El Nelo no conocía la magia
de la linterna del Grand City.
Como mucho alumbró cuevas de tatú
o hacía la calavera
apoyando la linterna en su pera
asomando desde la oscuridad del galpón.
Un domingo lo trajimos al pueblo
y lo sentamos en una matinée de western y romanos.
En la secuencia que el bandido vestido de negro
se acerca por la espalda del héroe
lo alertó: “¡cuidao atrás!”
mientras irremediablemente el Wayne caía tras el culatazo
entonces sentenció: “¡yo te dije… abombao!”
Desde ese momento ridículamente poético
El Nelo trasvasaba los límites de la realidad
y del plano de la pantalla
para fundar esta otra ficción donde es actor del poema.
Cuando estoy frente a las noticias policiales
o me llama un amigo
para contarme la tragedia de que cinco adolecidos le coparon la casa
siento que estamos a merced de los tipos
que salen de los libretos de la tele
para inventar un mundo de representaciones
donde multiplican la violencia a veinticuatro cuadros por segundo
y no reconocen los límites entre la ficción y la realidad.
Ya nadie entiende nada
ni el Ministro
ni nosotros
ni el poeta ni el policía
ni los propios chorros que se arremolinan
con sus aspas al viento disparando contra gigantes
como si otra vez Alonso Quijano saliera a leer el mundo
-como un signo-
desde un libro de Foucault.
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