A veces me pregunto
cómo habrá hecho mi madre
para amar a ocho hijos a la vez
al unísono de todas las risas y los llantos,
con el agravante que no tuvo escuela de madre
porque la suya murió en el momento del parto…
También me pregunto
cómo puede mantener el hilo de hermandad entre nosotros
tan vibrante aún después de muerta:
mi hermana mayor mora en Rivera
yo que soy el menor resido en Montevideo
y los demás en el Tacuarembó natal.
Hay un hilo de energía, indestructible, que corre constantemente por la Ruta 5
-esa “lengua vertebral de asfalto frío / que atraviesa el país como un cuchillo”-
y nos pone de pie como soldados, uno al lado del otro, cuando algo pasa.
Será que eso pasa por las tardecitas compartidas de conga y escobas a la luz del Fabro
esperando la cena con juegos de mesa?;
será por las zambullidas de enero en la zanja con musgos y renacuajos?;
será por las carreras de petisos en los trillos de la cancha?,
por los cuadrangulares de fútbol en el boliche de Beltrán –Carumbé, Sopas, Paso Potrero y Pepe Nuñez-
o será por la cacería de mulitas tributo a la luna llena.
Será por los celos y rencores que de tanto en tanto terminaban en lágrimas y ofensas que duraban hasta que el perdón asomaba detrás del cerro.
No sé…
es inexplicable lo que quiero explicar…
lo que si se es que “La Vieja” anda con su delantal de punta a punta del país
por toda la extensión de la Ruta 5
y nos besa la frente cuando estamos tristes
y sonríe –como ahora- cuando ve que escribo este poema…
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