“Me tiraban cuatro grillos / y en cápsulas de maní / recorría los senderos
de la hormiga del jardín. / Y tenía siete silbos / para conversar con mi amigo pájaro, / entonces yo creo que era feliz”.
Ésta es una mañana de plumas revueltas. Salí del patio del aljibe con el sabor del desayuno: unas rodajas de galleta de campaña tostadas en la plancha de la cocina a leña, sobre las que se derretía la manteca casera, todo mojadito con una cocoa bien espesa. Apenas pasé el portón de bisagras quejosas, me desperecé el cansancio de dar toma a la majada durante toda la jornada anterior. Bajé la vista y me capturó un rastro de plumas grises. Primero las más livianitas y suaves. Después llegué hasta las más formadas. Eso era todo lo que quedaba de la torcaza de la que El Miyu había dado cuenta.
-¡Me calienta!- Dije en ese momento en que uno se siente impotente ante el ludo de la naturaleza : que los bichos se coman como fichas antes de llegar al nido de la naturaleza o a la cueva. Lúdico: el gato y el ratón / pájaro. Tras aquél el perro, y el perro detrás de otros tantos cazadores: liebre, comadreja (que viene con la cabeza de la gallina adentro), mulita, tatú. Y de trás trás trás de todos ellos: la cachila del más grande de todos los cazadores de la Historia. Porque es carnívoro, caza vaca oveja gallina caballo; pesca chico mediano y grande ( y tira… tara…rira…). Porque es herbívoro caza zapallo boniato papa mama (y deja pudrir…). En su frugalidad frugívora caza semilla silvestre, domesticada (o transgénica) y la sube la baja según se le canta a la curva de la demanda, a la que moldea visible y alevosamente la mano del Dios Mercado.
– Mirá que vamo´a carnear, así que mañana churrasqueamos sangrador – me dijo Machado a su pasada para el galpón.
Ayer aprovechamos la fajina con ovejas para separar una punta de capones para consumo. A esos no le dimos Neguvon, los soltamos al potrero del manantial y El Barón, por las dudas, antes de largarlos los tizó de rojo en el lomo. Es la señal de la muerte. Tarde o temprano, en el sorteo del brete, esos capones van a terminar en el carneador.
En efecto, a la vuelta del párrafo anterior, ya venía Machado con el animal al hombro, las patas maneadas, delantera con delantera y trasera con trasera. Desató el tiento de estas últimas y bajando el palo del carneador lo ató a la izquierda. Subió el palo y el capón quedó colgando: toda la sangre del animal comprende la gravedad de la posición y corre cabeza abajo: verlo morir es como un ensayo para la conversación con la muerte, aunque uno la sepa desigual: pese a su debilidad esquelética, la flaca del pastizal siempre es más fuerte que cualquier ser vivo que se encuentre frente a ella (de ahí lo que dice Machado: mucha carne no significa fortaleza). Pese a todo, uno espera, de encontrarla, zafar la pata del tiento.
– Pasá y cerrá el portón- dijo Machado de espaldas a mí. El carneador estaba cercado con tejido, de manera que al acto no acudieron perros y gallinas para que, respectivamente, no comieran achuras crudas ni jodieran.
Desenvainó la chaira y afiló la faca p´al degüello. La clemencia se leía en lo blanco del ojo del lanar. No hay perdón. El cuchillo vibró en la mano de Machado. Cazó el animal por el hocico para asegurarse el tajo. La punta titubeó en el cuero y en cuanto lo penetró se hundió en el cogote sin más resistencias. Cuando la sangre le quemó la mano, retiró el cuchillo. Corrió la lata con el pie hacia donde la sangre iba cayendo a chorros desde la canilla del cogote. El bicho estiró la pata derecha como tres o cuatro veces, se moqueó, le chingó la lengua….
La carnicería prosiguió, mientras yo entonaba siete silbos para espantar tanta brutalidad:
1. – La cuereada a puño limpio, separando la piel del cuerpo, usando lo menos posible el cuchillo para no cortarla. Incluye la cortada y descoyuntada de las tres patas que quedan libres.
2. – Abrir el capón por el abdomen para volcar toda la tripería y seleccionarlo: sirve el cuajo, parte del estómago para el mondongo, tripa gorda, chinchulines, hígado y se tira lo que sobra. El Barón nunca comía hígado de oveja. Sin embargo, en el pueblo emperejilaba unos churrascos de hígado de vaca mojadito con el tinto de Carlín.
3. – Con el pecho partido a cuchillo y marrón, el corazón se desprende solemnemente sopesando en la mano toda su significación. Los riñones no caen con el conjunto de las vísceras, hay que ir a buscarlos porque quedan pegados en el costillar.
4. – Limpio el animal, empezó a bajar el corte entre vértebra y costilla, separando una media res subdividida en paleta, cuarto y costillar, dejando la otra pegada al espinazo.
5. – La carretilla estaba cubierta con el cuero. En ella fue dejando Machado la carne y las achuras limpias y en un tacho las que hay que limpiar.
-Cuando yo era capataz de Albito, p´al desayuno, ni soñar con churrasquear. ¡Leche y galletas!. La carneada era rápida: la carne pa´ la parrilla y las achuras pa´ los perros. Mire andar perdiendo el tiempo limpiando tripa pa´ que se la pelen en un hapa!, no má….
-Dice la maestra que el intestino es siete veces el largo del animal- dije por decir, enrollando un sogueo en la rama de un transparente.
6. -Descoyuntó la pata de la que colgaba el capón y tiró la otra media res sobre la carretilla. Separó el espinazo, costillas, y cuarto y paleta.
7. -Después de cortar la cabeza, fue bordeando el cogote con el cuchillo, como quien pela una fruta y se quedó con una mantita de carne: -Esta es la especialidá p´al patrón-. El Barón a la madrugada siguiente tiraría ese sangrador en las brasas para hacer más sabrosos el cimarrón y los cuentos del fogón.
–Bue´, la carneada se nos está haciendo larga y con más vueltas q´el intestino de tu maestra. Llevate la carretilla…. El sangrador p´al Barón ponelo en la fiambrerita del galpón. Lo demás llevalo a la fiambrería grande.
Le hice caso. Mientras enganchaba los alambres en las patas del cuero para estaquearlo, pasó Pedro entre los paraísos:
-¡Eh!. ¡Gamexan!. Si vai pra o povo, acredito que de grande voce vai ser carnicero.
No sé si alguien le dijo, alguna vez a Pedro, que crucé de largo por el povo y terminé en la capital, bien lejos. Que no preciso ser carnicero para levantarme cedo, matear con El Barón, Machado, él y Carlos, contar historias a los demás de ellos, mientras el jugo de un sangrador chista en el fogón del cuento.
Publicado en “Cuentos de El Barón de Carumbé”
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