Hace poco más de 50 años, se quemó en una plaza pública la edición completa de un libro de poemas. Esto fue en el marco de vigencia de las instituciones, en Tacuarembó. Ahora, la editorial Yaugurú relanza «Tata Vizcacha», un poemario de Washington Benavides que sufrió el fuego inquisitorial.
Un libro de poemas editado en 1955, que fue quemado en la Plaza “19 de Abril”, frente a la Jefatura de Policía, el Teatro Escayola, la Intendencia Municipal y la Catedral del pueblo, por cuestionar en forma de sátira la moralidad de la aristocracia ganadera y comercial de entonces, será reeditado y presentado el viernes en el mismo lugar donde fue pasto de las llamas.
Washington Benavides, reconocido poeta y músico uruguayo, tenía 25 años cuando publicó «Tata Vizcacha», un librillo de 50 páginas y una veintena de poemas que a pesar de ser pequeño no pasó desapercibido en la sociedad de Tacuarembó. «Se me ocurrió hacer una serie de poemas para dar una idea que estábamos viviendo en un tiempo ‘vizcachero'», contó Benavides a la AFP. El poeta hace referencia así al personaje «Viejo Vizcacha» del popular poema narrativo «El Gaucho Martín Fierro», escrito por José Hernández en 1872, un personaje inmoral que defiende obtener las cosas mediante influencias con el poder.
«El Viejo Vizcacha (…) es el ‘hacé la tuya’, ‘no te metas’, una filosofía que aún ahora pesa mucho en el Río de la Plata», indicó el escritor. Así, aunque les pone nombres ficticios, el joven Benavides dedicó cada uno de sus poemas a personajes como jueces, abogados, directores de periódicos, estancieros, curas, rabinos, alcahuetes o mujeres que buscan casamientos por conveniencia.
«Yo lo que quería era presentar una serie de eso que conformó o conforma una visión del mundo capitalista, cómo determinadas personas fueron creciendo a través de malas artes y se transforman en empresarios, dominadores», explicó quien entonces era profesor de Secundaria. «Era en el fondo un adolescente que estaba abriendo los ojos a una realidad que lo ofendía». Lo que seguramente no previó fue lo que ocurrió después: se creó un Movimiento de Acción Democrática (MAD), contrario al comunismo y a las ideologías foráneas, cuyos integrantes recolectaron todos los libros que pueden de las librerías de Tacuarembó y los quemaron en la plaza pública, algo inédito en el país y un hecho que no fue castigado y quedó en el olvido.
«Queman eso en la plaza pública, frente a la intendencia, al lado de la catedral, a media cuadra de la Jefatura, de tarde», recuerda Benavides.
«A mí lo que más me fue doliendo con el tiempo es que nadie, oficial o privado, hubiera levantado la voz, era una cosa de la inquisición», añade, enfatizando que en ese momento el país vivía en democracia pero, en plena Guerra Fría, la sociedad se polarizaba entre los sectores tradicionales y una incipiente tercera fuerza diferente a los partidos tradicionales, base de lo que luego sería la izquierda.
De hecho, el incidente recién fue relatado por el ya consagrado escritor en una entrevista realizada en 1986.
Ahora, 57 años más tarde y con más de 20 obras literarias en su haber, Benavides -uno de los impulsores durante la última dictadura del canto popular como forma de resistencia- volverá el viernes a su ciudad natal a presentar la reedición de «Tata Vizcacha».
La nueva edición integra la colección «La poesía no tiene fecha de vencimiento», de la editorial alternativa Yaugurú y fue promovida por el también poeta Agamenón Castrillón. «Se reedita por el valor del libro mismo, por la vigencia de su contenido y por el hecho insólito de la quema», dijo Castrillón a la AFP. «La idea no es generar conflicto sino destapar lo que está tapado», enfatizó.
A sus 81 años, Benavides sigue dando clases en Universidad de la República y no toma la reedición con ánimo de revancha.
«Creo que yo le debía al Tata Vizcacha la reedición. Es despejar las cosas, levantar los velos, poner las cosas en claro. Y que la gente lea, vea cómo ocurrió», sostiene. «Ha corrido mucha agua bajo los puentes, las cosas cambian», afirma. Pero «a cada paso encuentras que hay desgarrones que demuestran que las cosas siguen turbias. No hay cosa más despreciable que el que mira y se mete y baja la persiana, había gente que sabía que los poderosos cometían tropelías y eso sigue ocurriendo».
(Fuente: AFP)
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