La apariencia de Tacuarembó en la mañana del lunes (*) no ha de haber sido diferente a la de las demás ciudades uruguayas. Veredas y locales comerciales vacíos. Muy poca gente en la calle. Un silencio que llamó la atención por lo desacostumbrado. No resonó ningún jingle electoral y la convivencia, como la de todos estos meses y, sobre todo, como la de ayer, domingo, fue muy aceptable. Los muros y los árboles siguen atiborrados de cartelería electoral. Ya inútiles en su totalidad, convierten a la ciudad en un museo de la historia reciente. Vivo a media cuadra del local central del Frente Amplio (FA). Como vecino puedo, entonces, asegurar que el jolgorio, armado más que nada por muchachos, cesó hacia las tres de la madrugada. Había alegría, sí, pero nada de descarga de horas previas de tensión. Ateniéndonos a las previsiones de las encuestadoras, se había dado para todos el resultado esperado.
Después, cuando la Corte Electoral dio los resultados del primer conteo de votos, computados todos los circuitos, nos enteramos de que el rotundo respaldo que obtuvo fórmula Tabaré Vázquez-Raúl Sendic ascendió a 1.226.105 votos (53,61%) contra 939.074 (41,06%) que reunió la otra fórmula. La ventaja fue de 287.031 votos, en términos porcentuales, 12,55%, que supera, como elocuente signo de crecimiento, el 9,26% del balotaje de 2009.
Nunca el FA había disfrutado de una ventaja así. Aparte de la proeza de Tabaré Vázquez, convertido en el tercer ciudadano que accede por segunda vez a la presidencia, el FA redondeó la hazaña de ganar, con mayoría parlamentaria, por tercera vez consecutiva.
Se está acariciando una certeza de estabilidad política que, por cierto, apenas era una alocada esperanza en 2004, cuando se ganó en primera vuelta. Los años acumulados me han enseñado que, cualquiera sea la faceta de la vida, la copa de los festejos debe ser llenada hasta la mitad. Nunca debemos colmarla, porque esa misma victoria que nos abocamos a festejar puede ser la madre de nuestra próxima derrota, si nos lleva a bajar la guardia. Y esta prudencia cabe asumirla, sobre todo, en política. Recordemos que Jorge Batlle ganó el balotaje de 1999 con un porcentaje muy similar.
Para indagar el futuro, planteémosles a estos resultados las otras dos preguntas que articulé en la columna anterior. ¿Se resquebrajó, a nivel de las bases, la cohesión que muestra a nivel de cúpulas el bloque conservador? ¿Profesaron los votantes colorados la adhesión que encareció Pedro Bordaberry? El crecimiento de los votos de Luis Lacalle Pou hace pensar que, efectivamente, se dio ese trasiego casi automático. El FA, pues, seguirá enfrentando, en la ciudadanía de a pie, un único bloque, en concertaciones electorales que se den previamente en la primera elección o surjan en emergencias como la del balotaje.
En Montevideo, el FA obtuvo 521.985 votos (57,68%) y el Partido Nacional 329.155 votos (36,37%). En el interior, 704.120 votos contra 609.919. Ganó en ambas regiones, experimentando, como se ve, un apreciable crecimiento en el interior. Contando a Montevideo, los departamentos en los que venció suman once o doce, porque es muy estrecha la ventaja obtenida en Rivera (205 votos), que puede ser absorbida en el escrutinio de los observados: Artigas, Salto, Paysandú, Río Negro, Soriano, Colonia, San José, Canelones, Rocha, Cerro Largo y –con la salvedad ya dicha– Rivera. Mantuvo los cinco departamentos en los que venció en 2009 y agrega ahora otros seis o siete.
Este crecimiento del FA en el interior es muy importante, especialmente desde la perspectiva de las elecciones nacionales. Lo consagra, para este tipo de elecciones, como la fuerza más importante. No puede inferirse la misma conclusión respecto de las municipales, que pueden variar el signo según el peso de los candidatos locales, el previo desenvolvimiento de los partidos, la concreción de alianzas y el mérito de las propuestas. Cabe recordar que de los cinco departamentos en los que se ganó en el balotaje de 2009 (Montevideo, Canelones, Salto, Paysandú y Soriano), se perdió en los últimos tres en las departamentales de 2010 y que, inversamente, se ganó en Maldonado, Rocha y Artigas.
Pese a la discordancia señalada entre las elecciones de autoridades nacionales y departamentales, estos comicios arrojan una luz tenue, crepuscular, sobre los que se celebrarán en 2015. No le cabe al FA alarmarse demasiado ante los resultados de Maldonado. En 2009 también perdió, pese a lo cual en 2010 pudo mantener la intendencia. Los amplios triunfos en Salto y Paysandú, rebasando con creces la mitad de los votos, alimenta la esperanza de quedar en 2015 inmunes a la acumulación de votos de blancos y colorados y de recuperar, en consecuencia, ambas intendencias. Son muy promisorios los resultados en Colonia, Cerro Largo y Rivera, aunque no con el margen de Salto y Paysandú.
En mi columna anterior, lamentaba que no había podido presenciar los discursos del vencedor y del vencido. Son importantes para avizorar sus actitudes futuras. Ahora puedo decir que ambos me dejaron cautamente complacido, porque dejaron abiertas puertas al diálogo, al entendimiento y, en definitiva, a la concreción de políticas de Estado.
El discurso de Tabaré en el interior del Four Points fue un llamado, sincero y generalizado, al diálogo. Responde, además, a las limitaciones de la mayoría parlamentaria obtenida. Es previsible que, si bien no habrá en el gabinete un gobierno de coalición, sí habrá presencia de la oposición en la conformación de los directorios de entes autónomos y servicios descentralizados.
El discurso de Lacalle Pou fue una aceptación muy civilizada de la derrota. Se advertía nítidamente conformidad por la campaña por él realizada, máxime teniendo en cuenta la precariedad del punto de partida. La consigna “Por la positiva” fue un gran acierto. Buscar el acuerdo, no el conflicto. Dialogar, buscar aunar las “verdades” enfrentadas de cada bando.
Desde Cifra, Luis Eduardo González no dejó de destacarlo. El rumbo tomado por el joven candidato fue antagónico al erróneamente escogido por Bordaberry (“Pedro sí les gana”), y los resultados marcan que no se equivocó. Para González, el acierto no fue acompañado por condignos contenidos. A la buena parrilla no se le agregaron churrascos que llamaran, como ella, la atención y la adhesión de la ciudadanía. Por algo, sus adversarios calificaron a las propuestas blancas como “pompitas de jabón”. No tuvieron una coherencia, un cuerpo conjunto. No bastó la mera y frecuente invocación de un programa que llenaba un libro; se debió abrir y reabrir sus páginas.
En mi parecer, a Lacalle Pou, por más que por plena conciencia de que corría el riesgo de enfrentar suspicacias insistió siempre en que no se trataba de una postura electoral, sino que respondía a una actitud existencial, a una convicción ética, le faltó también credibilidad. Esa credibilidad que sólo da la trayectoria previa, ejercida fuera del ambiente electoral. Los ciudadanos solemos exigir hechos y no palabras. Y, sobre todo en sus correligionarios de añosa trayectoria, no vimos antecedentes que avalaran que esa actitud de tolerancia se hubiera generado. Sus invocaciones parecieron generosas y compartibles, pero no terminaron de convencer.
Los cinco años que faltan para las próximas elecciones le tienden a Lacalle la espaciosa oportunidad de acumular hechos que doten de credibilidad a su proclamada invocación de una actitud positiva. Su discurso en la noche del domingo fue un congruente aprovechamiento de esa oportunidad.
En definitiva, fue una elección que reveló a un FA en apreciable progreso, nítidamente convertido en la principal fuerza política en gran parte del territorio nacional y con propicias perspectivas de transitar por un clima de diálogo que permita alcanzar un eficaz cumplimiento de políticas de Estado.
(*) Se refiere al lunes 27 de octubre de 2014.
– Publicada en Caras y Caretas 5/12/2014
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