LOS URUGUAYOS Y LA CALIDAD – Por Esteban Valenti

Las fracturas de un país se producen en muchas dimensiones, no sólo en la económica y en la social. Estas son sin duda principales y es determinantes, pero reducir todo a esos elementos y no mirar los matices y los diversos colores, nos simplifica, nos hace básicos. Hay también una fractura en la calidad. Es obvio que cuando a uno le cuesta llegar a fin de mes, o tiene otro tipo de prioridades, la calidad pasa a un segundo o tercer plano. Pero si en el conjunto de la sociedad se instala la cultura de lo mediocre, de que igual funciona atado con alambre y que la calidad es un lujo innecesario, vamos muy mal. Porque la calidad da trabajo, es exigencia en todos los terrenos, en el de las ideas, de la producción, del deporte, del entretenimiento, de la convivencia, de todo. Y eso es calidad y cantidad de trabajo. La calidad es trabajo, es amor al propio trabajo y sentido crítico con la producción propia y ajena.

Durante unos largos y decrépitos años se instaló en la sociedad uruguaya una lenta aceptación de la falta de calidad, de la mediocridad justificada. Es una de las tantas falsedades históricas que se han difundido en el país. Como la del país bucólico y pacífico, la comarca verde y ondulada de la convivencia. No es cierto, mejor dicho, es falso de toda falsedad. Sobre el pacífico Uruguay de la «tierra purpúrea», en el país más armado a nivel personal y familiar de Latinoamérica, que es parte de nuestra historia, hablaremos en otro momento. Hablemos hoy de la calidad.

El Teatro Solís, comenzó su largo camino en el año 1842, cuando Montevideo era poco más de una aldea con 32 mil habitantes, y se inauguró en 1856, Guerra Grande de por medio. Montevideo tenía 34 mil habitantes, nunca fuimos muy prolíficos. Lo importante es su calidad, el nivel de su sueño, de una bombonera artística que expresa los objetivos de una sociedad. Esa joya arquitectónica y máxima expresión de la calidad edilicia del país, el Palacio Legislativo, fue construido entre 1908 y 1925 en Montevideo. El Palacio Salvo con su estilo ecléctico tiene su lado polémico, pero edificado al impulso de los hermanos empresarios Ángel, José y Lorenzo Salvo, con sus 105 metros y 27 pisos, fue la torre más alta de Sudamérica de 1928 hasta 1935, cuando fue desplazado del primer puesto sudamericano por el Kavanagh de Buenos Aires. El majestuoso Argentino Hotel de Piriápolis se terminó en 1930, el Hotel Casino Carrasco, que reabrirá sus puertas en pocos meses, se construyó en medio de los médanos en 1921. Otra maravilla única son los kilómetros de rambla de granito rojo, que fue la respuesta de la ciudad ante el temporal de 1923. No nos achicamos, apostamos a más y construimos kilómetros de contención contra el río y asomamos un gran balcón de ciudad sobre la costa.

Calidad hay en muchas partes del territorio nacional. No sólo arquitectónica. En las represas hidroeléctricas, en puentes, en balnearios, hoteles, en cascos de estancias, en casas de familia, y no es sólo calidad edilicia, está presente en una enorme producción pictórica, en las esculturas que decoran y embellecen nuestras ciudades. Y luego llegó la decadencia infame y pegó muy fuerte. No es una coincidencia que en esas fechas Uruguay conquistara sus dos únicas medallas de oro olímpicas, en 1924 y en 1928. ¿Los demás estaban distraídos? No, los uruguayos también en el deporte nos atrevíamos a todo, hasta a construir el más grande estadio deportivo de esos tiempos en 9 meses, y salir campeones en el mundial de fútbol en 1930. ¿Casualidades?

Luego nos fue ganando la ideología de la mediocridad y peldaño a peldaño nos fuimos sumergiendo y acostumbrando a la decadencia. Aunque nos cueste reconocerlo. No somos un país pobre, no somos un pequeño país, esa es una ideología y una mentalidad. Somos el país con la mayor proporción del mundo de tierra cultivable y productiva por habitante, tenemos el PBI per cápita más elevado de América Latina, hemos recuperado la capacidad de arriesgar, de innovar, de creer en nuestro país, pero no recuperamos todavía la necesidad de la calidad.

¿Dónde hay calidad moderna? En el aeropuerto de Carrasco. Es una obra de un arquitecto uruguayo pero financiada por un grupo argentino. ¿Lo hubiéramos hecho nosotros? La Torre de Antel con todas sus controversias es calidad, y es todo nuestro y es bueno reconocerlo. Pero los ejemplos de medio pelo generalizado están en todos lados. Y construir medio pelo, es pensar en medio pelo, es acostumbrarse al medio pelo, es identificarse con el medio pelo. El término medio es lo que predomina, lo que tranquiliza las almas y los bolsillos, lo que no despierta envidias ni sospechas. Es lo correcto. En todos lados y en particular en Montevideo.

No hay proporción entre el crecimiento económico del país y las obras, la calidad de nuestra imaginación y de nuestros proyectos. Y cuando digo nuestros, hablo de públicos y privados. Calidad es pensar y hacer algo con ese lugar maravilloso que es el depósito de carbón de la antigua compañía del gas en la rambla sur, en los enormes depósitos de gas inutilizables, en Punta Carretas, en el Puerto del Buceo, para hablar sólo de la zona sur. Pensar en calidad y con sueños es imaginar que el punto con la mejor vista de la capital, un lugar emblemático porque abrigó la emigración cosmopolita de miles de familias, el Cerro, y no nos resignemos a que siga su lento proceso decadente. Pensar en calidad es imaginar el zoológico de Villa Dolores como algo más que un depósito de pobres animales.

Es imaginar que Piriápolis, el rincón más hermoso de toda la costa uruguaya, por esa combinación única de cerros que se sumergen en el mar, es algo más que un majestuoso hotel con su actual rambla y con su inmutable y pobre arquitectura urbana. Hay lugares como las termas de Salto que le hicieron honor al nombre y de la chatura de hace algunos años se proyectaron con fuerza hacia delante. Pero no hablamos sólo de turismo, sino de convivencia, de calidad en los servicios, de cuidado en los espacios colectivos, de pasar de la sociedad quejosa a la sociedad exitosa, de la educación obligatoria a la enseñanza de calidad obligada. La primera calidad que se necesita es la de las ideas, la de los sueños, la de la imaginación, la que no sólo describe en difícil nuestras limitaciones sino la que propone el riesgo de avances, de aventuras colectivas.

En la educación, la calidad son recursos, son planes, son edificaciones, son programas, pero es una mentalidad. Y esa es la que hoy tenemos muy lejos arrinconada. Inclusive en el deporte. Calidad, es también una clave para competir en el mundo de la producción, sobre todo para nosotros que nos proponemos comerciar y ofrecer servicios en el mundo. Volverán seguramente las oscuras golondrinas a recordarnos que todavía hay cantegriles y no precisamente en Punta del Este, sino aquí a pocas cuadras, pero no es aplastando todo que se resuelven esos problemas, al contrario, incluso en las viviendas populares, en los proyectos sociales podemos emparchar o saltar hacia delante, con calidad. Porque también los menos ricos, o los trabajadores se merecen calidad en la educación, en la cultura, la salud, en el transporte, en la vivienda, en los parques, en las diversiones, en el teatro, en el cine, en la música, en el deporte.

El alambre no iguala, porque los que pueden van a buscar la calidad a sus reductos personales, familiares o al exterior. Lo que necesitamos es un país de calidad. Una calidad democrática.

De UyPRESS

Sé el primero en comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo no será publicada.


*