“El cuero y el contrabando” (1780 – 1790) El negocio de los cueros comenzaba con la instalación de la “tropa”, que así se llamaba entonces a los establecimientos de matanza y secado, estos podrían definirse como estancia de ocasión o estancias fantasmas tal vez. Aparecían y desaparecían con la rapidez de un rayo. Mientras hubiese ganado en el lugar o en las cercanías, mientras el Resguardo (policía) “dejara vivir”, la empresa subsistía allí. Era éste el equivalente al caso de la estancia cimarrona. Sin paredes de piedra, ni mirador, ni mangueras de materiales diferente del simple palo a pique atado con tientos.
Se componía de un grupo de ranchos, por lo general de cuero, paja o paja y cuero. Podían ser de 3 a 10, según el número de la peonada, que variaba con el volúmen del establecimiento. A la vivienda se le agregaban uno o varios corrales, total, se iba a dejar en cualquier momento. En ella tenían lugar las actividades casi las mismas actividades de la estancia legal. Se enlazaba, se mataba y se cuereaba. Para ello habían y en gran número, caballadas en el predio, indispensables para las faenas.
Manuel Cipriano define en 1791 una “tropa” perteneciente al gaucho Carlos Grande, levantada en una loma cercana a la Laguna Merin. “Un corral en el medio, y en círculo de ranchos de cuero, a dos cuadras el estaqueadero con muchas estacas y asientos de 12 pilas de cuero que han levantado…”
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