Por alguna extraña razón, cuando sos chica tu familia te pregunta a qué edad te vas a casar. No te preguntan si te vas a casar, si te querés casar; te preguntan concretamente cuándo te vas a casar. Y la cuestión es que yo de chica ya vine medio falladita. En vez de salir corriendo a “casarme” con el primer novio, “de chica” quise dilatar ese momento del casamiento y la maternidad lo más tarde posible… Y en mi cabeza de niña, ese «más tarde posible» eran los 30. No porque sería una solterona sin remedio si no me casaba antes, ni porque le tenía miedo al escrutinio público. Simplemente, cuando era niña, cumplir treinta era algo tan lejano que parecía ser lo más cercano al final de mi vida. Debo confesar que saber sólo sumar hasta diez durante los primero años de mi existencia puede que haya tenido algo que ver en eso, aunque lamento informar que mis conocimientos de matemáticas no han mejorado demasiado desde entonces.
Mi abuela Yiya que se casó a los 18, si… ¡dieciocho! No dejó en ningún momento de recordármelo. Cuando cumplí los veinte me decía que ella a mi edad ya hacía dos años estaba casada y atendía el almacén a la vez que mantenía la casa decorosamente arreglada, y el almuerzo caliente a las 12 del mediodía con puntualidad inglesa. Cuando llegué a los 25 me repitió alguna que otra vez que a mi edad ya tenía a sus tres retoños grandecitos, a los que yo logro perfectamente imaginar prolijamente sentados en sus sillitas del zaguán mirando a la calle y después a Javier; me decía también que esas cosas no se planificaban y que ya iba a ver cómo iba a llegar a los 30 casada, con dos benjamines bajo los brazos y un pekinés entre las piernas mientras colgaba la ropa en el patio. Nótese que no había mención alguna a quién se presume «me daría» todo eso y no era porque se suponía que iba a ser madre soltera, madre lesbiana o madre divorciada.
Hasta la raza del perro era más importante que el hombre con quién yo potencialmente elegiría casarme para pasar el resto de mi vida sin importar que se llamara Kevin, Luis Aurelio, Abraham, Sameh, Fidel o fuese negro…bueno, probablemente en estos dos últimos casos algo diría. Yo, por mi parte le intentaba explicar que los tiempos de allá a acá habían cambiado y que la mujer moderna era más independiente, ya no estaba tanto tiempo en la casa, que priorizaba la carrera profesional, viajes, crecimiento personal, y que la maternidad se podía pensar a posteriori con los adelantos médicos y de la ciencia, además de que el concubinado y la conculcación era ya una opción arraigada y tan válida como pararse ante el altar de dios o la cara solemne del juez y que evitaba luego varios papeleos burocráticos, y perdones en el confesionario al momento de separarse después, dilucidando que yo era parte de esta nueva perspectiva. “Mmm…Y si”…me decía ella, con esa expresión indescifrable de a veces; “las mujeres ya no son las mismas de antes” sentenciaba bajo la creencia sin mencionar de “esta chica no es normal” y que su nieta ya no tendría salvación.
Para completar siempre me aparté bastante de la línea del común; recuerdo que mi amiga Paola soñaba con su boda y el vestido blanco desde los 13 años, por eso me sentí tan contenta por ella cuando finalmente dio el si. O mi amiga Andrea que se comprometió a los 16, aunque todavía no firmó libreta.
Y fue peor cuando hermanas y primas empezaron a cumplir con el mandato; meses atrás mi madre decía en un almuerzo que ya había asumido que tendría solo un nieto y hasta la mujer de mi padre, que me conoce bastante menos mostró su satisfacción por escuchar que finalmente no era tan diferente. Es la misma sensación de alivio que noto en mi abuela cada vez que me pregunta por “la pancita”, mientras mi vientre vibra con felicidad por esta vida en camino. Finalmente la ovejita negra, “sentó” cabeza.
El punto es y yendo al grano, porque después me acusan de irme por las ramas y ser vueltera, que hace dos semanas finalmente cumplí los 30 y si… la vida te da sorpresas. Me encantaría escribir acá sobre todas las desgracias de la vejez y cómo ahora no puedo pasar tres días sin dormir como antes, ni salir los viernes, porque sino me pasa como la revista “Paula”…me agoto y el resto del fin de semana me parece un moco, o porqué me levanto cinco veces en la noche a orinar y termino durmiendo cuatro horas o incluso cómo en realidad el tema no son los 30 porque es sabido y de conocimiento público que el culo se te cae a los 27 y la celulitis es un mito…un mito de que existe una mujer en el mundo de 15 a 85 años que no tiene “algo” de sus vestigios. Pero no puedo.
No puedo porque por estos momentos me estoy sintiendo plena y siento que por casi primera vez disfruté del día de mi cumpleaños, sintiéndome por momentos feliz. Al otro día me levanté, me miré al espejo y seguía siendo la misma. Seguí la rutina los días posteriores y noté que nada había cambiado…tengo las tetas más grandes, eso es cierto pero se debe a una ilusión pasajera que durará por un tiempo y que está casi casi aceptada como tal…un aprovechamiento momentáneo de las circunstancias. Pero sigo haciendo lo mismo que antes; hablo igual, me levanto todos los días a las seis de la mañana para ir a laburar igual, repito las cosas tantas veces y de igual manera. Trato a los demás de la misma forma… aunque con un poco más de malhumor por momentos pero eso se debe a las “hormonas del embarazo” y nada tiene que ver con los treinta. Sigo leyendo las mismas cosas y si bien ahora mi libro de cabecera es “La Guía indispensable para madres primerizas” en mi mesa de luz tengo el número especial de Brecha, “Hacia dónde va el periodismo”, el libro “Bajo Sospecha” que gentilmente Amado nos arrimó a la radio, los versos de Idea Vilariño que comparten desde siempre mi existencia y la libreta sin renglones en la que escribo todas mis ocurrencias como desde mis 12 años y además estoy sentada escribiendo esta columna como hace 15 años atrás.
La computadora tiene redactados 25 proyectos sobre los que no dejo de soñar, sigo intentando vivir del periodismo y no ser una mantenida hasta por lo menos los 80 años, siempre voy a tener un amigo que me pregunte “A dónde fueron a parar tus quince años?” y si bien no como carne, no tomo alcohol, no fumo y reducí el café y el mate a menos de la mitad, tengo la teoría de que la gente nunca crece, nunca madura, sino que solamente acumula experiencias. Y si no me creen, es que no tuvieron padres divorciados o no se sintieron toda la vida de 20 años.
A veces siento que estoy haciendo las cosas mal y que debería sufrir los 30, porque eso es lo que hace la gente. Los treinta se sufren, se reciben con la frente en alto pero un ojo arrepentido hacia atrás, con un chiste sobre cómo desde ahora todos los años se cumple 29. Rachel de Friends se encerró en el cuarto. Bridget Jones comenzó a escribir un diario y a hacer rigurosas dietas. Anna Faris hizo una lista de todos sus amantes antes de los 30, porque si llegaba “al número” no conseguiría marido…pero creo que para tanto no hay necesidad, y además me quedé sin ejemplos porque nunca nadie en la tele tiene 30.
Entonces, asumiendo mi deber como mujer y porque no me quiero hacer la superada voy a contarles sí de dos cosas que me molestan muchísimo de estos míticos treinta que tanto hablan los libros de autoayuda y las revistas femeninas.
La primera: no soy rica y estoy muy lejos de serlo. En mi cabecita soñadora e idealista de niña, los 30 eran cuando iba a tener un montón de plata, llevándome bolsas enormes a mi casa y nadando en ella como el tío McPato. Sigo siendo una plebeya con aires de grandeza, pero la no-cuenta del banco no miente: mi momento no hay llegado y ya llegué a los treinta. Y las reglas de la estúpida y sensual física mataron todas mis chances de nadar en monedas como el tío McPato – fue incluso peor que cuando me enteré que no se podían tocar las nubes y me di flor de porrazo contra el piso. Más o menos a los 20-. Ahora acepto mi vida cómoda pero sencilla y agradezco que sea acompañada.
Y la segunda es la que más jode. No me pregunten por qué, pero es así y es peor que el que te empiecen a decir “Señora”. El otro día, pensando en la nada, me di cuenta de que si yo mañana llego a cometer un asesinato o si alguien me mata a mí, el titular del diario no diría «Joven mata a persona insoportable que hablaba por dispositivo Bluetooth en plena calle» o «Asesino mata a joven al volverse loco ante su belleza absoluta». No. Diría «Mujer mata a persona» o «Asesino mata a mujer». Además…el lunes, por primera vez me dieron el asiento en el ómnibus…sentí una ambivalencia absoluta entre linda emoción y un “ay dios mío!” pero por alguna razón desde el día siguiente mi mano va inconscientemente hacia mi panza cuando comienzo a ascender los escalones, aunque algunos aún ni siquiera la noten.
De todos modos una sugerencia para quienes tengan ahora 28 es que no pierdan el tiempo, pues cumplirán 30 antes de que se den cuenta. Es algo parecido al cuento de Rumpelstiltskin, el molinero de los Hermanos Grimm, sólo que sin barba.
(*) Productora Periodística de “Pisando Fuerte” en Metrópolis FM- Metrópolis Punta. Periodista. Freelance en El Observador, después de años de lucha en La República. Miembro del equipo permanente de Tacuarembó 2000 – Tacuarembó 2030 junto al Petizo Bornia y al Pepe Miraballes. Educadora, Diseñadora de Espacios Exteriores, Masajista Profesional actualmente sin querubines, ni jardines ni aceites esenciales. Escucha propuestas laborales…siempre escucha propuestas laborales. Ex veinteañera. No le gusta hablar en tercera persona y es buena reflexionando y dando consejos, pero terca para recibirlos. Tía de Juan Martín. Futura mamá. Su sueño es ser una de esas personas que hace ejercicio por gusto todo el tiempo y escribir un libro…bueno, que sean tres.
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