No puedo despedirte,
TOMÁS de MATTOS,
ya sé que debes irte
donde no hay bibliotecas
ni arrebatos
Pero tal vez, quién dice,
con un arpa de lata
un niño te maltrata, cosa que no la creo,
como lo que me dice el benteveo…
Pero lo cierto, no verás perdices,
y sí las palomas caferatas
y grises
de tu Montevideo.
Aunque tal vez desearas
casitas de la Sexta
O ranchos de terrón allá por Clara.
Llevarías seguramente a Salambó
El Proceso inseguro
Y escucharías las blasfemias
del Capitán Aab, y su condena
de la Blanca Ballena
(que ha sido siempre tu enemigo)
Y de eso soy testigo.
Tengo La Biblia que me regalaste
con su dedicatoria.
Ya no creías por entonces,
lo que te habían presagiado
del profe rojo de Preparatorios,
de sus paganos bronces,
y de sus clases el puro jolgorio…
Te topaste
Con el pobre Job,
Y con Juan de la Cruz, la Llama Viva.
Cómo, entonces, el rojillo
No nos dejaba a la deriva,
y se jugaba hasta los calzoncillos,
con Kafka, desesperado, en una lucha
que casi nadie escucha.
Tomás, no puedo
soltarte la mano gordezuela,
el solo gesto me consuela
y me aleja del miedo…
Así que: hasta mañana,
Gran Tomás,
no vengas muy temprano,
quiero dormir un poco más
Y en paz…
Washington escribió estas líneas
que no podrán posar en ellas
golondrinas
y no nivelarán a las estrellas.
Releerte despacio a la sordina,
tirado sobre el pasto y sin querellas,
pero el alma (que existe) muy mohína…
W. Benavides un triste 21 de marzo del 2016, Montevideo
(*) Publicado en Periódico de Poesía (Universidad Autónoma de México – UNAM)
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