RECORDANDO A TOMÁS / Por Jesús Ariel Casco

No me voy a sumar a las decenas de periodistas, escritores, artistas, comentaristas que, con solvencia y autoridad, aquí, en el país e internacionalmente, han opinado sobre vida y obra de “nuestro” Tomás de Mattos, llenando muchas páginas, muros y espacios de todo tipo. Sería presuntuoso intentarlo y –por otra parte– ni quiero ni me place. Quiero sí dejar correr el teclado para intentar rescatar para todos –y perdónenme– especialmente para mí, para América e Ignacio, el “Tomasito” de tantas entrañables horas, de tantas búsquedas compartidas, de satisfacciones….e insatisfacciones…en fin: de la vida misma.

Fue así: según América somos hermanos. Y desde ahí quiero hablar.

Ya conocía su valía intelectual y artística. Pero empezamos a acercarnos vitalmente en un lejano diciembre de 1985, cuando con Javier Marsiglia visitaron nuestra casa y me dejaron sin participar en una movida en contra de la aprobación de la por nosotros llamada “Ley de Impunidad”. Fueron a ofrecerme trabajar en inserción social del CLAEH que entonces procuraba echar raíces en Tbó. Fue su primera caricia a mi alma: ante mi sorpresa fundamentó su decisión en el perfil inquieto, humilde y barrial, contestatario y propositivo que veía aparecer en mí. Cuando expresé que yo no militaba en el sector que, en cierta forma, representaban me habló del valor de la pluralidad.

Esa empresa, por veleidades humanas que ya casi olvidé, para mí no prosperó. Y ello hizo que Tomás también la abandonara. Pero estrechó nuestra amistad!.

Siguió la vida con coincidencias y divergencias. Aprendí a festejar –y a veces padecer– a ese ser íntegro, inteligente, alegre y pícaro, que disfrutaba tejiendo relaciones.

Y llegó 1989. Y la crisis más honda del Frente Amplio. Por desavenencias profundas de orientación o oportunidad “la 99” y “el PDC” abandonan nuestra coalición fundando el Nuevo Espacio. Justo en los momentos en que considerábamos propicio el escenario de acceso al Gobierno Nacional. La desazón, el desconcierto, la dispersión ganaba nuestras filas.

Y entonces, en una para mí memorable Asamblea del FA en nuestro local de 25 de Mayo (casi pegado a Centro Comercial) un grupo de compañeros militantes de esos sectores disidentes, entre los cuales quiero recordar a Jacinto “Diente” Pereira, Ana González, a Don Pedro Telechea y a Tomás, encabezaron lo que se conoció nacionalmente como la “rebelión de Tacuarembó” expresando –para mí en un grito– que no abandonaban el Frente Amplio.

Poco tiempo pasó para que algunos desperdigados, algunos esperanzados y otros tocados en su amor propio, conjuntados bajo el carisma de Mariano Arana, fundáramos la Vertiente Artiguista. Y el mismo Mariano, en encuentro en Editorial Banda Oriental que compartían, invitó a Tomás a “engancharse”, cosa que formalizó Enrique Rubio en una inmediata visita a Tacuarembó.

Empezó allí, definitivamente, nuestra alianza política y de afecto profundo. Aunque siempre siguió diciendo que ya no se “casaría” con ningún grupo, por lo que definió su adhesión con la Vertiente como de “concubinato estable”.

Pasó a ser, entonces –en términos tal vez ya perimidos – “el mentor” de la Vertiente…. y también el mío. Nunca quiso ser el candidato –aunque todos lo queríamos– pero fue el líder, el estratega, el negociador, el convocante, la referencia y –para mí– el confidente y el amigo.

Esa etapa, la de la construcción de la Vertiente, en plena campaña electoral pasó a ser un emprendimiento de pasión que compartimos, con el convencimiento que aportábamos mucho a la vigencia y futuro de la izquierda uruguaya, en matriz frenteamplista. Su casa pasó a ser casi comité, lugar de encuentro, hospedaje de visitantes de campaña: en fin nuestro reducto. Mucho pensamos, mucho diagramamos, muchas visitas realizamos, a muchos compañeros convocamos. Y –la verdad– poco festejamos cuando las instancias electorales fueron triunfos: Frente Amplio vigente, triunfo en Montevideo, Vertiente Artiguista consolidada. Al decir de América “uds son unos tristes: planifican, se matan trabajando pero no festejan”.

Vinieron después otras elecciones, otros avatares personales, su fugaz pasaje por la Junta Departamental y el alejamiento para asumir la Biblioteca Nacional, ese elefante sin afecto que lo comenzó a matar. Igual cumplió poniendo en ello todo su saber, su inteligencia, sus aspiraciones de cultura popular y su esperanza. Debió beber allí cántaros de incomprensión, de intereses mediocres, de burocracia paralizante.

Volvió con su siempre cansino y absorto paso a las calles de nuestra ciudad. Y hubo tiempo para otros éxitos literarios y para otra pasión futbolera que agregó a su corazón peñarolense: la quijotada del Tacuarembó Futbol Club. Y lo veríamos una vez sí y otra también, la mayoría de las veces con Pablo Inthamoussu, alentando desde la tribuna.

Los espacios que nos dejó su precaria salud de los últimos tiempos siempre fueron fructíferos para mi perenne consulta. Es que siempre reconocí en él la capacidad artística de elevarse por encima de nosotros –simples mortales– y prever y diagramar instancias futuras.

Como ya lo dije: donde estés seguro sigues empecinado con algún capítulo inconcluso, algún nuevo libro (de cuentos cortos como yo te pedía), con los goles magistrales o con los ariscos números de la quiniela o 5 de Oro que no te obedecen. Y yo acá celebrando el haberte compartido.

Tomás de Mattos Hernández, falleció en la ciudad de Tacuarembó, el día 21 de marzo de 2016 había nacido el 14 de octubre de 1947 en la ciudad de Montevideo.

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De Tomás…

“Te diría que en todas mis novelas hay ficciones; en todas, siempre hay un pre-texto. Me gusta jugar con los dos sentidos del término: es el pretexto, es decir, el motivo por el cual escribo, y por otro lado, es también el pre-texto, esto es, el guión. En estas novelas el pretexto –el motivo- es algo que me interesa vitalmente: el misterio. El Misterio, escrito con mayúscula, que es un conjunto de misterios. Puede ser un misterio laico -el sentido del universo, por ejemplo- y también puede ser un misterio de Dios; y en este último caso estaríamos hablando de la ética y de cómo – desde una perspectiva religiosa-podemos ser felices.

Se trata del misterio de la sabiduría, cómo discernir el bien y el mal y alcanzar la felicidad. Cuando escribí ¡Bernabé, Bernabé!, la historia de Bernabé Rivera era, lisa y llanamente, un pretexto en el doble sentido de la palabra; sobre todo, era un pretexto para poder hablar de los hechos históricos recientes. Como abogado, siempre me impresionó, con respecto a los homicidas, los violentos, el hilo delgado que separa a cualquiera de nosotros de ese asesino. Pero también me sorprendió que, puestos en esa situación de reclusos y afrontando, por haber cometido delitos graves, un tiempo largo de prisión y una crisis existencial muy grande, casi nunca los acucia el remordimiento.

Los acucia una fuerte sensación de desdicha y parecería que continúan odiando a la víctima. Esto me evoca la frase de Goya: “Los sueños de la razón engendran monstruos”. ¿Qué son estos “sueños de la razón”? ¿Significa que elucubramos teorías que justifican la atrocidad? ¿O es que, de alguna manera, se nos duerme la conciencia y se nos duerme la razón?”

Entrevista a Tomás de Mattos – Extraído de http://www.um.edu.uy/

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‘IN MEMORIAM’

TOMÁS DE MATTOS: el escritor más uruguayo y universal / Por Fernando Esteves (*)

El lunes 21 de marzo murió el escritor uruguayo Tomás de Mattos, exdirector de la Biblioteca Nacional y miembro de la Academia de Letras de su país. Hijo, esposo y padre de médicos, optó por la abogacía por profesión y por la literatura como vocación. Nació en Montevideo hace 68 años, pero falleció donde había vivido casi toda su vida: Tacuarembó, 400 kilómetros al norte de Montevideo, ciudad cuyo tamaño —dicen— es inversamente proporcional al número de poetas y músicos ilustres que la habitan; tal es así que la mayoría de los uruguayos cree que allí también nació Carlos Gardel.

No gozó de la popularidad internacional de sus compatriotas Eduardo Galeano y Mario Benedetti, pero en su país consiguió lo que pocos: los principales premios literarios, el reconocimiento de la crítica y el público. Sobre todo, luego de la publicación en 1988 de la novela histórica Bernabé, Bernabé, acerca de un episodio de mediados del siglo XIX (la matanza de Salsipuedes) que habría supuesto el exterminio de los últimos charrúas, pobladores originarios del Uruguay. Admirador ferviente de Hermann Melville, se atrevió a imaginar en La fragata de las máscaras los acontecimientos previos y posteriores al motín de una fragata esclavista española en Benito Cereno.

Fue un hombre afable, afectuoso, de una vastísima cultura literaria, histórica, filosófica y teológica. Políticamente ha sido un socialdemócrata, cercano a la doctrina social de la Iglesia y al Frente Amplio, coalición de izquierda que gobierna el país en su tercer periodo consecutivo. De Mattos fue un intelectual liberal, cuyas fuertes convicciones católicas —se formó en un colegio jesuita— están presentes en La puerta de la misericordia, probablemente su obra más ambiciosa. Una de sus últimas obras tiene como protagonista a otro personaje clave de la historia uruguaya del último cuarto del siglo XIX: José Pedro Varela, fallecido de tuberculosis a los 34 años, impulsor de reforma educativa que es el origen de la escuela laica, gratuita y obligatoria, orgullo nacional y una de las bases de la movilidad social ascendente que caracterizó a la (ex?) Suiza de América.

Pero Tomás de Mattos no solo es el autor de algunas de las obras literarias más significativas escritas en los últimos treinta años en el país del mundo que produce más futbolistas y escritores per cápita, sino que es el paradigma del hombre bueno y ético, que abrazaba la escritura con el rigor de un profesional y la pasión de un amateur. Tomás de Mattos, hombre de andar moroso y prosa trepidante; hombre con aire provinciano y poética de alcance universal.

(*) Fernando Esteves es editor uruguayo. Fue director de Alfaguara y actualmente es director general de SM en México.

De El País de Madrid 23.3.2016 (http://cultura.elpais.com/)

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