TACUAREMBO, ciudad de oportunidades (*)

PORCILE CHIESA – La firma “Olivera y Chiesa” integrada por Bernardo Olivera y su sobrino Isabelino Chiesa fue la sucesora de “Bernardo Olivera y Cía.” Instalada en Tacuarembó desde principios de siglo y que girara en ramos generales de almacén, ferretería, barraca. Tenían además ganadería y propiedades en común y tenían una fábrica de hielo y otra de naranjita y gaseosa. Allí empezó como empleado, jefe de contabilidad, Cayetano Porcile Chiesa, sobrino de Isabelino. Cuando todo parecía ir “viento en popa” y nada hacía prever una tragedia, Chiesa entró al dormitorio de su socio Olivera que estaba enfermo en cama y le disparó un tiro, matándolo y enseguida se suicida. Era el año de 1933 y los herederos de ambos socios debieron hacerse cargo de los negocios. Los Hijos de Olivera optaron por la ganadería y algunas propiedades y los sobrinos de Isabelino Chiesa, que era soltero, siguieron con el negocio de la calle Treinta y Tres esquina Joaquín Suárez.

Cayetano Porcile Chiesa tomó la dirección, siendo secundado por sus primos Luis y Antonio Chiesa. Lo primero que debió hacer Cayetano fue pedir créditos a sus proveedores, pues había que reacondicionar el negocio, y aunque le dieron créditos a tres años, hoy recuerda con satisfacción que a los dos años pudo hacer frente a ellos. Fue ayudado también por Arturo Protto, un buen amigo de Montevideo, a quien encargó la compra de mercadería y por Álvarez, un empleado que trabajó más de 40 años en la firma. Después en 1954 se disolvió la sociedad y hoy gira bajo el sistema de Sociedad Anónima, estando al frente el hijo de don Cayetano, Heber Porcile,

Algunos inconvenientes se le han presentado como a todo comercio que les es necesario contar con ayuda extra, y a veces se cuenta con la buena voluntad de los empleados, pero no con su honradez. Tal lo que le sucedió en ocasión de encontrarse con el jefe de una de las principales secciones del comercio, estaba retirando mercadería sin contabilizarla. Don Cayetano tuvo necesidad de despedirlo y conserva el recuerdo amargo de una desilusión.

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La yapa – “Seis caramelos por un vintén y uno de yapa”, era la consigna durante los primeros 40 años de este siglo. La yapa era la atención, el regalo del comerciante al cliente cada vez que éste hacía una compra o pagaba la libreta. La yapa no pesaba en los balances del almacén en el tiempo en que los precios eran mínimos y estables. En la compra diaria, la yapa consistía en unos caramelos; cuando se pagaba la libreta podía ser una botella de buen vino, una pieza de adorno para la casa o un juguete para los hijos. En este rubro no entraban los almanaques de fin de año, las pantallas – abanicos de cartón – ni las carpetas de escritorios o los espejos y vasos tallados con el nombre del comercio y otras menudencias que eran un deber de cortesía con los clientes habituales y con aquellos que se quería conquistar.

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CASA NADAL – Francisco Nadal nació en Barcelona, España, cerca de la casa de la familia Montaner, por lo que su amistad con Jaime y Julio Montaner se inició desde “antes de nacer”. Quizás por eso eligió venir a Tacuarembó, donde se inició en el comercio de José Camps en Cañas, como empleado, ganando y ahorrando $6 al mes. Con esos ahorros y otro poco que ganó al establecerse por un breve lapso de dos años en Rivera, resolvió volver a su tierra natal, pero su amigo Félix Taranco le hizo ver las oportunidades que aún tenía para su futuro en el Uruguay. Devolvió el pasaje que ya había comprado y regresó a Tacuarembó donde, en 1907, se instala frente al Parque Rodó, con un pequeño negocio de ramos generales: tienda, ferretería, almacén y la representación de naftas y aceites Texaco.

En Tacuarembó aprendió a leer y escribir en pocos días, y tuvo su prueba de fuego cuando enfermó de tifus y sus empleados, vieron la oportunidad de disponer de lo que no era de ellos. Cuando Nadal mejoró del tifus estaba fundido y solo, pero conservaba su espíritu de buen español, trabajador, esforzado, alegre. Se casó con una tacuaremboense María Inés González con quien compartió trabajos, alegría y tristezas, y en 1920 pudo comparar un local amplio anexo a su casa de familia y enfrente al que tenía antes, o sea haciendo cruz con el Parque. Allí se fortaleció su espíritu con el aliciente de su familia y sus progresos, y su comercio floreció atendiendo a toda la barriada del otro lado del puente amén del comercio minorista de la zona norte y noroeste del departamento adonde vendía y de donde recibía papas, maíz, maní y tabaco para hacer acopio que luego enviaba a Montevideo.

Como Nadal aprendió a escribir ya siendo un destacado comerciante, fue centro de muchas bromas entre las que se contaba que una vez encargó a Montevideo un vagón de cal. ¿Cal o sal? No pudiendo entender bien, quien leyó el pedido y no conociendo las compras habituales de Nadal, le mandó un vagón de cal. Y mientras los clientes ganaderos le reclamaban sal para sus ganados y los comerciantes minoristas le hacían reiterados pedidos de sal, Nadal debió distraer su tiempo y atención en buscar a quien venderle un vagón de cal.

Buen observador, como hombre que se había hecho en la lucha diaria del comercio, Nadal pronto comprendió que la familiaridad entre extraños suele deparar sorpresas, por eso no tuteaba a sus clientes ni permitía que sus empleados los tuteara, pues es más fácil decir: “Ché, apuntá lo que llevo”, para después olvidarlo que solicitar un crédito de “señor a señor” para poder recordarlo. Más de un disgusto debe haberse ahorrado con ese proceder.

Nadal falleció en 1972 después de haber ejercido el comercio por más de 52 años y de haber dado ejemplo de laboriosidad y hombría de bien.

(*) Del libro del mismo nombre de Celia Testa editado en 1992.

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