«A Hernán; primo y amigo; volvé pronto, que a nuestros mundos le sobran tornillos si vos no estás…”
“Hay un tipo de intolerantes por ignorantes, fruto de los tiempos, que defienden su ignorancia con razonamientos; son ignorantes sistemáticos” Marcel Prevost
Cuando la morocha de preciosas trenzas africanas de la inmigración del aeropuerto no me hacía preguntas, a medida que tecleaba y tecleaba sin cesar, me di cuenta que me estaba por pasar otra vez. Una raya más pensé, justo cuando la parda se para y me dice en inglés el fatídico “sigamé”.
Estaba por entrar, el mes pasado –octubre 2012-, en una frontera a los USA, sin ninguna otra intención que visitar una feria de agricultura y visitar algunos viejos amigos, pero muchas veces las intenciones más simples se complican de una forma que no hay manera de evitarlo -ni otra actitud que aceptarla-.
“Cuartito” conmigo. Lo que me daba algo de gracia es que recientemente el amigo Bornia había tenido el dudoso gusto de publicar una narración mía sobre el tema en su periódico.
Seguí a la parda por unos corredores hasta que llegamos a una puerta donde esperamos que por un timbre un ´nosequé´ nos la abriera. Al entrar era como hacerlo a otra dimensión de la realidad. Un escenario de otro teatro, con otros actores y otro público. Desprovisto de glamour, de ningún atisbo de lógica o conexión con los mundos a los que uno pertenece, y toma como “normales” o “ciertos”.
No, aquella sala era de una película. Y, yo, sin saber por qué, adentro, sin repertorio, ni explicación alguna de mi rol en aquella banda. Todos terminábamos sintiéndonos sospechosos de algo. Yo empecé a enumerar mis pecados y actos fuera de la ley, tratando recordar detalles que se me pudieran haber pasado últimamente. Y estoy seguro que todos estaban haciendo lo mismo.
Habrían unas 30 personas, acomodadas de una forma particularísima por decir lo mínimo: estaban todos en unos asientos tipo bus de Cutcsa, mirando contra la pared do había un TV. Todos sentados de espaldas a una suerte de ventanillas donde unos personajes omnipotentes decidían suertes, verdades y destinos.
En la TV había una morocha, una suerte de Kali versión americana que entre reclame y reclame informaba constante, reiterada e incansablemente sobre el tiempo moviendo a su antojo nubes y rayos sobre un mapa de los USA. Todos la mirábamos, obligados, pues la disposición de los asientos así lo disponía.
La parda me dice ´sientesé´ y se va a cazar algún otro nabo recién llegado.
Esa salita era como uno de los anillos de Dante, no estoy seguro si pre-purgatorio o pre-infierno directo. En las ventanillas a nuestras espaldas estaban sentados una suerte de modernos Carontes. Solo que en la sala no había ninguna Juana riendo –“yo seré un escándalo en tu barca…” ; sino que el clima en general era apesadumbrado. Una incertidumbre general rodeaba aquellas almas que se preguntaban sobre su futuro;’¿ serían admitidos en la tierra “de los bravos y los libres”, enviados de vuelta a sus querencias; o guardados por algún pecadillo del que tal vez ni se acordaban –bueno, acordábamos, pues ahora yo estaba en esa barca-?
Me puse a mirar mis compañeros de experiencia, del nuevo viaje digamos, -uno que no estaba en mi ticket aéreo-. Una bicha dominicana, vestida de forma infartante sollozaba en silencio en un rincón. Un joven colombiano de orientación sexual policromática, digamos, en un banco al lado mío tosía y tosía. Una pareja de brasileros. Unos chantas porteños que sí tenían pinta de ser culpables de algo –en eso le pegaron los de la migra-. Unos morochos asustados y con los ojos grandes como los Simpsons. Tres chilenitos totalmente desnorteados con su inesperada situación. Dos espaldas mojadas mexicanos que probablemente ahora habían buscado esta otra vuelta para entrar. Y un par de indefinidos más, a los que no les escuché decir palabra por lo que no pude inferir de donde eran.
Pasa una hora, cada tanto la puerta se abre y traen otro pescado, tan perdido y tan asustado como todos en el anillo de Dante. Al final es como un entretenimiento, mirar a quien traen, semblantearlo, leerlo, adivinarlo.
Los milicos que vienen y van, y los Carontes de las ventanillas, son las personas más gordas que he visto en mi vida, son obesos, talle triple X el más flaco. Es como una suerte de club de Toby, donde para entrar hay que pesar más de 140 kg. Cada tanto llaman a uno de nosotros y nos hacen preguntas en inglés, aunque la mayoría tienen una placa con nombres como Peyota, Rodriguez, Guzmán o García, y hablan inglés con un obvio acento hispano. ¿Por qué diablos no nos hablan directamente en español? No creo que los norteamericanos sean tan sádicos como para tener un protocolo sobre el idioma y hacerlo a propósito. Una amiga me explicó luego que lo hacen para hacernos hablar en inglés, y de esa forma sacarnos aún más fuera de nuestra zona de confort. Creando un poco más de confusión de tal forma de acercarnos más rápidamente al punto de quiebre, al de confesión de nuestras malvadas intenciones.
Cada tanto se siente como un garrotazo en una mesa donde están los Carontes. Y enseguida llaman a uno. Va la brasilera temblando, jamás imaginó que su ida de shopping a comprar zapatos y ropa en “sale” en los malls iba a terminar en esto. Pero le entregan el pasaporte, llama a su consorte y se van con una sensación de alivio que se siente en toda la sala. Una actitud de “yanomeimportan” y “perded todas las esperanzas, chaucito”.
Sigue el tiempo y el proceso, cuando llaman a alguien sin el garrotazo previo, sale a la vez un Toby con su pasaporte y unos papeles dentro.” Rejected”.
Kali anuncia tormentas y lluvias, repartiendo soles rayos y nubes a su antojo.
Al final a lo largo de los garrotazos y las horas desarrollamos como una especie de reflejos pavlovianos. Donde sabemos de que el hecho de que nos llamen con o sin garrotazo previo, significa admisión o expulsión inmediata. El garrotazo, a la larga comprendí, era el sellado de entrada en el pasaporte.
Hay varios carteles donde dice no sacar fotos, no hablar por celular, y no sé cuantas cosas más. A las 2 horas me paro a estirar las piernas y un 5 X me grita en inglés desde el fondo de un corredor que me ´siente inmediatamente´. Es tan fuera de lugar la agresividad y el tono de voz con que me grita, comparado con la simpleza de lo que yo había hecho –pararme a estirar las piernas-, que es ridículo. Le digo, en español, señalando las carteleras de lo prohibido, que en ningún lugar se menciona la prohibición de pararse.
Entonces desde el fondo del corredor se me viene al humo con un esfuerzo tremendo para caminar. Lo veo venir sudando, malísimo desde la oficina donde nos controlaba por una tv de circuito cerrado, y le lleva tanto tiempo llegar que me da hasta para preguntarme cómo harán estos milicos para perseguir malandros a pie!
Llega, finalmente, y en inglés me dice “¡tiene algún problema?”, -´¿tiene tiempo?´, pensé en contestarle, pero no terminó de decirlo que por supuesto me senté quietito y hasta con ganas de hacerme el muerto. Y me salva el políglota colombiano al que le viene un vahído y se desparrama en el suelo, desviando toda la atención. A los segundos, como si estuviera todo previsto, vienen dos gordos, con generosas busargas sobresaliendo sus cinturones llenos de pinzas, pistolas, teléfonos, linternas, bastones, spray paralizante, esposas, mp3, ipads, gps, y Dios sabe cuantas cosas más; con unos guantes como para agarrar uranio radioactivo hirviendo, levantan al mariposón y se lo llevan a otro cuartito.
La cosa sigue, a la hora cae el cafisho de la bicha dominicana, taba clavado. Un Paquito Casal, con una camisa ocre con los cuellos y puños a lo Travolta, un saco sport crema de solapas enormes, mocasines lustrados hace segundos acaso, y en lugar de dedos; anillos. Se sienta al lado de ella, quien recuesta su cabeza en su hombro y rompe a llorar a rienda suelta ahora. Definitivamente no es la barca de Juana de Ibarbourou…
Estaba pensando como se aplicaba “Pi” para calcular la circunferencia de los cinturones de los gordos, cuando se abre la puerta y casi seguidos traen a una vieja paralítica en una silla de ruedas y una pareja con 2 niños de unos 2 o 3 años. Ahí, irónica e injustamente, me quedé tranquilo. Los tipos son capaces de traer a cualquier persona al cuartito. Están tan erráticos y paranoicos que ya no se fijan en detalles obvios.
En eso vuelve el políglota colombiano y se sienta al lado mío. Lleno de servilletas de papel en una mano y un algodón con olor fuerte que se pone en la nariz constantemente. “-qué soponcio” me dice entre tosida y tosida. Yo le asiento con la cabeza; “flor de soponcio, Abelardo”, pensé.
La gente se sigue yendo y entrando. Cada vez que entra otro, todos como que nos alegramos un poco. Pues como que si somos muchos los que hicimos el pecado –cualquiera este pueda haber sido-, como que se hace más normal. Y no ha de ser tan grave si tantos lo hacen..
Llaman a los chilenitos que llegan temblando apenas a la ventanilla y les empiezan a hablar en inglés, los pobres mapuches sudan para contestar y se enredan más y más. Y si no lo eran, ¡terminan siendo culpables! Sale un Toby triple X con sus pasaportes, sin garrotazo y con papelitos adentro. Pa atrás, vuelta pa Puerto Montt.
A mi no me llaman nunca. Llevo exactamente 3 horas sentado y a punto de perder mi conexión de avión. Entre garrotazos y silencios pasan todos los que estaban cuando llegué, y empiezan a pasar los otros posteriores. Estaba pensando que me estaban reservando de postre, cuando siento algo parecido a mi apellido. ¡Con garrotazo previo!
El sargento Peyota, un chicano de unos 160 kgs me da el pasaporte sin decirme nada. Yo quedo como esperando, no sé, un algo, un alegato, una acusación, un comentario, acaso un reto, una advertencia, una sentencia, un ´esta vez pasa, otra no´, o, aleluya, una apología por tenerme 3 horas detenido en un cuartito sin explicación. -Imagínense si la migración uruguaya le hiciera algo similar a algún gringo que viniere de paseo a Uruguay, sacarlo de la fila de inmigración, llevarlo a un cuartito y tenerlo incomunicado; ¡a los 15 minutos nos invaden los marines!-
El mega gordo se digna a mirarme, y me mira como dignándose a hacerlo, como que yo debiera apreciar ese gesto fuera de protocolo; arquea las cejas hacia arriba y hace como un pequeño y casi imperceptible movimiento de cabeza hacia adelante. Concluí que era como un “¿qué?”.
Por supuesto no dije nadita, agarré mi pasaporte y me pelé antes de que se arrepintieran o saltara algo en mi prontuario que se les pasó a los Tobys pero que la negra de preciosas trenzas africanas de la entrada había descubierto, acaso intuido…
Después de todo, quedé pensando, vivimos bajo el mismo cielo con esa sociedad.; pero no tenemos el mismo horizonte.
Afortunadamente..
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