A la industria nacional hay que protegerla de otro modo. Bajándole costos y exigencias, siendo competitivos en nuestro puerto, con energía a costos acordes, fletes adecuados, y con acuerdos salariales de largo plazo que no maten la empresa antes de nacer.
Uruguay es un país caro. Nada más paradójico. En la razón de la creación del Uruguay Estado Tapón hay un concepto de libertad comercial. Los movimientos revolucionarios que dieron origen a los procesos independentistas están asociados a la libertad de comerciar. Después se inventaron estatismos y proteccionismos propios de Estados más extensos territorialmente y con mayor potencia económica. De los interdependientes. No de los dependientes como nosotros. Nuestra independencia política está en la libertad. La económica también.
Tenemos el triste mérito de ser el país con mayor presión fiscal de América Latina según CEPAL. No importa si somos primeros o cuartos. Importa el peso que soporta nuestro aparato productivo. Importa ese nivel del 35%. Para los estatistas orgullo. Para los que confiamos más en la gente que en el Estado, el peor de los indicadores. El Estado es un pacto necesario. Debe contener no sustituir. Debe ser impulso y no freno. Debe hacer lo que tiene que hacer, y tener con qué hacerlo. No puede ser que no tenga medios porque los gastó en estar de meterete donde nadie lo necesita, ni lo llama, ni lo quiere. Debe proveer siempre sus funciones naturales y algunas otras de modo puntual. Debe encauzar para evitar desvíos. Debe cuidar abusos de unos sobre otros, sin devenir en abusador general.
El desafío es el de desarmar esta estructura. Hay que desarmarla y dejar germinar los mecanismos proveedores de las demandas sociales. La sombra debe dejar pasar la luz. Habrá que pensar en descentralizar para mejorar eficiencias.
Eliminar duplicaciones de estructuras. Eliminar del Estado toda función no esencial. Se las detecta fácil. Son las que quedan inmovilizadas cuando falta la plata. Poner cada área frente a su propio resultado. Algo de lo que se ha venido haciendo, cuando se dio a cada Ministro un límite presupuestal acompañado de la posibilidad de elegir lo que seguía y lo que recortaba. Pero no basta con un paso. Hay que trazar un camino para la mejora permanente. Con mecanismos que alienten la actitud de mejora y asesinen la dejadez, o la acción no contributiva. También habrá que dejar de premiar al funcionario que tranca, y alentar al que ayuda.
Seguimos teniendo flete caro. Nuestro combustible es caro. Los países acceden a los mismos costos del petróleo en el mercado mundial. Para los productores es diferente. Por esa condición, y por razones de costos de refinado e impuestos agregados, los países pobres, los productores de petróleo y Estados Unidos tienen precio de combustible relativamente bajo. Los ricos, y Uruguay exhibimos los más altos.
El esfuerzo ha sido inmenso. 3 aumentos sin aumento. Todavía seguimos caros. Menos caros pero caros. En la región Paraguay U$S0,725, Brasil U$S0,843, Argentina U$S0,886. Uruguay U$S0,921 mientras lo podamos aguantar. Digamos también que el esfuerzo de no aumentar nos dejó por debajo de Australia U$S1,105 y Nueva Zelanda U$S1,002. Hay que tomar conciencia. Refinar no es sagrado. Sagrado es el trabajo de los uruguayos. La producción necesita flete competitivo. Démoselo.
Nuestra energía también es relativamente cara. Reconozcamos un esfuerzo permanente de parte de UTE para ayudar a la competitividad. En el último tiempo, multiplicado. El sistema tarifario de doble y triple horario ayuda. De hecho, en los comparativos de costos hemos quedado bastante mejor posicionados en la energía para la producción que en la residencial. Hay que insistir con la baja y desaparición de cargos fijos y potencias contratadas. En el riego son los que neutralizan la mejora otorgada en la tarifa. Los costos fijos que debe afrontar la UTE por los contratos de la eólica deberían ser revisados. Ajuste de plazos, compra de parques, renegociación de precios en función del precio mundial de la energía. Aliviar esta carga puede ser de gran ayuda.
Las tarifas comerciales son un lastre. Los costos para el que trabaja deben ser menores. No pueden sancionar al que produce. Que el Estado sanguijuela elija otro cliente. No puede actuar inhibiendo producción y empleo a través del necesario traslado de costos. Algunas de ellas duelen. El humilde salón que no consume agua, no puede estar pagando un cargo fijo por un contador que cuenta cero. Tampoco un sobrecargo al consumo comercial. Esta nueva OSE lo va a revisar.
El costo de mover un contenedor en el Puerto de Montevideo está en el orden de los 330 dólares. El costo de moverlo en el Puerto de Río Grande es de 76 dólares.
El dato fue aportado por la Unión de Exportadores en su última comparecencia a la Comisión de Transporte del Senado de la República. En el Uruguay. En el país cuya razón de ser es su puerto. Después del enorme esfuerzo político para llegar a la eficiencia portuaria. Después de haber pagado todos los costos para desterrar las malas prácticas, las mafias, los acomodos. Después de haber avanzado tanto volvimos al primer casillero. Duele. Duele y cuesta. Encarece cuando importamos y resta cuando exportamos.
El mundo de hoy depende de sus comunicaciones. La calidad de las comunicaciones determina suertes. Ya nadie espera meses ni días para comunicarse. El contacto debe ser instantáneo y completo. Uruguay tiene porciones enteras donde siquiera se puede hablar por celular. Las carencias quedaron en evidencia con la pandemia. Las pagaron los niños de las escuelas rurales. Del costo ni hablamos. No hay servicio. Antel se llenó de arena.
Nuestro cemento tiene un precio que es el doble del de la región. No es la mejor manera de impulsar la construcción y el empleo. 120 contra 60 dólares por tonelada. Algunos costos debidos a los precios de la energía. Otros por sobrecostos en el proceso productivo de la empresa pública. Ineficiencia de equipos. Carencia de otros. Exceso de costos con el Personal. Lo peor es que con acuerdo de precios real o tácito, el precio de ANCAP determina el precio de oferta de los privados. Podrían vender a un precio cercano al del mercado internacional. Toman el precio de ANCAP como referencia. Eligen margen. Sacrifican ventas. Matan trabajo nacional.
El uso de las tarjetas de crédito impone un sobrecosto del orden del 3%. Un costo que es menor para las grandes superficies y mayor para el minorista de barrio. Un precioso aporte a la desigualdad. Para el último año, el crédito bancario al consumo tuvo una tasa media del 37,6% en pesos, 11,3% en UI y del 7,4% en dólares. Si el crédito es otorgado por una tarjeta su tasa podrá llegar a ser de más del 150% efectivo anual. Las empresas enfrentarán costos del orden del 20% en moneda nacional y del 5% en dólares. En la circunstancia actual, un poco menos. Todo esto en un país con una inflación que se ubicó en el 6,76% para los 12 meses cerrados en abril.
El mercado acotado, algunas prácticas y varias regulaciones determinan mecanismos de formación de precios muy lejanos al ideal del mercado perfecto. Cuesta entender la diferencia de precios entre mercaderías importadas con arancel cero y bajísimos costos de introducción, compradas a matrices de países del Mercosur a precios mayoristas, sin impuestos directos y con devolución de indirectos contra mercaderías que salen del mismo lugar, con precio al detalle en alguna de sus etapas, sin devolución de tributos, con impuestos de circulación, y después de haber pasado por algunos intermediarios. Nunca podrían ser más caras. Lo son. Imposible de explicar. Razones de costos de fletes, las que vimos. No explican las diferencias. Razones de costos financieros. Tampoco, y menos en esta época. Márgenes excesivos. En algunos casos puede ser.
Existen mercaderías cuya sustitución no es próxima en calidad o prestaciones, importadas por representaciones con derechos exclusivos de introducción, que incurren en este tipo de prácticas. Les da lo mismo. Nos venden con alto precio en Uruguay o a bajo precio por el contrabando desde los países vecinos. Venden igual. Con mayor margen y con menor margen. Para ellos la baja de precios no tiene razón de ser. Es racional.
Lo que no corresponde es mantener ese privilegio de exclusividad. Es un contrato entre privados. No obliga a un Estado. Si la matriz no vende a otro que no sea el representante está en su derecho. Si un tercero adquiere esa mercadería en donde sea, tiene derecho a introducirla con idénticas condiciones. Si la matriz desea exclusividad que venda en exclusividad. Si la matriz quiere mejores condiciones para su representación, que las otorgue. No es cuestión de nuestro País.
Prohibir la introducción es proteger el abuso. Es una invitación a la carestía. Las paga el trabajo nacional. El Cr. Diego Sitjar aporta un comparativo de precios entre una cadena uruguaya, una argentina en frontera y precios de minoristas en la frontera de Quaraí. La relación de precios para cada producto oscila entre 257% y 437% más caro en nuestro país que en Argentina, y entre 285% y 392% más caro en Uruguay que en Brasil. Liberar la introducción es generar un mecanismo automático y permanente para asegurar niveles adecuados de precios. El estudio del Economista Gabriel Oddone revela que el IPC podría bajar en más de un 1% si se elimina esta traba.
Existe otro elemento que explica parte de esas diferencias. El exceso de exigencias para la introducción de mercaderías. Pedimos lo que es y lo que debe ser. También lo que solo a nosotros se nos puede ocurrir. Cada pedido justifica un trámite y cada trámite a un funcionario. Analizamos en nuestros laboratorios todo producto que ya fue analizado en los laboratorios de origen en países confiables.
Si cambia el importador lo analizamos de nuevo. Bastaría un acuerdo de validación entre países. Bueno. No lo tenemos ni siquiera a la interna del Uruguay. Tenemos 19 Bromatologías diferentes. Encima exigencias de almacenamientos especiales. Transportes especiales. Técnicos que acompañan la mercadería y siquiera la tocan. Hay que pasar por cuanto organismo alguien se imagine. En algún momento esto se justificó. Era el modo de poner trabas no arancelarias para proteger la industria nacional. Ahora es inútil. Esa mercadería ingresará igual.
A la industria nacional hay que protegerla de otro modo. Bajándole costos y exigencias. Siendo competitivos en nuestro puerto, con energía a costos acordes, fletes adecuados, sin pequeños cargos fijos que al final suman un montón, con acuerdos salariales de largo plazo que no maten la empresa antes de nacer y atiendan las contingencias.
Las malas y también las buenas. Con mecanismos tributarios que miren la competencia. Sin exigencias banales. Los octógonos lo son. Nos dejan fuera de cuanto mercado internacional existe. Del nacional también. Sin detracciones aunque sean pequeñas y se llamen de otros modos.
Si somos más baratos seremos más turísticos. Uruguay lo tiene todo para el turismo. Naturaleza, gente, paz, mayor seguridad relativa, ausencia de violencias, cultura gastronómica. Somos caros. Así es imposible. Perdemos todos. El turismo es el modo de exportar sin salir de casa. También de no importar. De hacer que tengamos ganas y conveniencia de estar acá. De consumir de la industria turística nacional.
Habrá que revisar mucho y eliminar mucho trámite y mucha carga. También se puede ir por el camino de la generalización de los regímenes especiales de exenciones y promoción. Si cuesta demasiado lo otro, vayamos liberalizando. Liberalizando. En lugar de internarnos en la maraña de regulaciones, de discutir cada una de ellas y tener negociaciones y conflictos para cada paso, podemos tomar el camino de diseñar un procedimiento general más simplificado.
Seguramente sea eso lo mejor. Ahí estaremos liberalizando. En los hechos. No en el discurso. Liberalización para los otros y para mi también. Cuidando la competencia y dejando expuestos los márgenes abusivos. Estaremos atacando directamente una de las causas determinantes de la inflación que no cede. Defendiendo ciudadanos y no corporaciones.
Los buenos precios de los productos agropecuarios en los mercados mundiales coinciden con épocas de bienestar para el Uruguay. Son los tiempos que jamás aprovechamos. La bonanza nos inmoviliza. Pensamos que equipo que gana no se toca.
El ingreso generado por las exportaciones disimula las imperfecciones. Esta vez deberíamos actuar diferente. Somos conscientes de los costos que enfrentan productores e industriales. Somos conscientes del costo de la vida para nuestra gente. De nuestra falta de competitividad e inflación estructurales. Hay que animarse.
- De Montevideo Portal
– Sergio Botana, economista, senador del Partido Nacional.
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