Es mil veces más fácil y más efectivo creer que los pueblos le deben la justicia social y el progreso material a un puñado de multimillonarios que creer que el calentamiento global y la desaparición de los insectos les deben algo a los humanos.
Es mil veces más fácil y más efectivo organizar una huelga de capitales que una huelga de trabajadores. Es mil veces más fácil organizar un sindicato de millonarios para presionar, a su antojo, a los pueblos y a sus gobiernos, que un sindicato de maestros, de obreros, de empleados de un supermercado o de peones rurales.
Cuando a un trabajador no le gusta su trabajo o su salario tiene la libertad de irse sin su trabajo y sin su salario a otra parte. Cuando a un inversor no le gusta el trabajo ajeno o los salarios ajenos, tiene la libertad de irse con su dinero a otra parte.
En los países donde es al revés, es porque la huelga de capitales ya ha ocurrido de una forma masiva y el país se encuentra quebrado o acosado por quienes gobiernan el sistema económico que nos gobierna a todos los demás.
En los países donde es al revés, las inundaciones son responsables de la lluvia y los trabajadores son responsables de la miseria y de las crisis sociales.
Ningún gobierno del mundo que promueva el interés general, la solidaridad social de programas de educación, de salud o de desarrollo equitativo puede tener alguna chance de continuidad y de crecimiento económico si antes no deja claro que reconoce la sacralidad de las transnacionales y sus escribas.
Ningún gobierno del mundo que promueva el interés general puede tener alguna chance de continuidad y de crecimiento económico si antes no se inclina ante aquellos inversores que juegan con miles de millones (de dólares y de personas) con la misma responsabilidad con la que beben whisky y le tocan el culo a una empleada de hotel.
Ningún gobierno que reconozca que todo el progreso social y económico del mundo presente no es el producto de un puñado de exitosos millonarios sino de siglos de luchas sociales y de miles de contribuciones de pensadores y de modestos genios de las ciencias y la tecnología, casi siempre asalariados, tiene posibilidades de continuidad.
Todos los gobiernos del mundo, sean de derecha o de izquierda, de arriba o de abajo, deben proteger, como perros rabiosos, la libertad absoluta de los capitales para aterrizar en sus países y para volar a sus paraísos seguros (safe havens) cuando se les plazca, que es siempre cuando a las sociedades se les ocurre realizar algún reclamo sobre su contribución a la riqueza.
Es ahí cuando las sociedades quiebran y los pueblos entienden que con las limosnas vivían mejor.
Es decir, a los grandes capitales no solo se los debe adular, en la práctica y en los cuentos de hadas, sino que también se les debe garantizar el derecho privado a la extorción universal.
Está de más decir que este sistema, organizado y gobernado por un puñado de multimillonarios, padres fundadores y protectores de todo el progreso de cada país (desarrollado o subdesarrollado, exitoso o arruinado), padres sacrificados e incomprendidos protectores de la humanidad, de una humanidad irresponsable, no tiene un ápice de democrático.
Razón por la cual la Libertad y la Democracia son sus banderas, esas mismas que ondean como péndulos ante los ojos de los pueblos que luego irán a linchar a quienes no están de acuerdo con este estado de hipnosis colectiva.
JM, marzo 2019
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