Las sepulturas halladas cerca de Tacuarembó datan de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Entre un matorral espeso de malezas, coronillas y espinas, donde ni vacas ni ovejas pueden ingresar, se han localizado 22 cruces de un antiguo cementerio, en donde hubo enterramientos de los restos mortales de personas fallecidas entre 1870 y 1911. El período queda determinado por las fechas grabadas en chapas remachadas en las hoy oxidadas cruces de hierro que están casi ocultas, clavadas y apenas visibles en el suelo húmedo de un campo, a 20 kilómetros de la ciudad de Tacuarembó, por la ruta 31, en el paraje conocido como de Las Luján, propiedad del veterano médico César De Lima Simoes.
Las cruces de hierro están enterradas en medio de ese monte natural, en donde apenas crece el pasto, rodeado por un bajo muro de piedra, ya desmoronado en gran parte.
Misteriosamente, en donde hubo un cuerpo enterrado nació un árbol y en algunos casos esos vegetales ya adultos crecieron y levantaron las cruces. Varias aparecen incrustadas en los troncos de coronillas que nacieron en el lugar.
Lo extraño de todo es que algunas placas de metal y trozos de hierros pueden ser vistos encima de los árboles, a dos o tres metros de altura, aprisionados por los gruesos gajos. Se trata de cruces que han sido arrancadas por la fuerza del crecimiento de las especies vegetales en el camposanto. No hay información ni pruebas para determinar las causas de la muerte de las personas relativamente jóvenes que se enterraron en ese lugar en los años 1901, 1907 y 1911, de acuerdo a las fechas que se leen en las cruces.
De acuerdo a los datos aportados por César De Lima Simoes, entre 1840 y 1875 se cometieron ajustes de cuentas «contra ladrones de ganado y matreros en esas zonas», que podrían haber terminado siendo allí sepultados.
Otra de las hipótesis es que en la época existían muchas enfermedades difíciles de combatir y por eso también es posible que los entierros fuesen de sujetos afectados por alguna peste. La fiebre amarilla por ejemplo llevó a la muerte a personas jóvenes y niños, como también la rubiola, la tifoidea o infecciones que no se trataban.
Historias ocultas – El descubrimiento del cementerio abre ahora un abanico de preguntas ya que en estos momentos nada se sabe sobre las tumbas, quiénes fueron enterrados allí, sus edades y las circunstancias de su muerte. El médico César De Lima fue director del Hospital de Tacuarembó desde 1969 a 1981 y dijo que compró el campo en la década de 1960.
Hace poco, cuando su empleado debió ingresar a ese monte fue que se encontró con una cantidad de cruces inclinadas y enterradas, dijo.
De Lima contó que los anteriores dueños del terreno nunca le habían hablado de la existencia de ese cementerio. Las cruces de algunas tumbas muestran una inclinación de su brazo horizontal, algo que también implica un misterio.
No hay ningún testimonio escrito u oral sobre el tema y tampoco sobre los que allí en paz descansan, ya que en la zona no existen habitantes cercanos que lleven los apellidos de los difuntos que aparecen en las placas, como Guillermo Píriz, que falleció en 1907 a los 34 años o Teófilo Viera, que murió a los 32 años.
Pleno silencio – En estos últimos sesenta años nadie se ha acercado al lugar ni siquiera para poner una flor, nadie ha comentado la existencia del cementerio o narrado historias sobre algún familiar o alguna leyenda de carácter fantasmal que transmita posibles causas de la muerte de personas relativamente jóvenes. Para De Lima, fueron muy rudimentarios los sepulcros ya que no han aparecido vestigios de lápidas ni de piedras que pudieran tapar o formar parte de la base de las cruces hechas en hierro forjado.
Hasta el presente solo queda en evidencia que ese sitio no había sido visto antes por personas contemporáneas; pobladores que tienen más de 60 años en ese paraje coinciden en decir que no conocían la existencia de esos enterramientos demarcados solo por cruces y piedras alrededor. «Es de suponer que esa zona no tenía vegetación y después comenzaron a nacer árboles. Otra curiosidad es que esté establecido en una zona baja, cuando en la antigüedad los cementerios se construían en la parte alta de los terrenos para estar más cerca de Dios», concluyó De Lima.
La muerte de familias dejó en el olvido al predio – Roke es el capataz de la estancia en donde aparecieron vestigios de las 22 tumbas; él dijo a El País que sabía de la existencia del cementerio y que «quien enterró esos muertos en ese lugar sabía de la existencia del mismo», pero al pasar el tiempo y a medida que fueron falleciendo los familiares de los sepultados, el lugar pasó a quedar en el olvido, en el anonimato, sostuvo.
El capataz agregó que se enteró que existía el cementerio por Leonidas, el hijo del doctor César De Lima, actual propietario del predio rural. «Leonidas estudia medicina en Montevideo, y si no fuera por él quizás hasta ahora no lo habría descubierto nadie «, añadió Roke en su testimonio de una historia que aún demanda muchos datos para ser revelada.
El silencio impera en costas del Tacuarembó
La ruta 31 atraviesa el territorio uruguayo de oeste a este, recorriendo los departamentos de Salto y Tacuarembó. A 19 kilómetros de este último, pasando el puente del Arroyo de Luján e ingresando a la derecha, a poco menos de un kilometro de la ruta mencionada se encuentra el establecimiento denominado «La Lira», propiedad de Leonidas De Lima y de su padre, el médico César De Lima. A poca distancia del casco de la estancia es que se encuentra por su parte una isla de árboles autóctonos o nativos, en las costas del Tacuarembó Chico. Apenas se pisa el lugar, el visitante queda en medio de un profundo silencio y de un gran misterio: a un lado y otro, en círculo, se ven las cruces del cementerio abandonado.
NÉSTOR ARAÚJO (http://www.elpais.com.uy/)
Me parece fascinante.Nosotros estuvimos por ahi en el año 1969,haciendo trabajos de geologia.