SEIS PODEROSAS RAZONES / Por Esteban Valenti

Solo hay cinco fotos, el sexto no está en condiciones de ser mostrado… por los Estados Unidos. – Llegaron de madrugada, furtivamente, encadenados dentro de un avión militar norteamericano. Sus captores y carceleros tenían miedo de que se escaparan en el trayecto de la base de Guantánamo y Montevideo. Tienen nombres y apellidos difíciles de pronunciar, y sus retratos -luego de 13 años de lucha antiterrorista de los EE. UU. y su catarata de películas y de noticieros «objetivos»- parecen sospechosos. Muy sospechosos, parecen musulmanes. Tienen el cabello oscuro y largas barbas. Más sospechosos. En los retratos aparecen siempre con sus uniformes anaranjados de secuestrados, de hombres sin derechos de ningún tipo, solo la obligación a sobrevivir, a no dejarse morir de hambre.

Estuvieron más de 12 años privados de libertad y, peor aún, privados de todos los derechos: a ser acusados, a ser juzgados, a ser defendidos, a ver a sus familias, a sus amigos, a tener el más básico contacto con la vida. Eran simplemente números cada día más incómodos.

Esos seis ex presos de Guantánamo, junto a los 136 que todavía están recluidos, son la peor acusación viviente contra la ferocidad de la llamada lucha antiterrorista de los Estados Unidos. Seguramente en pocos días se conocerán todas sus historias; ya se conoce la de Abdelhadi Omar Faraj a través de una carta que difundió la prensa uruguaya.
Esos seis hombres jóvenes de «baja peligrosidad», que en la terrible jerga burocrática de los gringos cazadores de seres humanos quiere decir ‘inocentes’, porque de lo contrario ya los hubieran procesado y condenado ad infinitum. Desde el 2009, esas comisiones ilegales parecidas a un tribunal de la inquisición e integradas por las Fuerzas Armadas, por el FBI y la CIA declararon que podían ser liberados. Pero igual siguieron presos cinco años más a miles de kilómetros de sus familias, de sus vidas.

Ahora están en Montevideo: cinco en el hospital de las Fuerzas Armadas y el otro en el Hospital Maciel, porque está mucho más delicado. Parece un sobreviviente de un campo de concentración nazi. En pocos días saldrán a la calle, a las plazas, podrán encontrarse con sus familias e incluso podrán viajar al exterior cuando quieran. Tratarán de construir una vida nueva, algo que se parezca a una vida digna y libre. Y los uruguayos, comenzando por José Mujica, el gobierno y la sociedad uruguaya habremos aportado un granito de arena, una pequeña partícula de humanidad para darles un lugar en este mundo lleno de ferocidad y de guerras.
Me siento orgulloso de ser uruguayo y de mi gobierno. Tanto como me sentí cuando llegaron las familias sirias refugiadas y que lentamente se han integrado a la normalidad de este pequeño gran país.

No son gestos estridentes, no son explosiones, son simplemente movimientos con un mínimo de humanidad que suenan a cañonazos en un mundo lleno de hipocresía, donde gobiernos «occidentales y cristianos», cruzados de esa civilización que se proclama superior, destruyen naciones enteras, desatan ferocidades y luego se repliegan y hablan impúdicamente en las Naciones Unidas y en otros foros. Los sostiene solo la fuerza de su millones y de sus soldados. La fuerza moral se agotó hace tiempo.

Voy a formular unas preguntas incómodas, que a mí me surgen cuando me hierve la sangre ante tanta barbarie, tanta ignorancia, tanta burocracia feroz e ilegal: ¿qué haría yo, que haría usted, amigo lector, si lo liberaran luego de 12 años de ser secuestrado por la más poderosa nación del planeta Tierra? ¿Cuáles serían sus sentimientos? ¿Qué haría yo, que haría usted si su país fuera invadido, destruido, despedazado en nombre de la democracia, de la libertad y de otras palabras cuyo significado estuviera sepultado por las bombas, las torturas, los secuestros, las botas de los soldados y de los contratistas civiles haciendo millones de dólares de ganancias?

Lo que más deseo es que las familias sirias refugiadas, y los cuatro sirios, un palestino y un tunecino que abandonaron engrillados la vergüenza universal de Guantánamo encuentren en Uruguay un poco de humanidad, de solidaridad, de paz para ellos y sus familias, esos sentimientos que transmiten todos los días a manos llenas los alumnos y los maestros de la Escuela Experimental de Malvín a los niños sirios y nos hacen sentir orgullosos a los adultos. Y sobre todo nos hacen sentir un poco más buenos.
No le voy a dedicar ni un renglón a las miserias, que también las hay en nuestro país. Allá ellos.

Publicado en Montevideo Portal

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