A fines de 1959 terminamos el liceo en el San Javier, cuando Tomás finiquitaba su sexto año escolar y se preparaba para el “temido” examen del segundo ciclo. Él lo reflejaba en sus Impresiones del colegio publicadas en el libro del San Javier: “… ahora veo asombrado que las hojas del almanaque de mi clase se han ido al canasto, quedando solo dos. Pero esas dos son expresivas… nos recuerdan el examen de ingreso. Lo esperamos serenos y confiados en el esfuerzo realizado”.
Al año siguiente, 1960, nuestra familia llegó a residir en la ciudad en la calle Ituzaingó 287 y yo a cursar Preparatorios en el liceo departamental, jugar al fútbol en el Ferro y en los atardeceres llegarme a la casa parroquial de la San Fructuoso. La mamá de Tomás, doña Flor, católica práctica y de misa diaria llegaba a la catedral todas las tardecitas a la misa que oficiaba el Padre Costa; la traía su esposo, el Dr. Secundino de Mattos, y el Padre Mario lo esperaba, a este, en el banco de la plaza frente a la iglesia para desgranar aquellas charlas de dos amigos, con el telón de fondo de la acuarela de la tarde cayendo en oro de sol detrás del Teatro Escayola.
Y “el Padre Mario con su parecido a Trevor Howard con su pelo al rape y el cigarro del que no tuvo escape de pecadores siempre concurrido …” al decir del Bocha Benavides, esperaba aquellas tertulias como un rito. Muchas tardes Tomás acompañaba a sus padres, y supongo, porque no lo recuerdo con precisión, que subía las escaleras con su madre mientras Secundino platicaba con el “Cura del Pueblo”. Quizás ya comenzaba Tomás a escribir “La puerta de la misericordia” entre la religiosidad consecuente de su madre y el humanismo de aquel galeno que mientras prodigaba sus cuidados médicos también sabía disfrutar de su pasión burrera.
Tomasito, que así cariñosamente lo llamamos, a los 17 años cuando llegó al liceo departamental para los Preparatorios de Derecho también se trajo sus primeros pininos en las letras y el Bocha visionario le extendió su apoyo.
El 21 de marzo de este año el autor de “El hombre de marzo” nos dijo que viajaba hacia esa vida eterna que su fe le ponía al final del camino terrenal. Pero aquí también seguirás siendo eterno como el tiempo y florecerás cada vez que las hojas de uno de tus libros se desgranen ante la ávida curiosidad de un lector.
Y como dices en el prólogo de esa tu novela bíblica “… acaso la vida eterna exista y se la pueda explorar y gozar aquí, en esta tierra, que se estremece con las contracciones y los gemidos del parto de los hijos del Hombre”. Ojalá que sí, Tomas de Mattos.
Luis Ángel Inthamoussu
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