Cómo viven y trabajan los cronistas en un país donde murieron cinco colegas en dos meses – El 16 de agosto, dos días después de que el ejército de Egipto desalojara con las topadoras los campamentos de los simpatizantes de los Hermanos Musulmanes, David Alandete, corresponsal del español El País en El Cairo, envió un tuit de advertencia a sus colegas en el terreno: “Desde donde estoy ahora junto al Nilo, aislado por el ejército en un soportal, solo se oyen disparos constantes y ambulancias”. Le respondió Ismael Monzón, también reportero en la capital del país más poblado del mundo árabe. “Compañero, mucho cuidado de verdad. No está la situación para jugársela.
Es una locura…”. Alandete y Monzón pueden ahora recordar la anécdota, pero otros no: en los últimos meses fallecieron cinco periodistas en Egipto y otros 120 fueron detenidos, secuestrados o atacados. Los que están detrás de las historias tienen la obligación de hacerse de coraje y encontrar el justo medio entre el deber de informar con precisión y la necesidad de resguardar su propia vida.
“A finales de julio, un día de protestas estaba en la plaza Tahrir preguntándole a la gente quién era el presidente”, contó a El Observador Francisco Carrión, español, corresponsal de El Mundo y El Comercio. En eso, “aparecieron dos tipos vestidos de civil y me pidieron la acreditación. En un primer momento me negué porque no tenían por qué pedírmela, luego me persiguieron e intentaron detenerme. Entonces entendí que eran de la Policía secreta o de los servicios de inteligencia y entregué los documentos. Hay que ser delicado, y más cuando después de dos años y medio se tiene la sensación de que este país hizo una involución, han vuelto las medidas más restrictivas contra la prensa. Todo lo que había desaparecido o había sido más laxo desde la caída de Hosni Mubarak”.
Tahrir, que una vez fue el centro de las protestas que derrocaron a Mubarak después de 30 años, sigue siendo un lugar de revueltas pero el clima ahora se ha vuelto más hostil y abundan las denuncias de agresiones sexuales. Tanto es así que en los primeros cinco días de julio se registraron 180 casos. Louisa Loveluck, británica que escribe principalmente para el Global Post y el Daily Telegraph, directamente ya no se acerca a la zona para evitar esos “tristes hechos rutinarios”, según relató a El Observador.
Durante los desalojos de los islamistas y las revueltas –de los que Carrión, Loveluck y otros tantos se mantuvieron alejados– fallecieron cinco cronistas, de acuerdo con Reporteros Sin Fronteras y el Comité para la Protección del Periodismo.
Los muertos fueron Ahmed Samir Assem (fotógrafo de 26 años que filmó su propia muerte), Mick Deane, camarógrafo de 61 años de Sky News, Ahmed Abdel Gawad, del diario estatal Al Akhbar, Habiba Ahmed Abd Elaziz, de 26 años (estos últimos fallecieron en la plaza Rabaa Al Adawiya) y Tamer Abdel Raouf, que perdió la vida a causa de los disparos de las fuerzas de seguridad contra su auto.
Se calcula que en el mismo período, entre julio y el presente, 80 periodistas fueron detenidos y otros 40 agredidos.
Por ejemplo, el 22 de agosto varios corresponsales en El Cairo tuitearon pidiendo socorro. “Urgente pedido de ayuda en el número 41 de la calle Nawal, periodista amiga, gracias”, escribía Tom Rollins. La implicada era Rachel Williamson, cronista neozelandesa de la que se había perdido la pista. Finalmente, desde su cuenta aparecieron unas palabras que tranquilizaron a varios. “¡Sana y salva! Engañada y asustada por un egipcio demente, pero ahora todo bien”. También Hugo Bachega, periodista brasileño que no aparecía, finalmente tuiteó y transmitió calma.
La batalla retórica – A mediados de agosto, las autoridades enviaron a los corresponsales extranjeros en Egipto un correo electrónico en el que admitían que el país “siente una gran amargura hacia algunos medios de comunicación occidentales” debido a su “sesgada cobertura parcial a los Hermanos Musulmanes, haciendo caso omiso sobre sus actos de violencia”.
En efecto, si en el terreno de batalla los reporteros tienen que pelear por no perder la integridad, en el plano escrito sucede otro tanto, pues tienen el desafío de informar lo que de verdad sucede y abrirse paso entre las amenazas y las distorsiones. “Se han negado una y otra vez y les ha molestado mucho que usáramos el término ‘golpe de Estado’. Hubo una batalla durísima”, contó Carrión.
A su entender, “hay una burda propaganda en la que se intenta introducir en el imaginario colectivo que los Hermanos Musulmanes, que hasta hace días estaban en el poder y han ganado en cinco elecciones durante estos dos años y medio, son terroristas. Lo vemos constantemente en las televisiones, en la prensa, se ha intentado tapar esa represión por parte de la policía”.
Como muchos periodistas siguieron haciendo su trabajo, un asesor presidencial tuvo que aparecer en televisión y en inglés decir que los cronistas extranjeros estaban haciendo una cobertura de los hechos que estaba viciada y repleta de islamismo.
Luego las acciones se tornaron más directas y, al cierre de cinco medios de comunicación en los primeros días de julio, este martes se sumó la interrupción de otros cuatro canales. Uno de ellos es la filial local de Al Jazeera, medio que ya anunció que presentará una denuncia penal porque, además, dos de sus reporteros estuvieron detenidos durante más de un mes.
Ante semejante bloqueo informativo en el país, el trabajo de los que escriben para el extranjero adquiere doble relevancia, y así lo ven los protagonistas. “Hay muchas presiones públicamente para hacernos desistir de contar la realidad y por eso nuestro trabajo ha tenido mucho sentido: cuando ha habido un apagón periodístico interno fuerte hemos contado y hemos levantado acta de lo que está sucediendo”, declaró Carrión.
“Creo que mi familia está acostumbrada. Para ellos Egipto es casi un segundo país, están muy pendientes de todo”
Francisco Carrión
Corresponsal español
“Mi familia está orgullosa de mí pero no puedo pretender que estén contentos de que esté aquí cuando hay violencia”
Louisa Loveluck
Corresponsal británica
Cuando llega la hora de replegarse y atestiguar desde más lejos –“Los periodistas están más en peligro que en la era de Mubarak, en términos de trato legal y físico”, declaró recientemente Sherif Mansour, coordinador de Medio Oriente y el Norte de África para el Comité para la Protección del Periodismo.
El nivel de violencia al que se exponen depende de qué tanto se acercan los cronistas al peligro y, así como no acude a la plaza Tahrir, Louisa Loveluck también toma otras precauciones. “Si escribes sobre protestas violentas, entonces claro que puede ser peligroso. Pero te mueves con mucho cuidado y haces delicadas evaluaciones de riesgo en tu mente a cada paso que das. No tienes que estar en la primera línea para informar de la violencia, por ejemplo. Si te ubicas a cierta distancia, seguramente puedas igualmente tener una buena apreciación de lo que está sucediendo”, indicó a El Observador por correo electrónico, al tiempo que destacó que, pese a que en algunas zonas reina la violencia, muchas veces en otras hay absoluta seguridad. “Puedes ver a la Policía enfrentando a los que protestan en una calle y en la siguiente encontrar gente sentada en la vereda tomando el té, totalmente despreocupada por el espectáculo que se está desarrollando a apenas unos metros”, relató quien reside en El Cairo desde enero de este año, después de una estancia más breve en setiembre de 2011.
Francisco Carrión, que está en Egipto desde enero de 2010, también aprendió a moverse con un sexto sentido. “Hay momentos en los que notas que se enturbia un poco el ambiente y hay posibilidades de peligro. En esos momentos hay que ser un poco consciente y no temerario y saber que es tiempo de replegarse un poco o marcharse”, explicó por teléfono.
Carolina Bellocq @carobellocq
De elobservador.com
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