HÉCTOR NUMA MORAES: “Los festivales se han convertido en lugares de diversión, llenos de cumbias y ritmos multicolores”

Si como difusor de música latinoamericana merecería un libro, el que hace justicia al cantor llegó de la mano de su actual profesor de guitarra. Y ahí nos tiene, este paisano de Curtina devenido a ciudadano ilustre de Montevideo, preguntándonos a santo de qué toma clases de un instrumento que ya estudió en un real conservatorio holandés durante 8 de los 12 años que duró su exilio, para luego pasearlo por el mundo y aquerenciarlo en el taller de confección de canciones que lidera, desde 2008, con un algo compinche.

Los 37 discos que grabaste tienen mucha poesía universal, pero solo dos textos tuyos. ¿Por qué?

No es soplar y hacer botellas. Hay gente que, aunque no sea intelectual, tiene la maravillosa capacidad de hacer poemas; puede darse en alguien que nunca fue a la escuela. Pero a mí nunca me nació escribir poesía, si pescarle la música. Además, después que cantás algo de Gelman, Benavides, Circe Maia, Walter Ortiz y Ayala, Miguel Hernández, Machado, Vallejo. ¿Qué te vas a poner a escribir?

¿Cómo apareció la capacidad de leer con el oído?

Con Washington “Bocha” Benavides, en Tacuarembó. Yo me cruzaba con aquel prestigioso profesor en los pasillos del liceo y tenía su libro, Las Milongas, pero no me animaba a hablarle. Entonces, en ocasión de un homenaje que le hizo el liceo, mi profesora de literatura me pidió que cantara, y yo canté tres poemas de un comisario amigo de mi padre, Joaquín Almada, que musicalicé.

¿Comisario poeta?

Si, mi padre me dio un cuaderno con sus poemas manuscritos. Llamó la atención que un gurí, mal alumno además, se largara a cantar canciones propias. Que surtieron efecto, porque el Bocha me invitó a su casa y con él comenzamos, hasta hoy, a poner música a la poesía.

Unidos por la autoridad.

Si, increíblemente aquí en la calle Sarandí (estamos en los estudios de las radios del Sodre) me encuentro con la hija del comisario poeta, que estuvo exilidada en Canadá.

¿Exilio político?

Si.

Hija de comisario perseguida por la dictadura, que detalle.

Bueno, mi padre también era comisario. Esta mujer me trajo un libraco antiguo, de los que se usaban en los comercios para las anotaciones, con poemas y cuentos del padre. Entre los poemas figuraba el que había cantado en Tacuarembó y tuve la mala suerte de extraviar. Fue emocionante, estoy viendo la forma de copiar todo eso.

No serías tan mal alumno cuando recibiste el aprecio del respetable profesor.

Lo que pasa es que enredé con la guitarra pronto, Hasta le puse música a un poema en francés y el profesor de francés, el “Turco” Lamek – le decíamos turco pero era libanés – me echó flit, no quiso saber nada. La guitarra me atrapó, y me encantaba estar en el coro.

¿La familia influyó en esa pasión?

Mi padre, y sobre todo mi tío Brígido, que tocaba muy bien la guitarra; empecé a estudiarla a los 8 años.

¿Tu madre?

También tocaba, y cantaba muy bien.

¿Su nombre?

María Ermelina mi madre, mi padre Jacinto Artigas.

¿Y Numa de donde sale?

Siempre creí que era por Numa Pompilio, el emperador romano, Pero una vez que mi madre fue a visitarme a Holanda, por 1979, el Sabalero ole preguntó: “Doña, ¿por qué le puso Numa al abombao ese? “El hermano, que es mayor, leía revistas de Tarzán, y a mi me gustó el nombre del león”, soltó ella. Si mirás revistas de Tarzán, el león siempre se llama Numa, y la réplica del Sabalero estuvo genial: “Menos mal que no le puso Tantor”.

VIVITO Y RASGUEANDO.

¿A qué apelaste para sortear 12 años de exilio?

Es una experiencia terrible para alguien a que quien no le gusta viajar (media sonrisa).

Y fueron varios países, Chile, Francia, Holanda.

Chile, Cuba, Francia, Suecia y por último Holanda, donde estuve diez años. Mi hijo Tato cumplió un año en la frontera con Chile, es el gurisito de la canción que le dedicó Daniel (Viglietti).

¿Cómo se llama tu hijo?

Daniel “Tato” Moraes, es muy buen guitarrista. De Chile tuvimos que salir por el golpe y él se quedó con amigos. Fue una época durísima, hasta canción me hicieron, porque me creyeron asesinado por la dictadura chilena. Estando en Cuba, recibí un casete en el que Zitarrosa me decía que se habían enterado de que estaba vivo y bien, que ya le habían avisado a mi madre, y me pasaba las grabaciones que había hecho del “Shotis de don Tatú”, “Doña Glyde”, “Pepe Corvina” y “Defensa del cantor”, tema dedicado a mi, con letra del Bocha y música de Carlos Benavides. Fue indescriptible lo que sentí. Al regreso del exilio, después, me enteré de las que pasó el Bocha por hacerme esa canción, hasta preso desde Tacuarembó lo trajeron.

En Holanda honraste el compromiso con la guitarra.

Fui a suplantar al Sabalero; andábamos de gira por el sur de Francia y él tenía que ir a cantar a Holanda, pero lo demoraban los vinos franceses, que a mi también me gustan. “Anda vos, abombao”, me dijo. Cuando caigo allá me entero de que estaban por grabar mi disco. La patria compañero, y que en ese proyecto participaba un compositor alemán, Konrad Bohemer, a quien contacté. Bohemer era docente en el Conservatorio Real de La Haya, y por suerte hablaba bien español. Le pregunté si podía estudiar en ese institución y enseguida estimó que sí, porque el director de la cátedra de guitara el uruguayo Antonio Pereira Arias. Casi me desmayo.

¿Los conocías?

De nombre, sabía que era una eminencia de la guitarra y director de orquesta, y había sido docente de Domingo Alvarenga, mi primer profesor de guitarra en Tacuarembó. “Che Tono, acá tenés un coterráneo”, dijo Bohemer cuando me tiró para adentro de sus clases.

¿Te tomó alguna prueba antes de admitirte?

Me dijo que tocara algo y sentenció: “Va a tener que estudiar, incluso el idioma, porque yo hablo español pero los demás no. Y olvídese de las cancioncitas”. Estuve 8 años estudiando con él, y me diplomé allá. También estudié canto porque, aparte del instrumento que habías elegido tenías que estudiar otro. A mi me gustaba el arpa y el clavecín, pero para ambos tenía que cortarme las uñas largas del guitarrero, imposible. Pedí sustituir el instrumento por canto, y accedieron. A mi profesora de canto holandesa, una viejita muy simpática, le resultó una novedad que yo cantara acompañándome con la guitarra, y después de probar con varios idiomas, y resultados impresentables, acepto que cantara en español. Me transformé en el número de cierre de todos los conciertos de alumnos.

Y aprendiste tácticas útiles para el manejo de la voz.

Claro, amplié el registro, aprendí a respirar, y las clases de armonía me permitieron componer las canciones de otra manera, porque no llegabas al público con los textos sino con la música. Esto te obligaba a otra elaboración. Hace poco escuchaba los recitales que hicimos con Jorge Oraisón, gran guitarrista uruguayo que vive allá, dedicado ahora a la música antigua, y pensé cuánto nos complicábamos. Cuando ahora todo se ha simplificado bajo la máxima de cantar, cantar y cantar.

Simplificado para peor, decís.

Cantar y tocar al mismo tiempo exige mucha concentración. Tocar en serio, como Anselmo Grau, Viglietti, Eduardo Falú, Yupanqui, Osiris Rodríguez Castillos, los eternos maestros. El otro día escuché a un botija salteño, Sergio Aguirre, que toca muy bien. Pero tocar bien se ha vuelto casi innecesario; enchufada, la guitarra igual suena.

Cuando su naturaleza es acústica.

Hablo del amor que hay que tenerle. Ahora ni tiempo hay para ponerse a estudiar, es todo apuro. También compartimos escenarios, en Paysandú, con una muchacha de allá, Caterine Vergnier, que toca bárbaro y se acompaña maravillosamente. Le pedí para ver su guitarra, heredada de un tío, y es una Pereira Velazco, una de las mejores y más costosas que hay. Pereira Velazco era el padre de Antonio Pereira Arias. La primera guitarra que tuvo Viglietti había sido de Pereira Arias cuando era niño, y llegó a él porque se la vendieron a su padre. Con esa guitarra grabé mi segundo disco y Daniel casi todos los suyos. En un libro decía que las Pereira Velazco son las Stradivarius de la guitarra.

FOLCLORE IGNOTO.

Cultivaste la canción de raíz folclórica, como la llaman ahora, una vida ¿Qué opinás sobre su situación?

El problema comercial es bravo. A las cosas, para venderlas, hay que etiquetarlas. Y los medios repiten etiquetas, a menudo sin saber de qué hablan. El otro día un comentarista de fútbol, aludiendo a la pésima actuación de árbitro, dijo que era “folclórico”. Son demasiadas las veces que se usa la palabra folclore para designar algo mediocre, anticuado o ridículo. Eso va penetrando. En Argentina no pasa.

A pesar de eso, el folclore es inamovible del segundo puesto en las preferencias musicales de los uruguayos, según las dos encuestas de consumo cultural que realizó el Observatorio de Políticas Culturales de la Facultad de Humanidades.

Porque la gente reconoce lo auténtico. Lo que palpa, huele y experimenta a diario. Si escuchás una guitarra del norte, la de Alán Gómez, por ejemplo, parece que estás pisando amatistas. Y se vas a la costa atlántica, el pescador no es el mismo del río Uruguay. Tiene su canto, sus formas. Y pelea, con un barquito, a la inmensidad. Y cuando escuchás a Zitarrosa, Viglietti, Los Olima, decís “pucha, estos tipos son uruguayos”. Los grandes medios no difunden eso, no lo explican o no saben explicarlo.

O no les interesa.

También. Entonces en la capital va diluyéndose; conserva fuerza en el interior.

Por los festivales.

Los festivales se han convertido en lugares de diversión, llenos de cumbias y ritmos multicolores. Pero la gente, en sus casas, escucha con otra atención. No sólo chacareras y zambas sino las milongas del norte uruguayo, las de sur, creadores como Chito de Mello, que canta en portuñol, el dúo Tacuruses, Carlos Enrique de Mello. Y los jóvenes que vienen reclamando su lugar, en particular las mujeres: Laura González, Cabezudo, Yisela Sosa, Guadalupe Romero. Y está el tema de encontrar un buen guía. Yo tuve la enorme fortuna de que el Bocha me permitiera ir todos los días a molestarlo a su casa en Tacuarembó. Entre las tantas joyas musicales y poéticas que me regaló, estuvo Juan Cunha. Me enloquecí con él, lo leí todo. Y en esa casa escuchó por primera vez a las chilenas Margot Loyola y Violeta Parra, a José Larralde, música ecuatoriana, música de Río Grande. Y a Bob Dylan, los Beatles, los Rolling Stones, Andrés Segovia. Era inagotable aquello.

Y hace 6 años que compartís, con Washington Benavides, un taller de creación de canciones a partir de poemas, dirigido a estudiantes universitarios, ¿no?

Está abierto a público de todas las edades y actividades. Lo compartimos, ambos, con el cantor Mario Paz. Vienen desde poetas con libros publicados hasta personas que nunca escribieron pero quiere estar ahí. Del taller salieron no menos de 400 o 500 canciones, no todas, por supuesto, avalables, pero ya grabamos dos compactos, está por salir un libro y el grupo de Rocha – porque anduvimos por todos lados – nos propuso hacer otro disco.

¿Qué materia das en la División Folclore de la Escuela Nacional de la Danza?

Folclore musical uruguayo. El desconocimiento de nuestra música por parte de las nuevas generaciones es atroz. Aparte de hablarles, se las hago escuchar. Algunos, cuando escuchan a Amalia de la Vega, recuerdan vagamente haberla oído antes. Pero no cargo las tintas sobre los gurises; los medios, otra vez, no ayudan. Cuando te pasan Los Aparceros, uno de los grupos más importante del folclore uruguayo, no te dicen quienes son, quedás colgado.

A mi me gustaría saber de donde son.

De Tacuarembó.

(*) Entrevista de Fabio Guerra publicada en semanario Brecha (14.2.2014)

Héctor Numa Moraes conduce el programa “La Canción con Todos” que se emite de lunes a viernes de 19 a 21 horas, y sábado y domingo de 9 a 11 por la “95.5 FM Integración” de la ciudad de Tacuarembó.

Foto 1: Numa Moraes recién llegado del exilio.

Foto 2: Mario Paz, Numa Moraes y Walter Roldán.

Foto 3: W. Benavides, A. Zitarrosa y N. Moraes.

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