ESTIMADA SEÑORA INTOLERANCIA:

Agradezco tenga la deferencia de brindarme algunos minutos de su precioso tiempo para leer estas líneas, que más allá de pretendidas razones, obedecen los mandatos de mi corazón.

 

Quiero hablarle de una chiquita maravillosa que es parte de su vida y la mía. No puedo saber que le pasa cuando la ve, pero a mí me completa de alegría. Aprendí que cuando amamos de verdad, también admiramos al otro, y a Ella la quiero y admiro.

 

Tiene dieciocho años, y me gusta imaginarla estudiando para formarse, descubriendo el mundo con inocente asombro, explorando cada día, cultivando amistades, enamorándose, derrochando esa energía que parece infinita, disfrutando su tiempo de inmortalidad, riendo hasta las lágrimas, viviendo feliz.

 

Hace un tiempo la notaron distinta, hasta que se dio el coraje para contar su atracción por las mujeres. Decidieron por ella, y convinieron estrechar su mundo a tal punto que cabe en las cuatro paredes de alguna de las habitaciones donde suelen confinarla Como eso no pareció suficiente, tampoco le permiten ir al Liceo. La marginación tiene la pretensión de “curarla”, y como todavía “la enfermedad” persiste, sigue prisionera en una cárcel de ignorancia, manipulación, prejuicios y desamor. Cada vez que rompe el encierro, muestra una niña triste y solitaria, que vive su sexualidad como puede, a escondidas, entre miedos y culpas.

 

Sus días son largos, y ve pasar las horas en el celular, o durmiendo mucho, llamando sueños que la quieran. La desprecian tanto, que ya no le hablan, y las respuestas a sus preguntas son gritos de silencios, a veces rotos por algún insulto, reproche o amenaza.

 

Confió en su octogenaria abuela para contar lo que ella creía eran sus secretos, y por increíble que suene, encontró allí un cálido refugio de incondicional comprensión. Supo guiarla para que llegara a nosotros, y ahora su camino tiene menos espinas. Desde su reclusión, teje sus amoríos en las redes sociales, corriendo a los brazos de sus enamoradas, cada vez que ingenia un escape.

 

Tengo claro, Señora intolerancia, que ninguna de las tristes peripecias a las que someten a esta niña, obedece a lo que usted, y su mamá, Doña Ignorancia, creen se trate de algo posible de corregir; no. Todo esto está sucediendo para salvar las apariencias, las vuestras. Sin escrúpulos, venden una historia oficial, donde una hija rebelde y desalmada, con degenerados comportamientos, está, lentamente, matando a su madre.

 

Quiero contarle, que el milagro de la vida nos es dado con imposiciones; después sí, en la siguiente construcción se nos permiten algunas libertades. Sin embargo, de tanto en tanto, se registran acontecimientos que nos recuerdan que es la vida quien decide por nosotros. Venimos al mundo sin opción a elegir; le guste más o menos, este será el color de sus ojos, el de su piel, sus facciones, su estatura. Nunca pregunta en que hogar arrojarnos, que padres preferimos, y mucho menos nos consulta si pobres o ricos. En esos primeros años, lo decide casi todo, incluso la orientación sexual. La vida es tan mandona, que en el preciso momento que nacemos, ya decidió una serie de circunstancias para el transcurso de la vida, que inexorablemente, se sucederán hasta el día de nuestra muerte.

 

Señora, quiero que sepa que la vida decidió por mí, y los hijos no llegaron. Que jamás le importó todo lo intentado, que no la conmovió desearlo como nadie podrá nunca siquiera imaginar. En esa lucha, vi a mí Compañera poner el alma y también su cuerpo, dispuesta a darlo todo para que fuera posible. En los pasillos de un hospital sentí sus gritos de dolor, sometiéndose a exámenes tan desgarradores como inútiles. La vida decidió por mí, Señora, entonces dije basta, y decidí yo, que hacer más no estaba bien.

 

El tiempo ha atenuado el dolor, y solo algunas cicatrices signan el sufrimiento padecido. Ya no estoy enojado, y eso me permite afrontar con serenidad, sin miedos ni estridencias, las próximas decisiones que la vida me depare. Usted sabe, Señora, esa niña es mi sobrina, y debo decirle que cuando sueño con hijos, se parecen a Ella.

 

La vida decidió arbitrariamente, y la puso donde habitan las minorías de la sociedad. Allí están los diferentes, los que por su condición excluyen y discriminan; a los que todo habrá de costarle el doble. Tengo la convicción que asistimos a un lento, pero sostenido cambio cultural, donde, para continuar avanzando, es imprescindible armonizar el discurso con la acción, ser y parecer.

 

Aprendí también, que la vida además de decidir por nosotros, de cuando en cuando suele compensarnos, pero, de puro caprichosa, lo hace de manera tan sutil que se torna imperceptible. No espero una Cigüeña bajando de entre nubes trayendo un niño, porque seguro no ocurrirá. A veces, los golpes son tan fuertes, que al recuperarnos, como una lección aprendida, sentimos una sensibilidad de apariencia superior. Podemos ver más allá de la mirada, y es entonces cuando aparece esa niña humilde y encantadora, tímida y frágil, ávida de abrazos y contención.

 

¿Sabe Señora? la estaba esperando.

 

Fernando Oyanarte

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