LAS ESCLAVAS / Por Sheila Tarde

Fernanda mira su reloj, ya lleva allí una hora y veinte y aún quedan tres por atenderse antes que ella. Suspira, se reclina hacia atrás y vuelve a pasar una página a la revista que hojea sin mucho interés, el titular reza “La sujeción de las mujeres a través del ideal de belleza en la historia”, las imágenes muestran mujeres encorsetadas, flageladas, con los pies de los huesos quebrados en China, piensa: que horror, ¿cómo pudieron someterse a semejante calvario? Siente pena por esas pobres mujeres que han sufrido milenios de prácticas tortuosas para agradar a los hombres y obedecer las pautas sociales.

El tintinear de las campanas en la puerta la saca de sus reflexiones, entra una señora alta, corpulenta, prolijamente vestida de negro, aunque la temperatura infernal de la tarde en enero invita a vestir más fresca. Se acerca al escritorio de la recepcionista equilibrándose en sus elegantes tacos, el murmullo de las concurrentes disminuye para escuchar a la recién llegada, solicita una cita para la esteticista, la eficiente joven que la atiende teclea la computadora rápidamente:

-No tengo nada libre hasta la primera semana de febrero. Sentencia con desdén.

-Pero…la doctora me había prometido guardarme una cita para la primera semana de enero. La angustia en sus palabras acompasa a su rostro.

Fernanda la observa con más atención, tendrá unos cuarenta años, su vestimenta no logra disimular unos cuantos kilos de más, las arrugas de su cuello delatan que tal vez sea aún mayor.

-Imposible, en esa fecha la doctora está de licencia y luego estamos con todas las citas ocupadas. Afirma la joven mirando hacia el nutrido grupo de concurrentes que ocupa la sala.

-¿Y no podrás comunicarte con ella? Por favor…suplica

-Lo lamento mucho, sostiene con una expresión que no admite replica.

La recién llegada se rinde ante la firmeza de la joven, gira sus pasos y se encamina hacia la puerta, su gesto es la imagen de la desesperanza, camina lento, resignada ante la exclusión.

El murmullo vuelve a acrecentarse luego de su partida, una joven de pechos enormes, mientras apoya su pie para que la manicura trabaje en ellos, comenta:

-Pobre Lilián, viene en una mala racha hace tiempo

-¿Qué le pasa? pregunta su compañera de asiento mientras agita la mano derecha para acelerar el secado de las uñas.

-La encontré el otro día, cuando salía de la consulta con el cirujano que me operó el busto, la vi tan triste que me acerqué a preguntarle. Me contó entre lágrimas que su marido la engaña, parece que con una gurisa mucho más joven. Viste como está ella, los años no perdonan, el hombre se aburrió y buscó algo mejor.

-Y si…hay que cuidarse, la competencia de las gurisas está brava, viste que se animan a todo, ¿qué más quieren los hombres? afirmó su compañera con un mohín.

Una señora mayor escuchaba con atención la conversación, mientras soportaba estoicamente a la peluquera que extraía mechones de cabello de la gorra para hacerle los claritos, intervino:

-Yo estuve cuarenta y cinco años casada hasta que mi marido falleció. Me enteré de algunas de sus andanzas pero nunca se me pasó por la cabeza separarnos, siempre lo comprendí, hay que entender a los hombres. Ellos necesitan conquistar, necesitan demostrar que aún son jóvenes para satisfacer a una gurisa. Afirmó la señora con aire de experticia.

-Ah… ¡no! Yo no estoy para ser cornuda, siendo el hazmerreír de todos. Yo estuve casada pero cuando me enteré que Oscar andaba de joda salí a los bailes y me acosté con cuanto hombre pude, no le gustó nada que le pagaran con la misma moneda. Y ahora, con esta delantera que me hice, no saben el arrastre que tengo. Sostuvo sonriendo maliciosamente mientras cambiaba de pie para dárselo a la manicura.

-¿Te costó mucho? Dicen que duele y que es peligrosa la operación, yo tenía ganas de hacerme una liposucción, viste que la panza después de tener hijos no es la misma, pero me dio miedo.

-Mirá, yo saqué un préstamo a pagar en tres años y me alcanzó para hacerme en Buenos Aires con un cirujano muy bueno, porque hay cada uno que son un peligro, y el dolor… bueno, no te voy a mentir, es bravo pero como dice el refrán “para ser linda se sufre”.

Un quejido atravesó la delgada pared del pequeño compartimento lindero, Fernanda miró a las concurrentes, pero ninguna prestó atención, allí hacían la depilación con cera caliente…

La conversación seguía animadamente

-¿Viste lo que le pasó a Melanie? Le detectaron cáncer de piel ya avanzado. Ella siempre usaba la cama solar, parecía que vivía en un verano constante. Yo le decía ¿cómo haces? Y ella contestaba que los “fashions” siempre andan bronceados.  Cuando la encontré estaba muy mal, triste, parece que está muy complicada, fíjate, tiene hijos chicos…

– Que horrible, pobre.

-Sí, su madre era igual, era amiga de mi hermana mayor, yo me acuerdo que cuando eran gurisas se subían a la azotea al mediodía, con un sol que rajaba la tierra, para acostarse en la planchada. Dicen que el efecto del sol es acumulativo, y lo peor es quemarte cuando sos chica.

Fernanda vuelve a mirar su reloj, se le va a hacer tarde para ir al gimnasio, a partir de hoy tiene que hacer por lo menos media hora más de aeróbicos, sino no logrará bajar los kilos que le marcó la doctora. El artículo de la revista vuelve a captar su atención, la página siguiente habla de los problemas de columna generados por el uso de los zapatos de taco, sonríe, antes si que las mujeres eran esclavas de los dictados de la moda. Por suerte nací en ésta época, piensa Fernanda, ahora somos mucho más libres…

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