El viejo pueblo ferrocarrilero del río Negro podría curar su depresión gracias al mayor proyecto industrial de la historia – Paso de los Toros, la antigua Santa Isabel, es una vieja dama digna que oculta como puede su irrefrenable decadencia. Y según parece, el rescate le llegaría junto a una gigantesca fábrica de celulosa, el proyecto industrial más grande la historia de Uruguay. Durante siglos fue uno de los tantos pasos del río Negro para jinetes, carretas, diligencias y ganado, antes de la era del ferrocarril y el automóvil. En torno al «paso general de los toros» ya se había gestado en 1832 una población con pulpería, que mucho después, en 1876, el caudillo local engalanó y llamó Santa Isabel en homenaje a su madre muerta.
El rancherío levantó vuelo en la década de 1880, cuando llegaron los ingleses del ferrocarril y construyeron un largo brazo de metal sobre el río. Aquel vado insignificante, en el desértico y semisalvaje centro del país, de pronto hirvió de hombres, máquinas, talleres y herramientas. Tomó un nombre más pomposo, Santa Isabel del Paso de los Toros, y sirvió de punta de lanza para la conquista del norte, hasta entonces un territorio más brasilero que oriental.
En marzo de 1897, después de la batalla de Tres Árboles, los jinetes rebeldes de Diego Lamas espantaron al caudillo colorado local, Inocencio «Querido» Bálsamo, para volar el puente del ferrocarril y evitar el paso de tropas y pertrechos gubernistas. El gauchaje miró con asombro aquella «obra notable de ingeniería», como la llamó Luis Alberto de Herrera, quien venía con ellos. Al fin prefirieron seguir de largo tras dejar a sus heridos graves. En 1929 se inauguró el puente carretero sobre el río Negro, entonces el más largo de América Latina, con casi 600 metros.
Ese mismo año Rómulo Mangini, un italiano que fabricaba refrescos, dio por fin con una fórmula de agua tónica, que al principio llamó Príncipe de Gales, al gusto de la colonia inglesa local. En 1937 la villa se benefició de otro gran empujón cuando el consorcio alemán Siemens comenzó a construir en las inmediaciones la gran represa de Rincón del Bonete. Miles de obreros, técnicos y familiares se instalaron en medio de la nada, levantaron un dique fantasmal y crearon un lago de más de 1.000 kilómetros cuadrados, el doble de la extensión del departamento de Montevideo. El país ya no dependería sólo de la quema de carbón o petróleo para generar electricidad. En el otoño de 1959, lluvioso como pocos, los responsables de la central hidroeléctrica demoraron demasiado en abrir las compuertas y reducir el gran lago.
Querían ahorrarle dificultades a la represa de Baygorria, que se construía aguas abajo. Es historia conocida; terminó en catástrofe. Para aliviar al dique y salvar las instalaciones, el gobierno hizo dinamitar un gran terraplén contiguo. De todos modos las aguas también pasaron por encima de la represa y taparon buena parte de la ciudad de Paso de los Toros, cuyos habitantes habían sido evacuados en un día. Cada familia guarda su relato épico.
Desde hace más de medio siglo la pequeña ciudad –que ahora como entonces reúne 13.000 habitantes– transita el apacible camino de los empleados públicos, la rutina cuartelera y de los pequeños servicios para un área de ganadería mixta extensiva. La amplia región de vías férreas gastadas y pueblos moribundos ni siquiera se benefició del auge agrícola de los últimos 15 años. Sus suelos son demasiado duros.
El último shock positivo fue la construcción de los grandes parques eólicos de cuchilla de Peralta y Pampa, más al norte. La enorme planta de celulosa de Montes del Plata se iba a instalar sobre el río Negro, pero la compra en 2009 del proyecto Ence implicó su traslado a Conchillas. El centro de Uruguay y la frontera con Brasil son las zonas de menor desarrollo relativo. En los últimos 100 años la población del país creció 212%, la de Tacuarembó 92% y la de Durazno apenas 35%. Los dos departamentos representan el 4,5% de la población total y un insignificante 3,2% del producto bruto. Una gran fábrica de celulosa, que agrega demandas de todo tipo y gesta miles de empleos indirectos, atenuaría esa depresión.
En esa región del centro, en el campo, viví mi niñez y adolescencia, cuando el mundo parecía tan grande y extraño. Paso de los Toros fue el escenario del primer gran amor, que no se olvida; de veranos en el río, entre los dos puentes, bajo un sol homicida; de jornadas de libros, caza y pesca; de amistades cerradas como un puño. Pero aquello que un día fue luminoso hoy luce decadente y tan tacaño en oportunidades como entonces.
La nostalgia cuando no da vida, mata. Si al fin el proyecto de los finlandeses de UPM se concreta, Paso de los Toros tendrá otra gran oportunidad histórica. No debería temer tanto a las taras que traen consigo los grandes procesos de desarrollo como a la falta de oportunidades que ahuyenta a muchos de sus hijos, generación tras generación, y mortifica el alma.
Extraído de elobservador.com.uy
(*) Miguel Arregui, periodista oriundo de Paso de los Toros. Fue periodista del semanario Aquí, secretario de redacción de Búsqueda, entre otros. Actualmente es columnista de El Observador.
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