George Orwell decía que el humor «son diminutas revoluciones que da vuelta el orden establecido». Gran verdad, con un agregado, no siempre las revoluciones son del mismo tamaño; más pobre y seca es la política, más gira y revoluciona el humor.
Será por eso que los programas y páginas humorísticas están en el orden del día. Hace más de 30 años, primero El Dedo y luego Guambia revolucionaron las semanas grises y verdosas de la dictadura con una avalancha de humor y su osadía y las tomadas de pelo eran una medida de la caída del régimen, escalón tras escalón. Peloduro fue sin duda un momento extraordinario del humor nacional.
Los uruguayos tenemos una enorme experiencia del batido entre el poder, la política y el humor: es el carnaval, que reúne la irreverencia, el atrevimiento y la masividad. Es el espectáculo con más público de todo el año uruguayo. Más que el fútbol, que no es muy cómico que digamos.
Se podría decir que el humor, en todas sus variantes es una clave imprescindible para el éxito del carnaval y el blanco principal de ese humor tiene que ser contra el poder. Humor a favor del poder es fracaso seguro y nunca llega a ser humor.
Tuvimos además programas televisivos y radiales múltiples que impactaron, no solo en el público, sino también en los propios políticos, que estábamos obligados a seguirlos para olfatear el clima político y cultural de esos momentos. Ahora sucede algo similar, si alguien quiere saber de qué lado y con qué intensidad sopla el viento y el humor de la gente, tiene obligatoriamente que escuchar a Desbocatti o a Petinatti, leer El Faro del Fin del Mundo y las caricaturas de Arotxa y las bromas de Delgrossi y varios imitadores en diversos programas.
Se podría decir que el nivel de sensibilidad, de refinamiento cultural se puede medir en una sociedad y en un momento por el humor en sus medios, en sus espectáculos, en su carnaval. Las sociedades que no saben reírse de sí mismas son tristes y opacas, los políticos que no saben asimilar el humor son dignos de sufrir el humor en cataratas, para que la sociedad no sea todavía más gris y opaca.
Como ustedes comprenderán con la cara de bulldog que me tocó en el reparto, yo tengo que hacer un gran esfuerzo para asimilar el humor, sobre todo cuando me embiste de lleno. A veces lo he logrado.
Pero al humor no hay que tomarlo a la ligera, es parte del diálogo y de la confrontación de ideas, cada uno de nosotros puede ser hoy productor y receptor de humor, las redes sociales han incorporado nuevos actores masivos a la producción de humor. Algunos desgraciadamente no saben diferencias humor con grosería y con insultos, pero es parte del riesgo.
Otra fuente de humor anónimo y terrible son los chistes porque, además de enfrentar al poder y los poderosos, pueden ser racistas, machistas, despreciables o geniales.
Las reacciones violentas contra el humor han sido siempre derivadas del fanatismo, de la intolerancia, desde aquella que con genialidad describe Umberto Eco en su novela En nombre de la rosa, donde la risa es considerada una afrenta a dios por parte de un monje copista particularmente fanático, Jorge de Burgos, el bibliotecario ciego cuya moral draconiana espanta a todos los otros monjes. Eco no esconde el hecho de que el nombre de su villano es muy parecido a Jorge Borges.
Ante esa genial novela habría que preguntarse ¿por qué en una biblioteca llena de textos heréticos, diccionarios de demonios, apocalipsis decorados con los dibujos más perturbadores y poemas importados del corazón del islam alguien opina que Aristóteles representa el mayor peligro para la fe? Es una interrogante que obsesiona y la respuesta que recibe Guillermo de Baskerville, el investigador, es digna del propio Borges: la obra de Aristóteles, ese libro le habría conferido a la risa un aura de respeto intelectual de alcance insospechado.
Sacó la risa de su lugar tradicional -la fiesta, la borrachera, la taberna, la mesa del campesino al final del día- para convertirla en una herramienta contra aquello que Jorge de Burgos considera la piedra fundacional de la iglesia: el temor a Dios y el miedo al infierno. No puedes temer a aquello de lo que te puedes burlar.
Por eso los poderosos, los fanáticos, los opresores que necesitan del temor y del terror odian la risa.
Como los terroristas musulmanes que atentaron contra el semanario humorístico Charly Hebdo el 7 de enero de 2015 en que asesinaron a doce personas, además de herir de gravedad a otras cuatro. Es que la sátira es demasiado peligrosa para los que consideran que sus ideas expresan la única verdad, la pura verdad, la indiscutible. No hay nada tan sospechoso como alguien que intenta prohibir la risa ajena.
Los seres humanos somos capaces de todo y el contrario de todo, y el humor es sin duda el arma de los débiles contra los poderosos, pero no admite lecturas lineales, el nazismo alemán consiguió, con insistentes golpes de prensa, como afirma Klemperer en El lenguaje del tercer Reich, hacer de la fisionomía judía una fisionomía risible. Es más fácil matar a seis millones de judíos cuando antes has conseguido que toda una sociedad se ría de ellos.
El humor es parte de la batalla cultural de cada sociedad y en él se libran múltiples luchas y aunque la que siempre debe primar es la lucha por la libertad, la simpleza es una debilidad que no deberíamos permitirnos si queremos ganar la batalla de una civilización culta y sensible.
Extraído de Montevideo Portal
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