias y contradicciones. Tacuarembó sigue siendo mi casa, con todo lo bueno y lo pendiente. Me quedé con ganas de la peña en el Picante, para que, con la murga escuchar quizás algo diferente. Me quedé con ganas si, de algunas cosas…

 Volver a Tacuarembó en fechas especiales no solo me hizo redescubrirla, sino también entender que siempre será parte de mí, no en vano inicio esta nota con el mismo extracto de Zitarroza de mi primer artículo a los 16, así y todo, aunque el tiempo y las distancias nos cambien.

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Ana Bettina Silva Carneiro: Periodista, gestora cultural, productora. Nacida en Tacuarembó, en su tierra natal trabajó en la Revista «Tacuarembó 2000», en Radio Zorrilla de San Martín y Canal 4. Colaboró además en proyectos locales del CLAEH así como en investigaciones de monitoreo de audiencias. Fue corresponsal por Tacuarembó en el diario La República, y luego cronista del multimedio en las secciones Política, Sociedad y Cultura. Trabajó en los suplementos «Café&Negocios» y «Emprendedores» de “El Observador”. Por 4 años fue productora periodística de Aldo Silva, en Metrópolis FM. Participó en “Radio A Pedal”, revista Lento de “La Diaria”, en el portal de cultura Cooltivarte y en el libro «Entre el Cuervo y el Ángel» sobre Eduardo Darnauchans de Marcelo Rodríguez Arcidiaco.

Trabajó con Érika Hoffman y Gerardo Griecco en publicidad y producción de espectáculos, entre los que destacan artistas como Jorge Esmoris, Raúl Castro, Laura Canoura, Ismael Serrano, entre otros.

Estuvo a cargo de la dirección y producción de Cine y Teatro ALSUR en Atlántida, bastión de la cultura en la Costa de Oro. Se dedica a la producción periodística de proyectos documentales audiovisuales y a la gestión cultural, producción y prensa de los mismos a través de plataformas itinerantes de acceso abierto y gratuito junto a Efecto Cine y Medio&Medio Films.

Ha estado a cargo de la comunicación y marketing de diferentes instituciones y empresas. Actualmente es la encargada de comunicación institucional de Universidad CLAEH, asesora a emprendedores y cooperativas, proyecta independiente y está cada vez más cerca del periodismo que cuenta historias.

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