Por las ventanas – Es invierno, las ventanas se abren a media mañana para que el sol proyecte su haz de luz -como en el cinema- y las partículas de polvo se vean flotando como mariposas diminutas.
Se sacuden sábanas y mantas. Se cuelgan en los alambrados del piquete, mientras el astro las entibia con su cálido aliento para que la noche se ilumine con sueños tibios.
Con mis cuatro años, descubrí el plan de mis hermanos mayores: al mediodía del domingo -tras los velos de la siesta- se escaparían a la ciudad para una función de matinée en el Grand Rex.
Y por mis cuatro años no era de la partida. Mi rabia batió las campanas y mis padres abortaron el escape.
El juicio y la condena de los aventureros fue total.
Golpeándome el pecho de la mismísima culpa me recojo debajo de una frazada del alambrado, sin ver el sol…Quedo por largo rato castigado.
Oigo los llamados desesperados de toda la familia: “dónde se habrá metido?..”
“el aljibe?… el tajamar?… el monte?…”
Gritos. Llantos. Reproches. Arrepentimientos. Perdones.
Hasta que aparezco
y la culpa se disipa entre los abrazos y la algarabía de padres y hermanos.
El sol sigue cálidamente templando nuestras almas, que se confunden con las partículas de polvo, en el haz de luz que entra por las ventanas.
Agamenón Castrillón
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