El notable escritor lanzó al mercado, por Alfaguara, “Don Candinho o Las doce orejas”, una historia bastante truculenta, en la que el protagonista deberá cobrarse una deuda de honor familiar, y cortar la oreja derecha de cada una de sus víctimas, asunto que da nombre al libro. Sin duda es un cambio de registro, en relación a sus dos libros anteriores, sobre la figura de José Pedro Varela, aspecto que se refleja en el tema y también en la propia escritura. En entrevista con El País, de Mattos contó detalles y adelantó que tiene entre sus planes escribir sobre la guerra de la Triple Alianza.
¿Cómo tomó contacto con este singular historia?
—Hará un cuarto de siglo, un gran amigo me habló por primera vez de la aventura de un coterráneo de Caraguatá, Candinho Dos Santos y me sugirió que la novelara. Me entregó, incluso, un librito a mimeógrafo, de poco más de 50 páginas, jamás editado, escrito por un nieto, Alejandrino Castro, que abordaba toda la peripecia, al parecer consultando previamente al abuelo. La historia me interesó, pero no la abordé porque me pareció demasiado truculenta, la fui postergando y la olvidé. El año pasado, ordenando papeles, encontré el escrito, lo releí y creí encontrar la clave desde dónde abordar la novela.
¿Consultó otras fuentes?
—Aparte de la comprensiblemente acrítica y exaltatoria versión de Castro, consulté libros sobre el Caraguatá de la época. Pero, pudiendo haberlos buscado, no indagué en expedientes judiciales o en artículos de prensa. Desde el principio me propuse escribir una novela, no una crónica. Y con lo leído y, sobre todo, oído a unas cuantas personas, consideré que podía escribir lo que quería: una ficción libremente inventada, atada (en sus raíces, no en su follaje ni en su tronco) a la realidad.
A la hora de escribirla, ¿fue una novela que nació fácil?
—Nació fácil, se fue desplegando, con la invención continua de detalles, en el monitor de la computadora. Me entretuvo, no me fatigó. Tuve que asumir el papel de podador. Ya mientras releía la versión de Castro, tuve claro que la novela debía recorrer las vicisitudes éticas —aprobatorias y reprobatorias— sufridas alternativamente por el protagonista, al que una decisión de su padre había puesto en el rol de forzado justiciero en representación de su familia, para que en la región se supiera que cualquiera que osara dañar a uno de los suyos no quedaría impune. Eso, hasta en las circunstancias concretas. En abstracto, decidí no retacearles humanidad a los malevos, pasibles de la venganza del muchacho, rápidamente transformado en don Candinho. Esa línea se fue concretando cada vez que abordaba un nuevo episodio.
¿Y qué fue lo que más le costó?
—Fue encastrar en la trama con el escenario colectivo de la revolución de 1904, con la que compartía, a mi juicio, rasgos semejantes. Ese capítulo, centrado en la batalla de Paso del Parque, me costó bastante.
¿Apeló a elementos autobiográficos?
—A Caraguatá la conozco por las mentas de un tío, que fue el primer médico de un pueblo cercano; y por mis visitas como abogado para la reconstrucción de crímenes, y por los comentarios y narraciones de amigos que han residido en la zona.
¿Vincula todo ese ambiente con lo que Barrán llamó «la cultura bárbara?
—Pienso que en zonas rurales del Uruguay profundo aún parecemos vivir en tiempos de la barbarie. Por lo menos, así era cuando hace casi medio siglo empecé a ejercer la abogacía. Pienso que las patriadas, y su tiempo, fueron el último gran grito de la barbarie.
¿Anota recuerdos que luego le sirven para una novela?
—No, los guardo en mi cabeza, para que sea ella la que los traiga a colación, si son realmente necesarios.
¿Cómo está su salud, y en qué medida eso lo ha alejado, o acercado, a escribir ficción?
—Con 67 años cumplidos, no puedo protestar el que se me incluya en la «tercera edad». Mis achaques frenarían cualquier alarde de juventud. Pero no son muchos y me permiten decir que, aunque algo inestable, mi salud es aceptable. Me la acosan el cerebelo —no el cerebro— que de tanto en tanto no me dispensa el equilibrio indispensable, mi diabetes, mi hipertensión y mis riñones, que tanto me perturbaron cuando era el director de la Biblioteca, que en el 2012 llegaron a comprometer mi subsistencia y que ahora se mantienen contenidos por una medicación y una disciplina dietética eficaces. Mi salud ni me aleja ni me acerca a la ficción. Lo que sí me facilita bastante (no todo lo que desearía) es mi condición de jubilado.
Extraído de El País Digital
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(Recuadro)
Del educador al hombre vengador – Consultado Tomás de Mattos sobre qué distancia hay entre escribir Don Candinho y El hombre de marzo, explica: «El hombre de marzo tenía una clara finalidad extraliteraria: la real reivindicación de la figura histórica de José Pedro Varela como un ciudadano ejemplar, de los más complejos e inspirados con los que ha contado nuestro país. Por ese propósito, la ficción no debía apartarse de la realidad. Allí no sólo las raíces, sino todo el follaje de la ficción debían procurar ceñirse al modelo real, sacrificando incluso, si fuera indispensable o inexorable, la sagrada ley narrativa de la facilitación de la lectura. Muy distinto fue el caso de Don Candinho, que nunca dejó de permitirme la preservación de la amenidad, sin apartarme de las intensas pautas del policial negro».
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