Esta pandemia es un chiste comparado con el cambio climático y el calentamiento global. En pocos años, el aumento de la emisión de gases de efecto invernadero determinará todas esas pesadillas de las que conocemos sus adelantos. Un pesimista es un optimista bien informado. Mejor dicho que mira la situación de frente y sin mentiras y no le teme a los ataques de los bien pensantes y de esa forma pasa a ser realista.
El mundo actual está en una profunda crisis. Escribo este artículo el martes 3 de noviembre, día de las elecciones en la principal economía y potencia del mundo, los EE.UU. Existe la posibilidad de que gane nuevamente un burro, un anormal que ha hecho tantas estupideces y nos ha hecho pasar tanta vergüenza ajena a los políticos del mundo entero, son tantas que es imposible recopilarlas. Un corrupto que ha superado todos los escándalos, ese, hasta el día de hoy es el posible presidente de los EE.UU. Mañana puede ser reelecto.
¿Hace falta algo más para demostrar que vivimos un mundo, en un momento de total decadencia de la civilización? Pero hay mucho más.
Tres anormales gobernando tres enormes países, como Donald Trump, que ha fracasado en toda la línea de su combate a la pandemia, su otro socio, Boris Johnson en Gran Bretaña y el capitán Jair Bolsonaro en Brasil, resumen lo peor de las reacciones frente al Covid- 19, pero siguen allí, haciendo daño y demostrando que este es un tiempo de anormales, sobre todo situados en la política. Eso sí, elegidos democráticamente, por una mayoría de anormales.
La pandemia sigue siendo un azote con 47.268.900 de contagiados (confirmados, hay muchos más en la realidad), los muertos son 1.207.500, con un rebrote y con datos peores que en la primera etapa en diversos países de Europa y de América y además de las responsabilidades de los gobiernos, de la OMS – que la tiene – porque balbucea, cuando hay que gritar- pero además es una buena radiografía de las sociedades, es decir de la civilización y su incapacidad para afrontar nuevos problemas graves y adoptar las medidas básicas. Eso es típico de las civilizaciones decadentes. Y esto, a pesar de toda la ciencia y las tecnologías acumuladas, la pandemia no tiene un horizonte final claro, al contrario. La vacuna, la inmunidad de rebaño o el fin del rebaño…
Esta pandemia que todavía no ha terminado, es un chiste comparado con el cambio climático y el calentamiento global que es inevitable. En pocos años el aumento de la emisión de gases de efecto invernadero, CO2 en particular, determinará todas esas pesadillas de las que conocemos sus adelantos. Y nadie lo podrá frenar. ¿Por culpa de la naturaleza? No por responsabilidad de los gobiernos, de las grandes empresas emisoras de gases y de los habitantes del planeta que casi no hacemos nada. Lloriqueamos.
Y los efectos del cambio climático serán devastadores, cambiarán la faz de la tierra y las vidas de los que logren sobrevivir, que serán muchos menos que la población actual. Y se sabe, se ha denunciado hasta el cansancio, se han realizado conferencias mundiales por la ONU, para que unos pocos se burlen de todo y se nieguen a firmar los protocolos y sobre todo gobiernen en sus países a CO2 libre.
Los uruguayos, que en general nos creemos que aquí todo llega más tarde, en este desbarranque no nos salvaremos, dependemos mucho más que otros países del clima. Las lluvias torrenciales o la falta de lluvias, el cambio del clima, el aumento de las mareas, cuando más del 60% de la población vivimos en la costa, será devastador. Y somos parte del silencio general. Y el mundo político y gubernamental balbucea. En eso hay unidad nacional, la política de estado es no hacer nada.
Pero la decadencia no se expresa solamente en eso, aunque con esos dos ejemplos, alcanza y sobra. Miles de millones de personas somos trabajadores gratuitos y hemos enriquecido empresas de tecnología, que con unos pocos miles de empleados, valen billones de dólares, pero sobre todo nos han transformado en sus siervos medievales.
Ellos acumulan nuestros datos, los venden, los usan para manipular nuestros consumos y nuestros votos y además son los amos y señores de millones de empresas que están sometidas a la voluntad de los algoritmos de Mark Zuckerberg, Eduardo Saverin, Andrew McCollum, Dustin Moskovitz, Chris Hughes (Dueños de Facebook, Instagram y WhatsApp), Larry Page, Serguéi Brin, fundadores y dueños de Google y los que compraron Youtube; Jack Dorsey, Evan Williams, Noah Glass, Biz Stone fundadores y dueños de Twitter y todos ellos terminan santificados en el supremo templo de Wall Street.
Hablar contra Facebook, y su red de empresas vinculadas, de los que dominan Internet, es un pecado imperdonable. Están por encima de todas las leyes, porque incluso no existen regulaciones de ningún tipo, por encima de los Estados, porque son inasibles y globales en serio y sobre todo son arbitrarios. Hacen lo que quieren, nos censuran, nos bajan el pulgar y pueden fundir y liquidar o elevar al paraíso las empresas que quieran.
Y todos en respetuoso silencio. Son las nuevas religiones, sin alma, sin espíritu, sin dioses, sin libros sagrados (a lo sumo un acuerdo de normas y criterios al que encadenarse) y su principal capital es el alma de sus fieles, y la información de sus adoradores. Me incluyo, porque de esa imbecilidad es casi imposible salvarse.
En la misma expresión de la decadencia civilizatoria, tenemos la distribución de la riqueza, la más injusta de la historia, que entre todos los adultos en el 2018 se resumía en la fórmula 50-1/1-50. Es decir, el 50% de la población mundial posee el 1% de la riqueza generada, mientras que el 1% de los más ricos se reparte el 50% de toda riqueza del mundo. Pero con la pandemia todo ha empeorado, el 1% más rico, aumentó sideralmente en 17.9% su riqueza en estos últimos 8 meses…mientras miles de millones de seres humanos no tienen que comer. ¿Y hay alguna reacción proporcional, de los involucrados, de los políticos, de la izquierda, de los intelectuales? ¡NO! También nosotros lloriqueamos en los rincones.
Y mientras nos resignamos a todo esto, 70 millones de personas buscan refugio y lo que predomina son voces lloronas en avisos de televisión, mientras los demás, que deberíamos estar peleando nos callamos, conmovidos (¿conmovidos?).
Y la izquierda, se ha replegado y cree que con una licencia de matrimonio igualitario, permitir que se fume un porro y otros «grandes derechos conquistados» cubrimos nuestra responsabilidad con el sistema que permanece inmutable o mejor dicho más agresivo que nunca. Han logrado un milagro, que nunca antes existió: hablar contra el capitalismo es un pecado mortal, un resabio antiguo. Ni en el esclavismo lograron esta maravilla. Han instalado en la opinión pública mundial, esa entelequia sólida como el acero, de que hablar contra el capitalismo, es decir contra la causa principal de la decadencia, es hablar a favor del comunismo-estatista que la decadencia ya se lo llevó a la tumba, el llamado «socialismo real», que ahora es solo un recuerdo.
Las guerras han sido siempre parte fundamental de la decadencia, de todos los periodos de la historias, aunque este sea mucho más profundo. Hay guerras calientes distribuidas por medio mundo y algunas casi eternas, está la «guerra fría» que emergió nuevamente en las tensiones entre los EE.UU. y China, pero cuya máxima expresión es que todos los habitantes del planeta vivimos sentados sobre un polvorín atómico, modernizado en forma constante que nos podría destruir a todos cientos de veces y por último los odios religiosos, las provocaciones, los asesinatos, el terrorismo y el fanatismo no solo se miden en víctimas inocentes, sino en odios irreconciliables.
No hablemos en materia cultural e intelectual, que es siempre la expresión más refinada pero peor de la decadencia, de la marcha hacia el desastre. Como nunca antes, unas pocas empresas globales ocupan la mayor parte del tiempo de los habitantes del planeta con sus producciones, de cine, de TV, de información, de juegos. Y naturalmente de Internet, aunque nos dan la limosna de que todos estamos intercomunicados con todos, una de las mayores mentiras de todos los tiempos. Tenemos a lo sumo pequeñas islitas de intercomunicación, mientras ellos dominan la distribución entre miles de millones de personas. Eso no es tecnología, eso es dominación cultural programada y ejecutada genialmente.
Y para terminar este panorama, que para algunos les será insoportable de leer, porque ni siquiera se atreven a meditar un minuto, a comparar datos con otras grandes épocas de decadencia, hay que agregar el crimen organizado a escala planetaria, en la producción-tráfico y consumo de drogas, de alcohol, de la prostitución, de las armas para proteger y disputarse esos imperios. Crimen organizado que está entrelazado con las súper organizaciones destinadas a combatirlo y que son el mayor fracaso de toda la gigantesca maquinaria estatal global. Son dos caras de la misma decadencia.
Gramsci, para hablar de alguien que desde sus largos años de cárcel fascista, escribió con extremo optimismo, que había que tener «el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad». Pues queda muy poco espacio para la voluntad sumergida en un mar de falta de inteligencia y de realismo frente a la decadencia del mundo.
- Montevideo Portal
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