Contra las maneras equivocadas de nombrar y de convivir con nuestro destino. – Lo que fue un problema de un siglo y medio — si se cuenta desde Las flores del mal (1857) o del Manifiesto Comunista (1848) para acá — ya no es un problema. El problema del comunismo — o de su realización práctica, el «socialismo realmente existente», hermoso eufemismo para una realidad de terror nada envidiable — sigue latente y para algunos vigente. Y si no es el comunismo, sí su diagnóstico implacable expuesto explícita y áridamente en ocho tomos que nadie lee pero que, al ritmo que van las cosas, debería ser lectura obligatoria en secundaria en lugar de los modelos educativos pragmáticos basados en el reparto de laptops a discreción. Pero yo no hablaba del capital y de la lógica actual de la dominación. Achille Mbembe en Necropolítica lo explica. Yo hablaba del problema del poema que duró más o menos lo que la esperanza de transformación social mundial.
La esperanza de transformación desapareció en buena parte — digamos, unas tres cuartas partes del grueso de la esperanza — no la necesidad. Pero en el caso del problema del poema no desaparecieron ni el problema ni el poema. Y — y otra y: esto sí que es increíble — en el caso de los problemas del mundo ya ni las grandes fortunas que parecen hablar solas como entelequias espectrales los niegan. Pero en el caso del poema se resolvió el problema por desaparición fenoménica: no hay ese problema que gran parte del arte que sigue — o seguía — el eje central romanticismo alemán-simbolismo francés-vanguardia estético-histórico hizo suyo como conciencia.
El problema es que este mundo resuelve sus cosas difíciles por eliminación, sea cosa humana o cosa poética —mentale, diría Leonardo. O de locos si uno recuerda — no tan lejos en el tiempo como parece — la pelea entre Julio Herrera y Roberto de las Carreras por la autoría de «meteoro: metáfora de oro». Pelearse por una metáfora es de una grandeza inaudita hoy en día cuando las peleas se centran en el espacio llamado antiguamente «lugar al sol». Y ahí van las derivas: un lugar al sol existe tanto como un lugar a la sombra — que puede parecerse a la libertad si esta, como en Uruguay, es una cárcel —; ni uno ni otro son, en principio, metáforas. Son lugares físicos, existentes. Julito y Roberto se peleaban por un pedazo de espacio imaginario. Su oro era El Dorado del lenguaje. Hoy los lugares al sol son invitaciones para festivales — festivales del mundo, festivales del post-mundo, Mundiales de poesía — lugares codo a codo en las maratones donde ciento cincuenta leen un poema al grito de «La poesía no se vende». Y claro que se vende.
Todo se vende en la selva salvaje. Y en primer lugar los poetas. Este fue el problema eliminado: la cosa de lenguaje pasó a ser cosa de ensamblaje en las plantas de montaje de las franquicias japonesas, chinas o — ya antiguamente — alemanas. Y el automóvil era la gran metáfora. También las hay de oro como el Aston-Martin de Bond, James Bond.
Extraído de http://www.elpais.com.uy/cultural
Eduardo Félix Milán, nació en Rivera el 27 de julio de 1952. Es poeta, ensayista y crítico literario. En su juventud residió en Tacuarembó donde fue integrante del “Grupo Tacuarembó” que orientaba el poeta Washington Benavides. Reside en México desde 1979.
Sé el primero en comentar