UNA AMIGA DEL EXILIO / Por Margarita da Silveira (*)

Una noche de marzo del 2020, antes de que explotara en Europa lo del virus, llegue a Francia, Paris.

Desde muy pequeña mi papa, me inculco la música tradicional de Argentina, me sentaba a su lado a tomar mate y juntos compartíamos, la historia, la cultura y la música argentina. Lo hacía sin darse cuenta, creo que nunca creyó que después de 20 años, me pasaría toda la vida acordándome de eso y respetando, esos valores. Le gustaba hablarme de los músicos, de los instrumentos, de la historia que había atrás de cada letra, que siempre tenían que ver con nosotros, los de abajo, los del pueblo, los que pasaban necesidades, muchas otras veces, tenían que ver con alguna historia de amor, sin final feliz o simplemente alguna anécdota de los hombres o mujeres del campo.

Nos pasábamos largas horas hablando de las penas y los caminos, y las dudas. Hoy tengo 28 años y estoy segura de que mi generación no conoce ni valora lo que significó para ciertas generaciones, la música tradicional de argentina. Creo que ni siquiera los propios argentinos saben el potencial que tienen en canciones y en cantores, en el correr de la historia.

Creo que después de tantas horas y de largas conversaciones con papa, claro, además tenemos el mismo respeto y admiración por lo nuestro. Nos hacemos muchas veces las mismas preguntas. Así, en infinitas tardes, fui penetrando en el canto de la llanura, gracias a esos cantores, ellos fueron mis maestros. Cada cual tenía su estilo. Cada cual expresaba, tocando o cantando, los asuntos que la pampa le dictaba.

Pero fue uno en particular que me marcó, Atahualpa Yupanqui (en quechua, el que viene de lejanas tierras para decir algo). Yo siempre tengo algo para decir, además me gusta andar siempre lejos de mi tierra, trascendió las barreras de la música hasta volverse una obra viva, sensible, profunda y revolucionaria.

Pero la consagración de Atahualpa Yupanqui a nivel internacional había comenzado nada más ni nada menos con un recital junto a Edith Piaf en París de los años cincuenta, a los que siguieron muchos otros por países europeos y latinoamericanos. Es necesario tratar todo su arsenal ideológico a nuestra actualidad y ponerlo en tensión con el presente sabiendo que no dejó solamente unas cuantas canciones bonitas. Su legado es mucho más que eso. Es la sensibilidad social que hoy, quizás, nos falta.

Mi viaje a Paris tiene que ver con el cantor, con el maestro, con el hombre, padre, amigo y poeta. Tuve la suerte de hospedarme en un hogar, donde él estuvo presente y compartió largas noches de risas, llantos y anécdotas. Fue en Paris en la casa de José Pons y Jacqueline, en su casa del barrio latino, donde supieron albergar, en la intimidad de su hogar, a muchos artistas argentinos que pisaban suelo francés motivado por razones políticas, como el exilio, o por búsquedas personales.

Astor Piazzolla, Mercedes Sosa, Jairo, Horacio Guaraní, Roberto Russel, Horacio Ferrer, los Quilla Huaso, Cacho Tirado, Susana Renaldo, Fito Páez, León Gieco, Los Indianos y Horacio Salgán y por supuesto don Ata, fueron algunos de sus huéspedes. La casa de los Pons fue un refugio para estos artistas que, entre reuniones, buen humor y comidas, hacían nacer grandes ideas y guitarreadas hasta la madrugada. De aquellos días quedaron recuerdos, cartas, fotos y audios que los anfitriones supieron conservar hasta hoy día. Al calor de esa hoguera de vanidades, París bien valía un plato de comida de Jacqueline.

En tiempos sombríos, podían tirotearse verbalmente en una mesa en la que coincidían comunistas arrepentidos, socialistas, algún simpatizante de las derechas al borde del filonazismo, gorilas, montoneros, radicales (ubique usted en el casillero que corresponda). Cuando la fondue se ponía demasiado espesa, madame Pons tenía una fórmula: “El que sigue hablando de política no come”. En esa mesa Piazzolla le propuso una vez hacer “algo juntos” a Yupanqui. La anécdota la cuenta Amelita Baltar: Atahualpa lo miró con sus ojos achinados que podían ser navajas y le dijo, después de un instante que pareció una eternidad: “Pero con poquitas notas, Piazzolla, con poquitas notas”. ¡Y así miles de anécdotas más…!

La casa de la calle Descartes funcionaba como una embajada cultural paralela, pero era, además, un abrigo, un cobijo. Tuve el placer de estar ahí, pude probar los platos de jaco y volverla loca a preguntas, pero sobre todo de Atahualpa, su paz y su sonrisa tan única, se tomaba su tiempo para recordar viejos momentos y compartillos conmigo. No pude sacarle muchos secretos, pero si alguna anécdota de esas que no se pueden contar en público, cosas que solo pasaron en la intimidad de su hogar. Y que me las guardo para mí, como una joya.

Es la única de cinco hermanos nacida en Bretaña, Francia, por culpa de la guerra. Su papa gobernador, de carrera, le pidió a su esposa embarazada en septiembre de 1939 y ya con dos chicos más, que se refugiaran en Dinar, donde vivía su abuela, ahí nació un día de enero del 40.

Son una vieja familia bretona, tienen su propio árbol genealógico desde 1575, apellido (Capel). Ha vivido en más de 16 ciudades de Francia y de alergia francesa antes de cumplir los 20 años. Y en el año 1959 era azafata alergia donde su papa era súper Perfecto. Pero el 10 de febrero de 1960, tuvo un chirlazo con un pasajero, era argentino, mendocino de pura cepa, fue amor a primera vista, se llamaba José Pons. Un año y medio después empezó a vivir con él en Paris y eso duro 44 años, de amor y felicidad total.

Apartar de ahí Jaco empezó a recibir artistas, tanto de argentina como de Uruguay, poetas, cantores, pintores, compositores, grupos de danzas, escritores. Todo gracias a el amor que tenía José por su tierra, por sus raíces y porque nunca jamas olvido de donde venia. Ella es luz, tan sabia, de corazón puro, me abrió las puertas de su hogar, como si fuera una más de esas tantas almas que llegaban a París en busca de un refugio, de una contención y un muy buen plato de comida.

Como dijo don ata: “Los pueblos, los hombres se enfrían por ausencia de espíritu. Pero estamos nosotros, con pedernal y yesca, con melodías y cantares, poemas y reflexiones, alto desvelo y sueños de todo tipo, para entibiar las horas de aquellos que no quieren congelarse todavía.”

Me llevo una amiga del exilio. Una Bretona para toda la vida.

Gracias Jako.

Marzo 2020.

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(*) Margarita da Silveira, nació en Tacuarembó el 21 de diciembre de 1991, es hija de Edgar da Silveira y Jeannette Rovira.

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