A Felipe; único náufrago con faro propio, parte de “mi” África – con quien se pertenecen mutuamente – // “El tamaño de un hombre puede medirse por el tamaño de las cosas que lo encolerizan” T.M. Con las venas del cuello hinchadas, y fuera de sí el gordo Wilfredo me señalaba con el índice a la vez que me gritaba «criminal, sos un irresponsable, e inconsciente, nos llevás a todos al matadero». En eso Analia se baja y, acaso para no ser menos, o por marital solidaridad, también empieza a gritar desaforada y descompensada «esto es una mierda, «si hubiera un avión me iría ya mismo a Uruguay».
Dí una mirada alrededor, con la esperanza de que hubiera algo que nos aliviara la tortura de viajar con ese tipo de gente, pero las chances de encontrar un avión a Uruguay aquella noche en el medio de la nada en aquella ruta de Tanzania, eran nimias, por no decir inexistentes. En eso se completa la tabla al salir Rosita, tratando, acaso de no ser menos que su amiga, a los gritos de “yo no pagué por esto”, «esto es inhumano, mírenme las piernas!». Yo se las miré, pero más por solidaridad que por otra cosa, pues piernas para mirar, si de eso se trataba, las había mucho mejores en el grupo…
Todo había empezado hace unos meses cuando con un grupo de amigos decidimos organizar un viaje al África profunda. Hicimos varias reuniones – y, la hoy casi obligatoria, página en Facebook – y se fue juntando gente acaso atraídos por la mera mística que ya el concepto del destino contenía. En las mismas, acaso algo preocupados por largarnos a una aventura que sabíamos de antemano exigente, hicimos lo humanamente posible para concientizar a la gente. Era un viaje de verdad, al África de verdad, y viajando «a lo negro» y con los negros. Y que seria 10 veces peor que el peor viaje que ninguno haya hecho alguna vez. “todo bien, vamos” nos dijeron 29 personas.
Y un domingo de agosto, dólares blues por medio, con una particular mezcla de expectativas, dudas y ansiedades varias, nos tomamos un avión de Ezeiza. En el grupo había de todo en edades, sexos, actitudes, aptitudes, profesiones e intereses. La más joven, Sol, sobrina y ahijada; el más veterano Daniel, cuyo parecido físico y debilidad por «la noche» le valieron el mote de «Cacho Castaña». En el medio, de todo, una mezcla ecléctica e indefinible de caracteres. Hinchas de Peñarol, escribanas y arquitectos de renombre, carpinteros, amas de casa, yuppies, profesores y un par de parejas con «señoras bien», que solo
Dios -o el Diablo- saben cómo terminaron entreverados en la dura empresa a acometer.
Al principio del viaje – en Sud África – alquilamos un par de vans para ir manejando nosotros hasta el Kruger Park. Llegamos bastante bien a pesar de lo difícil que es manejar por el lado izquierdo, no sin un par de multas mediante, las que arreglamos con unas pequeñas – y muy razonables – coimas que las policías muy diligentemente nos indicaron era la mejor manera de resolver la situación.
El parque es una inmensa área donde por una imbricada red de caminos y sendas se observa una muestra, al menos, de casi todas y cada una de las especies de animales salvajes. Es el parque más visitado del África y las instalaciones y servicios son realmente muy buenos, dando a los visitantes una visión equivocada de lo que es el continente negro. Y lo que vendría más adelante.
África parece estar, sino estancada, en franco retroceso. Como si fuere un rincón olvidado del ropero del mundo que uno pospone tomar en serio y ordenar de una vez. Acaso ese patio trasero en el que se piensa tanto por el trabajo que implica, que de repente ya no se piensa más. Y así, entre hambrunas, pestes, guerras tan interminables como inentendibles, líderes corruptos e índices dantescos de mortalidad infantil, de sida o de expectativa de vida, no solo se ha quedado estancada y fuera del proceso mundial de modernización, sino que hasta parece estar en un franco proceso de deterioro. Me pregunto do quedaron los sueños de independencia con todas sus promesas de futuros venturosos, quienes se quedaron con sus expectativas, hurtándole ese futuro brillante que debiera tener en vistas de sus increíbles riquezas y de una gente alegre, capaz y dueña de una energía sin parangón. Pasarán, ojalá, estos tiempos aciagos de sequías, de alegrías y avances, y volverá tu gente a esa senda que el destino te tiene que tener reservada.
Veníamos lindo con las vans, hasta que una tarde en un shopping de un pueblo uno de los compañeros me pide para manejar, con tal mal tino – el mío por concederle y el de él por pedir -, que el tipo en cuanto se sube, y le saca el cambio, la van empieza a irse en bajada marcha atrás, con el tipo no atinando a apretar freno alguno – a pesar que en los autos de volante a la derecha los pedales son EXACTAMENTE iguales a los nuestros. Al final nos salva otro auto estacionado al que chocamos rompiendo su paragolpes y el nuestro, lo que motiva que en segundos se llene de gente y policía, con la cual terminamos el tipo de marras y yo declarando en la lúgubre comisaría del pueblo…
Sobreviviendo otros incidentes menores, entregamos las vans y seguimos en bus.- A través de una frontera surrealista de colas interminables y policías de inmigración que llevaban una media de 10 minutos por persona para sellar los pasaportes /incluso con uno durmiéndose en pleno acto!/ luego de 6 horas de espera, en la madrugada cruzamos finalmente a Zimbabwe, la otrora historia – suceso del África, un país joven que, gobernado por un maniático – que aún ya superando por el doble de edad la expectativa de vida de su país sigue siendo el único presidente que han tenido -, entró en un tobogán de errores encadenados que en medio de un caos social y económico interminable – en que por la inflación incontenible se llegaron a imprimir billetes de 3 TRILLONES de zim-dólars. Y cuya única salida a la situación fue adoptar el dólar americano como moneda oficial prescindiendo de la propia.
Luego de visitar, y maravillados por las Cataratas Victoria, esa obra única tocada por una suerte de varita mágica que la hacen uno de los accidentes geográficos más espectaculares del mundo, cruzamos una inesperadamente civilizada frontera hacia Zambia.
Llegamos relativamente indemnes a Lusaka, la capital, cerca de allí salía el Tazara, uno de los trenes míticos del mundo, el que recorriendo un espacio considerable del mapamundi, prometía llevarnos a Dar-el-Salam, capital de Tanzania. Diseño, trenes, vagones, vías y hasta estaciones fueron un «regalo» de China, con más visos de caballo de Troya ensillado con intereses económicos específicos que muestra de sincera solidaridad socialista. Con camarotes bastante decentes, pero baños inusables, ocupamos todo un vagón y nos aprestamos a viajar los «2o3» días que se nos dijo el trayecto implicaba. A pesar de los inenarrables saltos y traqueteos, la cosa venía muy bien; el grupo de buen espíritu y con ansias, componentes esenciales en cualquier viaje que se precie.
La primer noche hubo hasta un festejo de cumpleaños de uno de los compañeros que tomó visos inesperados, de tal que a veces dudaba si los traqueteos no se debían más a los ímpetus de los bailaores que a las deficiencias de los añosos vagones chinos. Para eso fue imprescindible el “music box” de Sergio que entre cumbias y “modernos” logró mover hasta a los más serenos del grupo. La cosa siguió en un camarote con «discoteca rodante», y al alba nos rendimos, preparándonos para la próxima noche que prometía mucho, ahora con la gente con más conocimiento del ambiente. Pero, como dice mi amigo Felipe, en el África siempre hay sorpresitas, y no iba a poder ser..
Luego de recorrer más de un día y una noche cruzando sabanas, pueblitos, de los cuales al parar salían a saludar cientos de niños y jóvenes, chozas solitarias y una inmensa nada cubierta por una sequía atroz, el tren paró en la frontera del lado de Zambia, una estación dilapidada que fue inmediatamente copada por los cientos de pasajeros que súbitamente se encontraron en la misma situación que nosotros; había una poco clara huelga de policías y el tren no seguiría a Dar. Cruzamos caminando la increíblemente caótica frontera escoltados por algunos soldados del ejército «calzados» con ametralladoras como protección en esa zona de nadie. Eran las 4 de la tarde de ese viernes de agosto y comenzaba un antes y un después del viaje.
Conseguir transportes en condiciones normales para una persona no es tarea fácil en ningún país africano. Y aquellas no eran condiciones normales ni éramos una persona. Pero allí estábamos, en el medio del caos, con miles de vendedores, contrabandistas, curiosos y el mas variopinto zoo humano que uno se pueda imaginar con ese ambiente especial que todas las fronteras saben crear. Y era un concurso de mentirosos, venían seudo dueños de buses, intermediarios, comisionistas, cafishos, aficionados, empleados de empresas inexistentes, etc. Y pasaban las horas y no se abría ninguna hendija por la cual salir de allí. Luego empezaron a aparecer buses – o sucedáneos – dilapidados, sucios y desvencijados ofreciéndonos llevarnos de inmediato – luego de discutir el precio por largos ratos.
Pero eran tan espantosos que aún cuando nuestro margen de maniobra se estrechaba en relación directa a como lo hacía la distancia del sol con el horizonte, no podíamos meternos en ellos. Hasta que apareció uno bastante pasable. Un coaster de 30 asientos. Discutimos el precio que empezó con un monto parecido a una primera clase de avión, hasta que media hora más tarde terminó en algo razonable considerando la situación…
Los viajes son en cierto aspecto una extensión de la vida diaria en un contexto diferente. Respaldados por una telaraña de conexiones, de relaciones sociales, laborales y afectivas, en nuestras vidas diarias somos apenas un resultado de ese entramado. Que nos determina muchas opiniones y hasta acciones todo el tiempo. Donde la mayoría de las decisiones que nos definen están… predefinidas. En cambio, viajando, alejados de nuestras «zonas de confort», y en ese retorno a decisiones básicas y con las exigencias a nuestra capacidad de adaptación, es como que se ve realmente quienes somos.
Estaba en esas cavilaciones para entretenerme en la espera que ya llevaba 3 horas – o acaso para evitar las caras de los compañeros que necesitaban un culpable para la situación, cargo para el cual yo encajo siempre, perfectamente sin necesidad de cv ni entrevistas -; cuando aparece el chofer del bus “pasable”: Tiberio. Un negro grande, de chinelas, sonriente, arremangado y una gorra indefinible. Ya del vamos al gordo Wilfredo no le sentó el morocho ni la situación: «¿Este nos va a llevar? ¿Che Luque, vos sabes que son 1100 Kms, sabes lo que son 1100 Kms manejando?». Once veces cien, pensé, pero como asumí que era una pregunta retórica, hecha más para sentar posición, directamente no le contesté. Lo que lo enfureció más aún.
Subimos como pudimos, acomodando mochilas por doquier. Guso y yo quedamos parados sepultados entre ellas, Wilfredo se sienta al lado del chofer y lo primero que hace es sacar una navaja y cortarle un peluche de amuleto que el pardo tenia colgado del espejo!!! Con ese gesto desconsiderado y de ordinario pensé que había llegado al colmo, pero el tipo nos tenía reservadas otras sorpresitas. Se nos acerca Guillermo y dando una semblanteada general a aquella masa humana en la penumbra dice: «pero la gente viene impecable».
No tanto…no tanto.
La cosa se empezó a derrumbar, cual aquel juego con el que se formaba una torre con maderas y habían que ir sacando piezas de a una. De entre todas las opciones para manifestar sus – acaso comprensibles – temores, eligieron la menos adecuada; el grito y el insulto. El gordo se puso fuera de sí y empezó a gritar, las supuestas señoras bien pierden su ‘biendad’ junto con su compostura al tiempo que gritaban «yo no pagué para esto» y un conjunto de necedades más. El gordo gritándole al chofer en español, la noche sin huecos, el Jenga derrumbándose. Al final hago parar el bus en una estación do había un pequeño hotel, y les sugerimos que se bajen los que estaban más alterados que seguirían viaje al otro día.
El resto seguimos viaje; Mariela, la hija de una de las señoras bien trata de quedar en el bus y seguir con nosotros; pero la madre, en un acto de arrojo, la hace bajar al grito de que «no voy a dejar que la maten y vamos a quedar vivos nosotros!», salvando así a su hija de esa muerte segura a la que nos encaminábamos el resto. Cuando se bajaron quedamos en silencio, muchas veces también el silencio es una opinión, siendo lo que se calla, en ocasiones, más importante que lo que se dice.
Tiberio dio una respirada grande de alivio – que varios internamente compartimos -, un trago de red bull, abrió la ventanilla y nos llevó en un soplo los once veces cien Kms hasta Dar, llegando tan fresco que si le pedíamos estoy seguro igual nos llevaba hasta El Cairo..
Kenia es una mezcla extraña de realidades; hay un aire de «casi» haberlo logrado, de estar a punto de despegar, de dar el salto; pero siempre le pasa algo. Y como en un ludo maquiavélico la mandan a arrancar del comienzo. Tal vez es donde la impronta británica se conserve más.
Con sus avenidas, edificios, trenes, etc. Cruzamos Nairobi que ocultando su cara del «Jardinero fiel» nos recibe con algo parecido a la amabilidad. Continuaríamos luego hacia el sur rumbo a darnos un respiro en la playa, donde daríamos por terminado el periplo, y recompondríamos fuerzas para el regreso, que, dicen los viajeros de antes, es cuando recién empiezan los verdaderos viajes.
Al final, el África es más que nada una sensación; personal e intransferible, extraña y algo incomprensible; que produce un inmediato rechazo o un embelesamiento inexplicable, que ora confunde y desestabiliza, ora apasiona y derrite – como el amor -.
Para la que hay que elegir muy bien los compañeros de ruta, deja cicatrices y nos queda dentro por mucho tiempo después de haberse terminado.
También, acaso, como…. el amor
África del Sudeste, septiembre del MMXIII
*algunos nombres fueron cambiados por eso de los remordimientos retroactivos.. .
JUAN MANUEL LUQUE
panagea@adinet.com.uy
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