Un día de febrero de 2017 el periodista Jorge Ramos entrevistó a Jared Taylor, ferviente seguidor del presidente Donald Trump y miembro fundador de la organización racista “American Renaissance”. Las palabras y argumentos de Taylor son tan antiguas como andar a pie. Lo nuevo, o mejor dicho lo renovado, es el desparpajo con que los racistas han salido del closet luego del fenómeno Trump, lo cual es el aspecto positivo de esta historia. Arthur Schopenhauer una vez escribió: “El que los negros hayan caído de preferencia y en grande en la esclavitud, es evidentemente una consecuencia de tener menos inteligencia que las demás razas humanas”.
No vamos a decir que los alemanes de raza pura son menos inteligentes porque perdieron las dos guerras mundiales, a ver si tenemos problemas con los señores Trump y Taylor. En cualquier caso, el hecho de que algunos pueblos hayan caído en la esclavitud significaría que tienen menos inteligencia esclavista. El gran filósofo alemán escribía en un siglo donde el racismo se había hecho ciencia para justificar la toma europea del mundo por asalto. El Diccionario de psiquiatríade Antoine Porot definía a la sífilis y los parásitos como “psicopatología de los negros” recomendando la deportación de esos seres desagradables a las colonias expoliadas por Francia.
Por entonces, y aún hoy, se echa deliberadamente al olvido que cuando el centro de la civilización era Grecia o Roma, los rubios del norte eran considerados no sólo bárbaros (es decir, gente sin lengua) sino incapaces de alguna proeza intelectual, como libros y puentes. Y también fueron con frecuencia esclavizados por los europeos del sur, mientras en el norte de África y en Medio Oriente se desarrollaban las ciencias y las matemáticas que aún hoy significan la base de nuestro orgulloso progreso material.
Los algoritmos no fueron inventados por Antoine Porot ni por el señor Taylor sino por un persa (no digamos iraní, por las dudas) hace más de mil años. Por no hablar del alfabeto de los fenicios y los números de los árabes que por mucho tiempo la misma Europa se resistió a adoptar por prejuicios culturales pero sin los cuales, incluido el imprescindible concepto del cero, ni siquiera la llegada del hombre a la Luna hubiese sido posible. Cuando el mundo islámico se convirtió en el centro de la civilización, de las artes y de las ciencias, la Europa de los rubios genios era gobernada por fanáticos religiosos cuando no por bárbaros que asolaron las ciudades más desarrolladas de su tiempo. No por coincidencia algunas tribus dieron sus nombres a la violencia bruta, como los vándalos.
Aquellos pueblos de gente tan bonita eran atrasados en muchos aspectos, menos en su eficiencia para destruir y conquistar. Lo mismo podemos decir de civilizaciones avanzadas de Mesoamérica, con ciudades futuristas en comparación a las sucias y malolientes capitales europeas de la época, aunque no tan avanzadas en el arte de matar, destruir y conquistar. Por las mismas razones siempre se insiste en la brutalidad de los rituales de los aztecas, cuando por la misma época la Inquisición torturaba y quema vivos por miles a disidentes y herejes al tiempo que los nuevos europeos comenzaron a nombrar extensas zonas como África, otrora centro de otras civilizaciones que por miles de años fueron la vanguardia del progreso intelectual, como “Barbaria”.
Hoy Europa, con derecho, puede estar orgullosa de su nivel de civilización, tanto material como social, mientras otras regiones del mundo, alguna vez cuna de la razón y el humanismo, se ven sumergidas en el caos y la esclavitud moderna. No obstante, ¿quién podría decir que todos esos cambios se debieron a cambios genéticos en los pueblos?
Pero también hoy el crédito moral de la mala conciencia de Europa tras la Segunda Guerra mundial comienza a agotarse. Los setenta años de progreso social y económico también. Del otro lado del Atlántico, la mala conciencia del racismo estadounidense ha salido del closet después de años de sofisticadas simulaciones.
La idea de razas es básicamente una construcción cultural. Podemos ver y concebir algunas diferencias entre un negro y un blanco como entre una mujer y un hombre. Dejemos de lado la problemática de la construcción de géneros y veamos que las supuestas razas son clasificaciones arbitrarias de hecho: en Estados Unidos se segregaba a los irlandeses por pelirrojos al límite de no permitirles acceder a determinados servicios o simplemente se los asesinaba por cualquier motivo.
El odio de los primeros blancos hacia los nuevos blancos debía ser tan intenso como que el que alguna vez encontré en África entre miembros de distintas etnias por diferencias que yo no era capaz de percibir. Hoy en día muchos de esos supremacistas blancos son descendientes de aquellos irlandeses o polacos o italianos perseguidos y odiados por sus “razas”. ¿Por qué no hay una raza de ojos celestes y otra de ojos negros? Etc.
Pero vayamos al argumento ético sobre las inteligencias.
Hace años, Charles Murray y Herrnstein hicieron algunos estudios sobre “ethnic differences in cognitive ability” mostrando gráficas de coeficientes intelectuales claramente favorables a la raza blanca. En mi juvenil libro de ensayos Crítica de la pasión pura, escrito en una aldea de África en 1997, anoté una observación sobre estos estudios: “supongamos que un día se demuestre que hay razas menos inteligentes (y que se defina exactamente lo que quiere decir eso de “inteligencia”, sin recaer en una explicación escolar o zoológica).
En ese caso, las creaturas deberán estar mejor preparadas para la verdad. Esto quiere decir que debemos esperar que las razas se traten entre sí como si no estuviesen unas por encima de otras sino en la misma superficie redonda de Gea. Es decir, que no se traten como ahora se tratan suponiendo una inteligencia racial uniforme”.
El señor Jared Taylor, como Ginés de Sepúlveda en el siglo XVI y todos los racistas que han pisado y asolado este planeta, consideran que la diferencia de inteligencia, es decir la superioridad racial, justifica que unos grupos dominen sobre otros o que tengan más derechos que otros a vivir en un país que asumen, por razones místicas, como propiedad privada de una raza y una cultura, olvidando otro elemento obvio: el pasado es un país extranjero, frecuentemente irreconocible con un supuesto nosotros.
Aquí surgen otras obviedades que también se echan convenientemente al olvido:
1. No debemos olvidar que en cualquier caso, como lo demuestra la historia de los países y las civilizaciones, la cultura es el verdadero factor relevante, es decir, la inteligencia colectiva, y no tanto la inteligencia biológica. También podemos observar la importancia de esta dimensión, la cultural junto con otras como la alimentación, etc., cuando vemos que los test de inteligencia muestran que las diferencias entre blancos y negros han disminuido entre los años sesenta y noventa. ¿Alguno de estos grupos cambió su ADN en un proceso evolutivo ultra-exprés?
2. Jared Taylor dice que los negros son menos inteligentes que los blancos y los blancos menos que los asiáticos (esta última observación es un impuesto argumental). Pero como está hablando de promedios, se debe entender que en el grupo B de los menos inteligentes hay individuos que superan la inteligencia de muchos otros pertenecientes al grupo A de los más inteligentes. ¿Significa esto que algunos negros deberían gobernar a los blancos o, al menos, tener el privilegio de ser sus vecinos? No, por supuesto. Porque la inteligencia es una justificación pero a no confundirse: el odio no es hacia los retardados mentales sino hacia los negros.
3. Sr. Taylor, según los famosos test de coeficiente intelectual (IQ), yo pertenezco al uno por ciento más dotado de la población mundial. ¿Debemos los miembros de esta secta (bastante estúpidos e inhábiles en otros aspectos humanos, lo digo por experiencia aunque esa es una obviedad que no necesita confesión) reclamar algún derecho especial sobre el restante 99 por ciento? ¿Tal vez derecho a un voto doble? ¿A un doctorado exprés? ¿A una promoción automática en nuestras carreras? Bueno, si tenemos la piel un poco oscura o un acento extranjero, obviamente no. Si se trata de un caucasiano racista, uno de esos obsesionados con el tamaño del cerebro y de su pene, sí obviamente.
4. ¿Un ser humano es un pedazo de cerebro, frecuentemente equivocado?
(*) Jorge Majfud Albernaz, nació en Tacuarembó (Uruguay) el 10 de setiembre de 1969. Se graduó en Arquitectura en la Universidad de la República de Uruguay en Montevideo, y se doctoró en Literatura Hispánica en la Universidad de Georgia en estados Unidos. Ha sido profesor en la Universidad Hispanoamericana de Costa Rica, de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Georgia y actualmente es docente en la Universidad Lincoln de Pennsylvania. Ha escrito varios libros que fueron traducidos a varios idiomas. Colabora en numerosos periódicos y emisoras de radio a ambos lados del Atlántico así como diversas cadenas televisivas norteamericanas. Reside en Estados Unidos desde 2003.
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