Sobre el alumbramiento de los campos ya hemos conversado mucho con mis antepasados. Testimonia el cimbronazo modernizador la bibliografía de los Barrán y Nahum, vecinos de la zona. Nacido en 1903, hijo natural de don Atiyo Barrán, fue el negro Gabino Ferreira. Vivió con su madre, cocinera lustrosa en la Estancia de su des/conocido abuelo, hasta los doce años. Después salió a buscar al padre que nunca tuvo o tuvo pero no. A esa edad en que le pinchan los primeros pelos a los mocosos y creen que es suficiente la altura para calzar botas, cuchillo y jornal. Atiyo cayó en el 4 con un su trabuco escupiendo honradez administrativa, al lado del gaucho Aire Libre.
La Negra Carne Gorda, “no dijo nada. Y nada dijo después”. Como tampoco había dicho nada antes, cuando en 2egundo del siglo del niño Atiyo se le enroscó como una madreselva a la cintura y le (h)izó la síntesis que cualquiera, sin ser brujo o hegeliano, espera. La larga búsqueda de Gabino lo puso en los tiempos de los Maracanás, después de cuarenta años, en los pagos de Carumbé. En la diversidad de oficios, en su séptima vida, al fin, se reencontró en el origen: campeón mundial y Negro Jefe de los alambradores honrado con la llave de atillar el nombre y la memoria de su padre.
Cuando lo conocí ya estaba oficializada su especialidad. Salvo en la esquila, que es zafra inevitable p’al paisano, el resto del año se dedicaba al mantenimiento de los alambrados del pago, desde Los Orientales al Local Sopas. Entre trabajo y trabajo siempre quedaban semanas de ocio que aprovechaba para arrimarse a Carumbé Viejo. Sabido que El Barón no negaba quedada y que en el Boliche de Fonseca las jornadas de naipe y billar eran moneda corriente. Gabino era fija que estuviera allí que lo llamaran para otra changa o saliera en busca de otra cuando los colorados de cien pesos se los fumaban al gofo, un nueve, una conga o un chicho al medio de los palos: veintitrés en la última raya.
Era noviembre, llovía como en julio, Pepe había esquilado tarde los merinos y hubo una quincena agotadora de juntar majada, levantar borregos recién pelados temblando como vara verde, arrimarlos a los corrales, dar vuelta las capas tan mojadas adentro como afuera, entrar ovejas caídas al galpón, hervir agua y darles café caliente en cucharaditas hasta a los carneros, boca abajo, como si todo los lanares fueran bebés de pecho, balabalando noche y día sin parar. Tratándose de ovejas, Gabino andaba con su pastor compañero, Prometeo, especial para la junta y el arreo.
-¡Corte Prometeo!- y el perro lanzaba una carrera diagonal, cuando la majada se desviaba hacia el bajo, y la volvía a la posición de entrada al brazo de manga que las conducía al corral.
-Hable, hable Prometeo- y el animal espantaba con sus alaridos cuando era preciso apurar.
Hacía un tiempo que Prometeo andaba con Gabino por sus changas. Era como leña p’al fogón. Donde había llama se echaba a contemplar primero, y a soñar después. Tenía el pelo negro, con una mancha amarillenta en la frente como un tercer ojo encendido.
La tormenta pasó. No hay tiento que no se llueva ni mal que corte cien años. Las cañadas bajaron a las zanjas, los arroyos se llenaron el cauce hasta acariciarse la panza, se abrieron las porteras del corral, la majada baló el rencuentro rumbo al bajo, el sol se levantó de entre los cerros y Pepe suspiró, con tó los muer tos, y al fin se conformó: – Podríahabersidopeor.
Los que echaron una mano en la patriada volvieron a sus cosas y sus casas. En el Boliche de Fonseca quedaron en el galpón de El Barón: Pedro Pescozo, Carlos, Gabino, Prometeo, El Lito y otro pardo grande que andaba de paso. La ocasión invita. Se armó flor de conga, chorizo seco, vino Pacher, tinto, y el mazzo di Tatú. Pasaron tres días de timba corrida barajando la chaira que tomaron después de las jornadas con ovejas. A cinco pesos la conga y a cincuenta centésimos el corte, Gabino los tenía amontonados.
A la cuarta noche, los cuerpos pedían cueros, se sostenían con la sola caballeresca del ganador que no quería levantarse de la mesa de juego sin dar la oportunidad al porfiado perdedor que tampoco quería dejar pasar la oportunidad de desquitar lo perdido. Eran las once. Sin perder la postura de jugador, sus ojos se cerraron y la conga siguió andando. Mentón al pecho, Gabino confundía sus ronquidos con los de Prometeo. Vaya a saber en qué alambrado pialó sus sueños, arrullándole los postes el olor a madre que le venía por las riendas del esquinero. Fonseca cuchicheó una picardía… Apagaron el farol a mantilla… La noche se comió todo… Menos Gabino que seguía durmiendo, todos cambiaron la mano por un simulacro de juego donde tanteaban sin tantear:
-Mais Carlos, ¡cómo vai jogar um rei si anda nâo saiu nenhum! – rezongó Pedro.
-Servíme otro vino, che Fonseca – aportó El Lito al guión de la parodia.
Fonseca, que estaba en la ronda a la izquierda de Gabino sirviéndole el juego, lo codeó diciéndole:
-¡Eh! Gabino, joga tú, Gabino, joga tú…
El negro despertó en el sobresalto, la oscuridad lo tenía agarrado por las piernas, la conversación de los otros continuaba, hasta que se puso a gritar desesperado:
-Prometeu! Prometeu! vem aquí… Fiquei cego, fiquei cego, Prometeu!
De “Cuentos de El Barón de Carumbé” – Agamenón Castrillón
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GABINO
77
veces
12 meses
el año volvió sobre si mismo
mordiéndose la cola juguetón
o gato desarrollando su ovillo,
más que 7 vidas
7 oficios
muchos más
Con más maña que fuerza
Gabino alambrador se hamaca en la herramienta
descascarando troncos,
las mariposas de su hacha posan en el cerno
hasta poner el fondo de las cosas a la vista
volando poste a los costados del camino.
Cualquier pasajero
¿lo verá?
En tantos años
entre tenidos
en las cáscaras del mundo
revocándole la cara a la ciudad.
Cuidado
no ha visto crecer la telaraña de Gabino
sobre el cerro
en las esteras.
Tejiéndole el estómago al país.
Ya se sabe quien almuerza aquí,
¿será esa mi nariz?
Simplemente reproduzco
el eructo del aviso de la caja rural
“se cita a percibir sus primeros haberes
a Gabino Ferreira.”
De “Perzonas” – A. Castrillón
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