Aquellos tiempos… HOSPITAL DE CARIDAD

Debe haber sido por el año 1860 que se fundó aquí en Tacuarembó, una sociedad de damas de beneficencia que, en su tiempo, alcanzó gran brillo, desarrollando una intensa y fecunda labor. Esa sociedad que, en sus primeros años, fue tensa y fecunda labor. Esa sociedad que, en sus primeros años, fue fundada y sostenida con los dineros del pueblo y con valiosas donaciones, llegó a tener varias propiedades. El primer hospital se estableció en la esquina de las calles Treinta y Tres y Sarandí, esquina Este; más tarde estuvo en General Flores e Ituzaingó, esquina Oeste; después en 25 de Mayo y General Artigas esquina Oeste y después en el edificio que fue demolido para construir el actual hospital.

Parece que fuera un contrasentido, pero a medida que fue creciendo la población fueron mermando las entradas, razón por la cual la Comisión de Damas que regenteaba el hospital, tuvo que recurrir al Estado en demanda de auxilio; auxilio que el Estado le prestó creando rentas especiales para ese fin. Más tarde, y por decreto del Poder Ejecutivo, se declararon cesante todas las comisiones de beneficencia, confiscándose sus bienes que pasaron a poder del Estado.

La primera Comisión estuvo formada por la señora Doña Agustina Píriz de Valdez como Presidenta, Doña Juana S. de Oliva como V. Pta. y Doña Inés Jáuregui de López como Secretaria. Grandes medallones de mármol blanco con el retrato de estas matronas esculpido a cincel adornaban la entrada de las salas del hospital, así como también una gran lápida de mármol con el nombre de las socias fundadoras. La piqueta demoledora el progreso, al destruir el viejo edificio para construir el moderno, no supo respetar el sagrado recuerdo.

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SU INDUSTRIA

Allá por los años 1870 al 1880, tuvo Tacuarembó un buen cura párroco que no solamente conquistaba fieles para la Iglesia robándole almas al Infierno con el consiguiente disgusto para Lucifer que no lo miraba con muy buenos ojos, sino que también intentó impulsar a Tacuarembó por las sendas del bienestar y del progreso. Tal fue Don Andrés Bagnati. Nacido en la bella Italia, en esa Italia cantada por los poetas de todas las épocas, en esa Italia cuna y baluarte de la raza latina y baluarte y cuna de la civilización occidental, de esta Italia de donde partiera el verbo de la redención cristiana y de donde ha de partir, a no dudarlo, el nuevo verbo de redención espiritual que ha de sacar al mundo del caos en que se debate actualmente; el padre Bagnati, reunía en su persona, un poco de todo lo bueno que nos trajeron los primeros inmigrantes que nos mandó el viejo mundo y tan pronto oficiaba de sacerdote recitando “pater nostros” o “aves marías” como se remangaba la sotana para cultivar la tierra, o entretenía sus ocios con la cría y cuidado de gusanos de seda.

El fue quien hizo venir de Europa los primeros labriegos italianos que poblaron el Ejido de Tacuarembó; él fue quien hizo plantar la primer parcela de trigo; él fue quien hizo instalar en la cuchilla, que desde entonces se llamó “del Molino”, el primer molino de viento de Tacuarembó, cuyas enormes aspas, en los días de molienda, nos traían a la memoria las hazañas del gran caballero Manchego; él, quien hizo cultivar la cría del gusano de seda y plantar las primeras moreras; él, quien hizo instalar el primer telar y tejer el primer poncho o la primer frazada que se tejió en Tacuarembó; él fue quien impulsó, aquí, en Tacuarembó, el progreso en todos los órdenes de la actividad humana y fue él, en fin, quien nos trajo a Don José Tocco y Dominguito Arena.

¿Quieren más? Desaparecido él, la obra por él impulsada se fue abandonando paulatinamente para quedar, en la actualidad, solamente pequeños vestigios de su obra. Pudiera suceder que la familia Valdez o la familia Nadal, conserven aun algún poncho o algún vichará de seda o de lana, verdaderas maravillas de la industria del tejido, hechos con la seda cosechada en Tacuarembó, alguna de la chacra de Christi y teñidos con tintas extraídas de la floresta indígena.

De “TACUAREMBÓ. Su fundación, hechos históricos, anécdotas” – Autor: Ramón P. González

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