Blanca Rodríguez es descendiente de charrúas. Esta maestra jubilada que reside en Tacuarembó, es chozna del Cacique Sepé y proclama con orgullo su ascendencia
y la existencia de descendientes indígenas en nuestro país.
En una cálida tarde recibió a aconteceres en un gran patio rodeado de árboles, donde se puede ver el círculo de piedra den que enciende su “fueguito”.
“No es de siempre que me definí como charrúa. En algún tiempo me dije, soy descendiente de charrúa, solo después que llegué a cierto estadio de profundidad en mí, me di cuenta que en realidad me siento charrúa, por más que tenga otras raíces también. Eso de que los ancestros viven en uno es así, yo tengo otros ancestros que viven en mí y sin embargo la ancestralidad charrúa me mueve, resuena en mí con una profundidad, a veces no muy entendida” explica.
¿Qué implica para ti ser charrúa?
– Estoy en tiempo de ir redescubriendo todo aquello que de alguna forma conforma lo que yo siento. Hay cosas que yo no sé, sé que están en mí, pero tengo que descubrirlas y es lo que estoy haciendo
Cosas como el valor de la palabra dada, el compromiso, cuando uno se compromete, cueste lo que cueste, allí está para cumplirlo, esa visión especial de los niños, de la familia, ese valor de familia, jugarse por ella, tiene un matiz diferente a lo cotidiano”.
Sus ancestros vienen de sus dos padres, por el lado paterno es chozna del cacique Sepé, mi padre era tataranieto de Sepé, el abuelo Gregorio es bisnieto y el padre de Gregorio, Cándido “el charrúa” que era nieto de Sepé. “Mi madre también tiene origen bien charrúa, ella vivió mucho en Curtina. Las mujeres de esa familia, la abuela Josefina, la abuela Pascuala, eran mujeres tremendamente aguerridas y mamá también.
Ella era muy delgadita y tenía un cuerpo bien fibroso, de una gran resistencia y gran inteligencia y la gran inteligencia, me consta, es un común denominador en el pueblo charrúa”, explica Blanca.
“Yo soy maestra y en mis aulas tuve muchos gurises descendientes tremendamente inteligentes. Los charrúas tenían una visión de la vida más allá de lo meramente intelectual”, afirma convencida.
Salsipuedes no puede estar ausente en este diálogo.
– “La matanza de Salsipuedes, ese genocidio, generó una impronta muy “jorobada” en el pueblo charrúa y los que quedaron, los que sobrevivieron, para mantenerse vivos, trataron de mimetizarse, pasar desapercibidos. Muchas familias se llamaron a silencio.
A mí, papá me reveló todo cuando yo tenía 28 años. Fue muy doloroso, porque me contó lo de la matanza, el genocidio, detalles que eran terribles y por eso de alguna forma puse un manto sobre eso, no pude soportarlo y hubo muchos años en los cuales prefería no hablar del tema porque me mueve cosas ancestrales muy dolorosas”.
¿Te molesta que aún hoy, no se califique de genocidio la matanza?
– “Ya no me molesta, porque al punto que he llegado, creo que es parte del proceso personal y social de cada ser humano de este país. Y parte de una lucha de poderes.
Nosotros somos un peligro. Si a cualquier gobierno se le hubiera ocurrido milagrosamente reconocer a los charrúas, habría sido el acabose.
¿Por qué digo esto? Porque si se nos ocurriera reclamar lo que es nuestro, no es que vayamos a correr gente, pero si reclamáramos y se nos escuchara, habría muchas cosas que sería necesario cambiar.
Hay muchos intereses, también desde el punto de vista religioso, porque el charrúa no se sometió, el charrúa es fuerte y tiene una visión diferente, no se somete porque si lo hace tiene que adoptar ideas de otros que están totalmente contrapuestas a lo que siente. Se habrá mimetizado, pero no se sometió. La prueba está en que estamos reemergiendo y de qué forma” enfatiza.
Hoy en día se sabe científicamente que un tercio de la población uruguaya tiene ancestros indígenas. Aún así, es una realidad que oficialmente se desconoce y llama la atención que en tiempos que se busca revindicar tantos colectivos, los descendientes de los charrúas ni siquiera son mencionados.
Sobre esto, Blanca tiene su visión, entiende que hablar de ser charrúa “es tabú, no sea que a estos indios que no fueron doblegados, se les ocurra reclamar los lugares sagrados. Reclamar por aquellos más necesitados, reclamar el cuidado de la tierra, del agua, tener participación en las decisiones importantes, tener oportunidades para los nuestros, que pasaron tantos años sin que las tuvieran.
Aún así hemos ido emergiendo. La universidad, los institutos de formación docente, han visto entrar a muchos charrúas, ha habido incursión de charrúas y van dejando una huella, a veces no muy perceptible para el que tiene una mirada muy nublada, pero el que es un poquito perspicaz miró y se dio cuenta, aquí hay algo más”.
Aún así reconoce una cierta apertura, “hay una lucha muy fuerte que la están llevando adelante sobre todo compañeros que están en Montevideo y si bien es un camino de lucha, pienso que se va a llegar. Tenemos compañeros apostados en el Fondo Indígena, con representación internacional, lo que no deja de ser importante, pues se tiene la voz de otros pueblos originarios que también están en lucha y han logrado importantes conquistas. No creas que todo está perdido”.
Blanca pertenece a la comunidad Guyunusa de Tacuarembó, que forma parte del Conacha, Consejo de la Nación Charrúa. “Nosotros estamos focalizados en la educación y en la vivencia de la parte espiritual”, hecho que se ve potenciado por estar en una zona especial para los descendientes de los charrúas, dado que allí es donde se concentra la mayor cantidad de descendientes y se encuentra Salsipuedes, un lugar clave para ellos.
“Tarde o temprano los muertos se levantan, vuelven y reclaman”, reflexiona. Y aquí podría estar la clave para que este colectivo sea excluido e invisibilizado, “desde lo político se trata de decir que no, porque se teme que reclamemos tierras, está clarísimo”.
Pero eso no los desalienta, “son tiempos de movimiento, de salir a la luz, encontrar la verdad y asumirla” afirmó, con una paz y sabiduría casi ancestral.
Extraído de http://aconteceres.uy/
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