Era escribiente en el bufete de un Abogado
Respetable. Pasaba en limpio y corregía
(a veces) los legajos que su patrón enviaba
al Juzgado Letrado Departamental.
Era afeminado en sus gestos. (La madre,
había sido madre/padre de su hijo). Lo vistió
como se vestían los niños pequeños a comienzos del S.XX; indiferenciados, niños y niñas. (Si no me crees busca en los cartones sepias de las fotos de dicho tiempo). Escribía poesía. La poesía que se estilaba
en los años 50 por estas latitudes.
Con una dependencia absoluta a lo que fuese «poesía»
en la Metrópolis (o sea España). Donde
regía el régimen franquista, y una ola
de falsa poesía mística o metafísica
o poblada de ninfas y gacelas, ocupaba
las páginas. (Por debajo, algún José Hierro,
un Miguel Labordeta, un Gabriel Celaya,
masticando polvo escribían, un Blas de Otero
se atrevía con su «Ángel fieramente humano». Lo mejor
de España sobrevivía en el exilio, o inauguraba
el «postismo» que, como la reflexión de Góngora
era «para pocos»). Perdona este descargo.
El solitario oficinista, enviaba sus sonetos
a todo Concurso que se abriese, a toda revista
literaria. En alguna (menor) le publicaron
un soneto. El poeta de la Underwood mostraba
a todo inocente de la clientela del Doctor
dicha publicación, mientras su mano recargada
de anillos, jugaba con la cadenita de oro
con la Imagen de la Virgen, que su madre colocó
en su cuello como la soga de la horca.
Cuando eran jóvenes discípulos del Doctor
(éste daba clases de Idioma Español en el Liceo)
el oficinista buscaba la manera de interesarlos
sobre su poesía. Y si alguno padecía
por la misma, le ofrecía su obra y sus oficios.
2
Pero lo que no hemos dicho
del poeta oficinista,
es su terrible soledad. En una ciudad del Norte,
sin revistas, casi sin periódicos, dónde
¿publicar un verso?
¿Leerlo en la audición cultural de la Difusora
Juan Zorrilla de San Martín?
¿En alguna kermese, a beneficio de un colegio
o una fecha patria, en el Teatro Escayola
(hoy Teatro Uruguay)?
Por eso, con una actitud de arañita que acecha
la mosca incauta, al primer amago de un cliente
del Doctor de gustarle la lectura,
sacaba, de entre un mitin de legajos, la revista
que le había publicado el soneto.
Con algo de modestia y mucho de desesperación,
esperaba el juicio de su lector de turno.
Después, ya nuevamente solo,
castigaba los tipos desgastados de la Underwood
con el legajo urgente.
Había otro legajo urgente, que nadie daba trámite,
sus sueños, su pobre vida.
(Washington Benavides – Repara en el hombre (genérico)
que está solo. Recuerda que no eres una isla. 20 de abril
del 2012. Montevideo)
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