En un jardín montevideano
tu madre teje y teje.
Pero otra tarde, por el Norte,
y en el estar con vitrales
de otro tiempo, en la casa del Dr.
Manuel Seoane, con Isis y con Lucho,
y dos o tres poeta refugiados
en la hospitalidad de aquel
abogado y profesor de Idioma Español, que les dictaba poemas
de Andrés H. Lerena,
y de un linotipista que esmeraba
su vida en algunos sonetos
memorables.
Y tú, Circe, recatadamente leías tus poemas.
Escuchabas a los desconocidos versolaris,
compartían lecturas
y cada cual protegía íntimamente
sus sueños
de adolescencia.
Y luego recorrías por Caraguatá, su río,
su monte espeso.
Agua y troncos negros
que reaparecerían en tu libro
de mocedad “En el tiempo”.
Y vuelta a Montevideo, la Facultad, donde aspiraste aires,
casi como los sones de Salinas.
Después, los cortes duros
en la película de tu vida: uno, dos…
Y tu cabeza pelirrojeña
anduvo en páramos…
Pero estaba Ariel. Y volvieron
los aires del músico ciego Salinas,
y un varón y una mujer
trenzaron manos y destinos.
Ah, los hijos!
Esos elfos que andan desarmando
la casa de juguetes de su
hogar; caminando al revés,
dominando el magisterio de su idioma
de duendes, viviéndose
enteros…
Y tú, cuidándolos, como las plantas más bellas del jardín;
sosteniendo a tu hombre,
perseguido y encarcelado.
Escribiendo con la solidez
que tallan los paisanos los cabos de sus rebenques,
pero con monedas de plata en el cinturón de cuero negro; pero con adjetivos
del hombre de la feria,
y aparcerías de sofistas
y de los que despuntan el Logos,
pensando en los humildes.
Circe:
Has escrito poemas para todos:
Para la reflexión profunda
y la canción de trámite,
hiciste teatro para niños
vuelta tú misma uno de ellos.
Imaginativos y audaces
como ellos.
Bienvenido el Premio.
Te corresponde por derecho propio, que al fin y al cabo es el derecho
que te dio el prójimo,
por el que sigues desviviéndote.
(*) Washington Benavides
Montevideo, 23 de Octubre de 2015
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