Para que sepan todos a quien tú perteneces,
con sangre de mis venas te marcaré la frente,
para que te respeten aun con la mirada,
que sepan que tú eres mi propiedad privada.
Porque siendo tu dueño no me importa más nada
que verte solo mía mi propiedad privada
Que verte solo mía mi propiedad privada.
(*)
Así dice una conocida y vieja canción latinoamericana. Julio Jaramillo la cantó para los más viejos, y muchos otros lo han hecho después, entre tantísimos, Rios y Soledad Pastorutti.
Seguramente quienes fueron mis profesoras de Literatura lo pueden explicarlo mejor; no quiero decir lo que el autor quizá no quiso expresar. Toda canción, incluidas las de amor o «románticas» como en éste caso, se escriben, se cantan y se interpretan dentro de un contexto social y personal determinado. Cuando pasa el tiempo, y la volvemos a escuchar, aquel primer impacto queda atrás ante la comprensión del texto de la composición, que choca de frente con nuestra concepción ideológica y filosófica, la que vamos construyendo y adhiriendo en el transcurso de nuestra vida.
Hechas las anteriores aclaraciones, buscando «atajarnos», queremos decir que esa letra nos da pie para referirnos a un complejo asunto de nuestros días: la violencia contra las mujeres, también entendida como violencia de género. En tal sentido, este viernes se conmemora el Día Internacional de la Violencia contra las Mujeres.
Hay quienes cuestionan la inclusión de estas marcas de la memoria, y lo asocian a determinados grupos minoritarios de poder. Pero más allá de esa polémica, y buscando ser prácticos, este día nos debe servir para mirar que está pasando con los hombres, porque agreden a su pareja mujer, incluso hasta el extremo de quitarle la vida.
Por supuesto que no resulta sencillo abordar el tema, sobre todo si tenemos que empezar por miramos a nosotros mismos, intentando salir de una posición de moralina barata, o fingiendo que este drama humano ni siquiera no roza. Todo lo contrario; la idea es abordarlo desde la horizontalidad, asumiendo nuestros defectos y miserias.
Los números son pesados, alarmantes; las denuncias por maltrato pasaron de ser 5600 en 2005 a ser 25.500 en 2015; se reciben 85 denuncias por día de mujeres que aducen sufrir diversos hechos de violencia, y en los últimos doce meses 45 mujeres fueron asesinadas, en la mayoría de los casos, por su pareja o ex pareja. Naturalmente, también hay hombres víctimas de violencia por parte de mujeres, pero los números dicen que su proporción es infinitamente menor. Ante esto, vaya si resulta importante reflexionar acerca de lo que pasa al interior de los hogares, que pasa en las relaciones entre las personas de uno y otro sexo.
Y las preguntas nos abruman: ¿Por qué el hombre agrede tan brutalmente a esa mujer con la cual tiene un vínculo afectivo? ¿Por qué tantos hombres, luego de dar muerte a la mujer, se quitan la vida? Las acciones desde el Estado, desde las instituciones, ¿van en sentido correcto? ¿Qué cambios en las políticas aplicadas se pueden implementar? O acaso, ¿esta violencia de género, no representa el pico más alto de la convivencia violenta que transita el conjunto de la sociedad?
Lamentamos defraudar vuestra expectativa, querido lector; estas cuestiones superan nuestra muy limitada capacidad para entender los intrincados recovecos de la mente humana. En la relación entre dos personas se dan un sinnúmero de interacciones, que en la pretensión de opinar con seriedad, dejamos su análisis para profesionales idóneos.
Pero en aras de realizar un humilde aporte, buscando ayudar a que los hombres piensen, si es que tienen ganas, les proponemos volver a la canción del principio: «Tú eres mi propiedad privada». Que por un momento no nos importe lo que estaba sintiendo don Modesto López al escribir (es de suponer que el buen hombre expresó así el gran amor hacia la dama, colocándola como parte de su propiedad privada, que sería lo más importante), y lo dejamos para tratar en un taller literario.
Vamos a lo concreto: nos hemos acostumbrado a escuchar, a bailar, y hasta celebrar, una canción que expresa en su letra que una persona (en el caso la mujer) es «propiedad privada» del hombre. ¡Pavada de propiedad! El concepto de propiedad privada está asociado al dominio; alguien es propietario de un bien inmueble cuando ejerce el dominio sobre el mismo; y así con un auto, un mueble, o la moto; se dispone de él.
Se lo cuida, se lo vende, o cuando entendemos que ya no sirve, se lo deshecha. Y aunque la famosa canción no se haya escrito con esa intención, parece bastante claro que abundan las situaciones donde el hombre se siente con el poder, con el «derecho» de disponer de la otra persona, al punto de decidir que puede hacer y que no, de mantenerla a su lado, de pegarse a ella a como dé lugar. Todo indica que debemos revisar esa concepción, el ser hombre en nuestra región y en nuestro tiempo.
Vivimos tiempos diferentes, donde la mujer, de forma paulatina, adquiere conciencia de sus derechos, y cada vez más está dispuesta a invocar respeto, incluso, pagando altísimos precios. Hombres y mujeres (y ojo, que muchas veces ella misma defiende concepciones machistas), debemos apostar a una convivencia más respetuosa, de no dominio, más tolerante y comprensiva. Hacer lo contrario es provocar daños irreversibles, proceso en el cual también sale dañado y enfermo el propio hombre; es desplegar una guerra donde nadie gana nada. Por eso, invitamos a la reflexión, ante un tema donde es fundamental impulsar un cambio cultural, para dejar atrás esta sociedad patriarcal y misógina.
PENA DE MUERTE
Hace unos días, en la ciudad de Rivera, una mente enferma, un hombre enajenado dio muerte a una pequeña niña de 9 años, luego de haber abusado de ella. Este hecho ocurrido aquí cerquita, expone con crueldad el nivel de degradación y de deshumanización que alcanzan algunos seres humanos. Merece, digámoslo ya, nuestro total y más amplio repudio.
A partir de ese desgraciado episodio, se desatan otros fenómenos de violencia que podemos entender desde lo visceral, partiendo del sentimiento más primitivo, pero de ninguna forma justificable. Un grupo de vecinos expresaron su solidaridad con la chiquita ya fallecida, enfrentando ferozmente a la policía y demás autoridades, reclamando Justicia, cuando los responsables del crimen estaban identificados y detenidos.
Vimos como desde las redes sociales algunos personajes de la farándula oriental, reclamaron la pena de muerte, o la entrega del criminal al Pueblo, con el argumento: «ese tipo es irrecuperable; cuando salga en libertad vuelve a hacer lo mismo». Se levantaron rumores pidiendo que lo llevaran a determinada cárcel, para que allí fuera violado por otros presos. Se nos dijo además, que habrían publicado fotos o vídeos con lo «que le hicieron cuando llegó».
Peor aún, es celebrar todo este accionar, como el mejor camino, el correcto; como la solución para resolver estas cuestiones. En este escenario, asistimos a una exacerbación de violencia social, que se manifiesta primero con el crimen a la niña, y que luego continúa con los demandantes de Justicia.
Vivimos en una sociedad que parece haber ingresado en un espiral de violencia, adoptando distintas formas y justificaciones, que abre caminos aún más peligrosos. Es en ese ambiente violento, donde encuentra marco la violencia contra la mujer.
Pena de muerte, cadena perpetua, forma parte de un reclamo que algunos hacen oír en situaciones como las vividas en Rivera. Podemos sentarnos a discutir, pero teniendo presente que aquellos países que han implementado estas medidas extremas, siguen padeciendo el flagelo de la violencia. Con frecuencia la televisión muestra escenas de masacres y tiroteos indiscriminados que ocurren, por ejemplo, en Estados Unidos, donde algunos de sus Estados aplican la pena de muerte, que no parece operar para intimidar, señalando que no parece un camino a imitar.
Podemos discutir sobre cuestiones opinables, en el entendido que no todo es opinable. No es opinable debatir sobre el Estado de Derecho, que en circunstancias como las que desató el crimen de la niña Valentina en Rivera, se pone a prueba. Lo hace porque es extremadamente fácil otorgarle garantías a los buenos; lo difícil es mantener esas mismas garantías para los malos. Los uruguayos vivimos la experiencia de un Estado de Derecho arrasado, y tenemos la convicción que nadie quiere repetir eso.
Es el límite para el ser o no ser de la República, de la Democracia. También es el límite, la frontera que distingue al ser humano del resto de los animales: ellos tienen el instinto, nosotros la conciencia y el uso de razón.
Podemos discutir acerca de las penas a aplicar, pero no puede estar en discusión la necesidad imperiosa de un cambio cultural. Un cambio de cabeza, que permita entender la vida y la convivencia como un camino, que debemos, necesariamente, transitar con mayor respeto por el otro, por la otra; con más tolerancia, con amor. En este asunto, si no cambias Vos, no cambia nada.
(*) Letra: Modesto López
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