Cairo, si fueras una relación serias un amor aparcado a la vera de un proyecto eterno.
Con tu caos de polvo organizado, tus rostros adustos, resignados y amables. En la dejadez de tus calles y edificios de otra era, y en la parsimonia de tus transeúntes hay un perfil de conformidad a la que hay que aceptar para recorrerte el ser interior.
Nunca fuiste diferente. Pareciera que ya te hicieron adusta y perteneciente, desde el vamos, a otra época.
Nunca fuiste siquiera igual a nada. Solo a ti misma.
El ser, acaso, centro del mundo musulmán te exige esa perennidad que los viajeros reconocemos en cada visita. Y apreciamos luego de aceptar.
Nunca fuiste, ni quisiste ser otra cosa.
Fuiste barroco desde el vamos. De romanticismos ocultos en velos, burkas y chadores.
Cairo, no das opciones, se te puede amar de una sola manera.
Sin excusas, que con ellas se quedo el destino.
Destino del que te apartaste, acaso, por ese escepticismo espartano con que la realidad te impregno.
Destino que se entrego ante tantos embotellamientos de tráfico, turistas en tránsitos inexpresivos e injustos ante tanta amabilidad.
Ojalá pudieras empezar a pedir deseos, a mandar cartas con pedidos de auxilio en botellas con papiros.
Ojalá seas más que pirámides y sarcófagos, y se renueven tus arterias y avenidas de mezquitas milenarias, de mullah adustos y jóvenes desafiantes.
Ojalá Taharir sea destino de novios y tardes de cafés, y no de protestas llenas de ira y muerte.
Cairo, que eres de esos amores viejos, estancado de pasiones contenidas y destinos encallados.
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a S.
En tu pasado habían noches
en mi presente madrugadas.
Y en
esos tiempos inconexos,
irresponsablemente ignorando pesares,
quisimos navegar.
No me sorprendió, entonces, nuestro esperado naufragio
si, en cambio, todo el tiempo
que, sobreviviendo,
me he quedado en esta isla
sin días de salida
ni noches
ni madrugadas
pensando en vos…
El Cairo, mayo del 2014
Karnak, cuanto me cuesta irme tratando de robar tus columnas sin era, tus jeroglíficos sin explicación y tu energía sin continentes. Cuanto cuesta robar esa sensación de ausencia con la que cada paso de partida embriaga mi corazón. Ay, quien pudiera enredarse para siempre en cualquiera de tus columnas y permanecer inerme con esa sensación de pequeñez, y la certeza de que nada puede importar tanto…
J.M.L.
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