Partido Nacional S.A. / Por Dr. Guillermo Chiribao

El fenómeno político llamado Juan Sartori seguramente se puede analizar desde muchos puntos de vistas. Pero el dinero no puede ser obviado, por su trascendencia e influencia, en el proceso electoral.

Según datos difundidos recientemente, a la fecha el 50% de los gastos totales de publicidad sumando todos los candidatos y partidos le corresponden a Sartori. Muchísimo, sin dudas.

Y no sólo en publicidad, ya que a estar por declaraciones formuladas en el programa “Santo y Seña” el dinero estaría llegando en forma personal a algunos dirigentes e incluso personas comunes para transformarlos en militantes a sueldo de la causa.

Llama mucho la atención la dimensión que tiene el asunto.

Interpretando el fenómeno

Se puede optar, entre muchas, por dos líneas de interpretación para intentar comprender a este fenómeno político.

A la primera la denominaré “inocente” y a la segunda “mal pensada”.

Veamos “la inocente”. Este señor Licenciado exitoso, formado en el exterior que se volvió multimillonario a los 35 años se acordó del “paisito” y con la mano en el corazón de modo altruista y con un altísimo grado de la filantropía dejó casi todo para radicarse en Uruguay y ayudarnos a todos, en especial a los más humildes, a los que incluso contrata para trabajar electoralmente con sueldos superiores al mínimo nacional.

La interpretación “mal pensada” diría: ¿Qué millonario va a invertir un centavo de su fortuna sin tener en cuenta las fluctuaciones del mercado y los cálculos de rentabilidad? ¿Qué empresario del mundo invierte tanto, sin tener fríamente calculado un retorno constante y sonante ya sea en especies o en algún tipo de dominio o control? Respuesta: ninguno.

Empresas y empresarios en las campañas políticas

Tradicionalmente la participación de empresas y empresarios en las campañas políticas se ha dado de muchas formas. Ya sea contribuyendo con dinero, con préstamos de aviones, ómnibus, taxis, edificios y locales partidarios, hasta regalos de bandas presidenciales, vaquillonas y pago de fiestas varias.

La mayoría nunca se metió en forma directa y personal en las campañas y por lo general fueron cuidadosos de mantener equidistancia realizando aportes según las encuestas.

Si bien eso generó y genera suspicacias de todos los tipos e incluso sospechas varias, cuando cada tanto aparecen fotos “comprometedoras”, los empresarios poderosos han optado por mantener el bajo perfil y mal o bien el sistema ha sido cuidadoso con los “tratos” desde el poder.

Y aunque periódicamente surgen sospechas sobre presuntos actos irregulares a pesar de las nuevas normas anticorrupción, el sistema tiene dificultades para autodepurarse.

Confieso que soy “biológicamente pesimista”, contrariamente a lo afirmado por aquel triunfador presidente del club de fútbol más grande del país. Por tal razón me inclinaré por la segunda opción y me transformaré en este caso en un mal pensado. Y siendo mal pensado, se abre un abanico infinito de cuestiones dudosas, sospechosas, oscuras y misteriosas sobre Sartori y su opción política.

Inevitablemente surgen preocupaciones y creo que aparecen muchos peligros.

La respuesta del Partido, el sistema político y la gente

Esos peligros se agravan si observamos por un lado la actitud de la dirigencia del Partido Nacional a quién no parece preocuparle mucho el asunto y por el otro algunas opiniones de ciudadanos sobre el tema.

Los diputados Jorge Gandini a principios del año pasado y recientemente Pablo Iturralde con el apoyo del intendente de Cerro Largo, Sergio Botana, han cuestionado en forma dura la postulación de Sartori, por desconocimiento de la persona y por algunas carencias ideológicas destacables del candidato.

La forma de ingreso al Partido también les dejó dudas.

Creo que la formación política tradicional no ha perdido vigencia. Si bien reconozco que es una posición personal que podría considerarse anticuada, no concibo la actuación en política sin recorrer todos los peldaños que la formación de un dirigente requiere.

En cada etapa de militancia la persona va formando y moldeando su personalidad política en función de la ideología y trayectoria del partido que sea. No es tan fácil saltearse etapas. Conocer la actividad política y sus actores requieren tiempo y requiere acumular experiencias, desde temprana edad ya sea en una pegatina, en una mateada de jóvenes, en una doblada de lista o en una asamblea partidaria participando ante los pares.

Y ahí la persona democráticamente se va evaluando a sí mismo, pero por sobre todo le va demostrando a sus iguales, sus condiciones, para que llegado el momento sean ellos quienes lo elijan su representante y dirigente.

Es difícil entender la política de otra manera. La formación del dirigente político debe hacerse paso a paso y a través del tiempo.

En cualquier orden de la vida la formación, el conocimiento y la experticia es fundamental. O sea, a nadie se le ocurre someterse a una cirugía por parte de un estudiante de 1er. año de Medicina por ejemplo.

Pero en el caso de Sartori es llamativo, que una persona desconocida, incluso para sus más allegados compañeros políticos, políticamente los atraiga de esa manera.

Tanto Alem García como Oscar Costa, sus principales edecanes, no nos han explicado si realmente le conocen, o le conocieron previamente, condiciones políticas destacadas como para aspirar a la presidencia de este país.

Peor aún, el Licenciado ha declarado que hace un año no le interesaba la política.

Entonces cabe razonablemente preguntarse, ¿qué curso intensivo y acelerado de política, de militante partidario y de futuro gobernante hizo y dónde? Se dirá que cuenta con un elenco de asesores y gente perfectamente calificada para encarar tamaña responsabilidad.

Pero convengamos, acá somos pocos y nos conocemos y un gobierno nacional necesita por lo menos entre 2000 y 3000 personas de primer nivel para ocupar los cargos de más alta responsabilidad. Y ocurre que sus propios compañeros de Partido han declarado que ni siquiera lo han visto aún. Entonces ¿cómo hará?

Las dudas y reservas de Gandini e Iturralde parecen ser por lo menos razonables.

Sobre el tema, el resto del Partido, desde la presidenta pasando por los legisladores, intendentes hasta llegar a los otros presidenciables, nada dicen. ¿Qué opinarán?

No les ha llamado la atención algunos cuestionamientos, como por ejemplo el efectuado en su momento por los periodistas Antonio Ladra y Adela Dubra que en forma contundente dijeron: “Las notas sobre Juan Sartori son digitadas por el departamento comercial en algunos medios. No lo deciden los periodistas”.

¿Lo conocían de antes?

Todo parece indicar que Sartori, y alguna gente que lo acompaña, no resultaron ser tan desconocidos. ¿Acaso tuvieron alguna forma “participación” en elecciones anteriores?

En el programa de TV se mostró una entrevista del año 2013, publicada en un suplemento del diario El País, en el cual se afirmaba que el CEO de UAG entonces, el ex militar Oscar Costa, tenía pensado renunciar a la empresa para postularse a la presidencia por el Partido Nacional.

Y el periodista de Santo y Seña dijo que esa idea, de hacerse del poder, era una idea de la empresa UAG.

Da para preocupar el tema, porque esa lógica hasta el presente era desconocida en el sistema político del Uruguay.

Y preocupa la debilidad de una estructura partidaria histórica ante la presencia de un desconocido empresario, que a fuerza de millones de dólares (porque millones cuestan las campañas), se encarama en los lugares de decisión más importante del Partido, sin que una sola alarma se encienda.

Claro se me dirá, es un partido de hombres libres y cada ciudadano tiene el legítimo derecho de poder integrar, participar, elegir y ser electo.

No existe ninguna estructura social, deportiva, organizativa o de lo que sea, en la cual los seres humanos que la componen, no tengan que demostrar sus capacidades, su honorabilidad, sus condiciones para acceder a los lugares más importantes.

Parecería que a partir de ahora nada de eso tendrá validez. Es por lo menos peligroso, ya no solo para un partido político, lo es para la organización y funcionamiento de todo el país.

Que opina la gente

El otro aspecto preocupante es la opinión de la gente. Las redes sociales amplifican mucho el tema. No considero que de por sí, se constituyan en el reflejo exacto de la voluntad popular, pero me parece que tampoco están muy lejos. Ese nivel de pensamientos demostrados en las redes no creo que esté apartado de lo que se podría considerar el pensamiento medio de la ciudadanía.

Y bien, allí aparecen mensajes cargados de pasión o fanatismo a favor o en contra del licenciado. A favor claramente expresados por militantes blancos, que tienen miedo de que los cuestionamientos, ahuyenten votantes. Entonces dicen… “no hagan olas que corren a la gente, si total el licenciado aporta a la causa”.

Algunas van más allá y critican, por ejemplo a Iturralde, tildándolo lisa y llanamente de mal blanco por cuestionar al candidato.

Muy pocos se preguntan cómo se ha dado este caso, ni de dónde provienen los recursos para la campaña, ni el contingente de dirigentes que acompañan ni el elenco de propuestas e ideas expresadas por el candidato.

Peor aún, hasta les causa gracia que el licenciado, a las risas, diga que no sabe la letra del Himno Nacional, que no tiene idea del monto del salario mínimo o que desconoce el índice de desocupación o que se mate de risa cuando un eventual adherente le habla del panóptico de Focault. Miles de ejemplos más podrían ilustrar esta situación de desinterés ciudadano.

Cabe preguntarse si estas reacciones son fruto del desencanto generalizado en que la gente ha caído y que llegado el caso tanto le da si un eventual Presidente de la República está o no mínimamente capacitado para afrontar tan alta responsabilidad.

Si a los partidos les termina importando sólo el dinero que sus candidatos aporten a la campaña, se abre el camino para que dejen de ser organizaciones políticas y se transformen en sociedades anónimas.

 

Sobre el autor: Guillermo Chiribao, nació en Tacuarembó y reside en Montevideo. Hijo de un zapatero remendón, es abogado de profesión. Blanco rebelde, orgulloso padre y abuelo.

 

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