Este era un libro necesario. Como tantos otros que todavía están pendientes en la bibliografía uruguaya. El género biográfico ha tenido su renacimiento en los últimos años a nivel editorial local. Futbolistas, políticos y gente del espectáculo han tenido volúmenes que repasan sus vidas para recordar. Puede ser que Osiris Rodríguez Castillos encabezara la lista de imprescindibles que estaban faltando, quizá junto a Carlos Real de Azúa.
La dimensión de Osiris (es inevitable no llamarlo solo por su nombre de dios del Nilo) es gigantesca, pero a 90 años de su nacimiento y luego de casi 20 de su muerte, hay muchos uruguayos que hoy ni siquiera saben quién fue.
Ese factor refuerza la necesidad de A la orilla del silencio. Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos, de Jorge Basilago y Guillemo Pellegrino, editado por Cuatro Esquinas y financiado con unos $197.000 de los Fondos Concursables, más dinero del Fondo Nacional de la Música y el de Incentivo Cultural.
Ese dinero se invirtió en viajes al interior de Uruguay, Argentina y España para seguir los rastros de Osiris durante toda su vida. También se invirtió en cubrir los costos de corrección de estilo, diseño, edición (de fotografía y de texto) e impresión, algo apreciable en el volumen que se vende a $ 780.
Dimensión de un mito – Osiris era poeta, antes que nada. Pero también fue músico, compositor, cantor, recitador y luthier (construyó una original guitarra de diez cuerdas). Se convirtió en una estrella del folklore, surgido en una época en que Los Beatles arrasaban los oídos en los contextos urbanos. De hecho, fue el Elvis campestre pero también tenía su enorme arrastre en los pueblos y en Montevideo.
Su voz profunda, grave, lenta, como de manantial, paternal y varonil, cautivante, dura y tierna en el mismo segundo, acompañaba las guitarras con una musicalidad propia, pronunciando las palabras de una poesía tan intimista en los sentimientos como exterior en la riqueza de los paisajes que describía.
Osiris fue el autor de la letra y la música de canciones como Gurí pescador, Cielito de los tupamaros (escrita en 1959 y sin conexión con el movimiento guerrillero), Camino de los quileros y De Corrales a Tranqueras, entre muchas otras.
De todo eso, pero sobre todo a la reconstrucción de una larga y creativa vida de 73 años se refiere este libro. A lo largo de 470 páginas, los autores trazan las líneas entramadas y finas de un retrato.
Consultado sobre el motivo del libro, Pellegrino responde: “Osiris tiene una obra que se alumbra por sí sola pero que permanecía oculta, olvidada para el gran público. A pesar de eso, comprobamos que existe una especie de ‘culto silencioso’ a Osiris, más grande de lo que puede suponerse, con núcleos de admiradores y difusores muy fieles en todo el Uruguay y buena parte de la Argentina. Porque no había ningún trabajo integral sobre su vida y obra. Y porque es una forma de hacerle justicia a su legado en la poesía y en la música popular uruguayas”.
No es la primera vez que el dúo Basilago-Pellegrino escribe a cuatro manos. “Trabajamos juntos desde 1995, en distintos proyectos. Yo colaboré con él en casi todos sus libros anteriores, y este es el segundo que escribimos como coautores. El primero fue un ensayo sobre la poesía musicalizada de Mario Benedetti, que editó Seix Barral en 2012. Después de tantos años, tenemos ya una dinámica de trabajo que nos permite entendernos casi “de memoria”, cuenta Basilago.
El resultado es un libro con una narración cronológica y minuciosa, pero para nada pesada ni redundante. Busca la veta sentimental de los personajes, pero a partir de análisis de documentos y detalles fácticos, que muchas veces sesgan o incluso contradicen la versión “oficial” del cantautor.
Osiris nació en Montevideo en 1925, pero sus padres se mudaron enseguida a Sarandí del Yí. Allí recibió clases de piano y guitarra y, junto a su padre, conoció el río, hecho fundamental para la vida del niño. Su madre era partera y era el sostén de la familia, que luego se trasladó a Carmelo, donde conoció a quien sería la primera de sus tres mujeres.
Después regresó a Montevideo y, con el cúmulo de vivencias, se hace poeta, compite y gana un concurso con un romance sobre el general Lavalleja. Más tarde llega la poesía cantada y no cualquier género, sino desde el fondo del tiempo, con cielitos.
A principios de la década de 1960 la dimensión de la figura de Osiris atraviesa las fronteras y se presenta a nivel internacional como un referente para otros, en discos, radios y televisión. Rivaliza con el mismísimo Atahualpa Yupanqui y hasta lo aventaja a nivel poético.
Luego del exilio a España, vino el regreso al país y su inserción en una época diferente que lo había olvidado. El show terminaba.
Con una carrera de cinco décadas, la vida de Osiris se clausuró la noche del 10 de octubre de 1996, cuando murió de un infarto en la pieza alquilada de la pensión donde vivía en la calle Gaboto. Fue un final indigno, inserto en una mezcla de ostracismo y soledad.
Para Basilago la muerte de Osiris, como otras de artistas uruguayos en condiciones similares, fue “muy dolorosa e injusta”. “Tenemos una percepción exagerada del ‘éxito’ y la ‘celebridad’, pero condenamos muy fácil al olvido a todo aquello que no se ajusta a esos parámetros. Y que podríamos, como sociedad, arropar mucho más a nuestros grandes creadores; con el afecto, el respeto y el recuerdo permanente”, dice el autor.
Una investigación ardua – Los entrevistados para el libro fueron más de cien. Y hubo un número igual o mayor de personas, a las que los autores contactaron por temas puntuales, considerados como “diálogos orientadores”. “Eso, sin contar la enorme cantidad de referencias bibliográficas, periodísticas y académicas a las que recurrimos”, dice Basilago.
A través de la investigación, los autores fueron cambiando en diversos matices el perfil del hombre retratado. “Descubrimos que no es falso mucho de lo que se comenta sobre Osiris: que podía ser irónico hasta la violencia, si quería; o que despreciaba las luces de la fama, el dinero y el intercambio de favores. Pero no es su única cara. También pudimos descubrir su costado humorístico, su lealtad y compromiso inquebrantables con sus amigos, el dolor que le causaba sentirse olvidado o pensar que su obra fuese menospreciada o maltratada”, explica Basilago.
Osiris no era el único de la familia con bautismo de nombre egipcio. Sus hermanos se llamaban Horus, Isis y Nazar.
¿Cuál era el motivo de tales nombres? “En realidad no está muy claro, aunque hay algún testimonio del propio Osiris que relaciona ese hecho con las lecturas y las inquietudes culturales de su padre. Es probable que sea así, pero es difícil afirmarlo a ciencia cierta. Los Rodríguez Castillos tampoco eran una familia de características ‘místicas’ o ‘esotéricas’ como para determinar la elección de los nombres por esa causa. Habrá que pensar que fue simple gusto paterno por el sonido y el misterio de aquellos nombres de origen tan exótico”, agrega Basilago.
El hombre y el río – Así como Dickens tuvo el Támesis, Baudelaire tuvo al Sena, Mark Twain al Misisipi y James Joyce al Liffey, el río de la vida poética de Osiris fue el Yí, que engloba el departamento de Durazno. Al haber pasado su infancia en Sarandí del Yí, su vida quedó prendada de ese río caudaloso que se le metió en el alma y no lo abandonó nunca en el recuerdo ni en la guitarra, al que le cantó cientos de veces. “El río más largo del mundo/ no es el Nilo sino el Yí./Que nace en el nordeste de Durazno,/ y muere esta noche en Madrid”, escribió Osiris, en una de ellas, desde España.
Hoy su poesía sigue siendo un río, que fluye desde sus canciones y que desborda una región que parecía escondida, pero cuyo territorio describe y recorre este hermoso libro.
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